Grünwald.
Múnich, Alemania.
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~* R *~
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~Dos días después ~
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Colgué la percha junto a la puerta y di un par de pasos atrás para contemplar el atuendo que había escogido. Un pantalón de tiro alto color rosa pastel, una blusa de pliegues cruzados con mangas largas, el juego de perlas que me había regalado papá para mi cumpleaños y mis tacones favoritos. Sonreí satisfecha, mi cita en el salón estaba agendada a primera hora y mi manicura había quedado maravillosa; estaría impecable y soberbia.
Mordí mi labio y sin poder contener otra sonrisa, me dejé caer sobre la cama.
—Directora financiera… —murmuré entusiasmada, regodeándome sobre mis sábanas de seda. Había decidido esa noche dormir como una reina.
Apenas se cumplirían dos meses de haber recibido mi título y ya había conseguido un importante cargo en una de las empresas más importantes del país. Una tenue voz en mi cabeza me recordó que yo no había conseguido nada. Era la empresa de mi tío y él me había recomendado para el cargo, como una especie de premio por mi logro académico, pero decidí no enfrascarme demasiado en eso. Phillip Kaiser era uno de los empresarios más exitosos del país, tal vez solo superado por mi padre, y eso haría pensar que no tomaba decisiones a la ligera. Jamás me habría ofrecido un cargo tan importante si no me creyera capacitada para hacerlo; y era justo en eso en lo que quería enfocarme.
Él creía en mí, algo que mi padre no hacía, Jasper y Ulric eran un poco menos ofensivos, pero siempre sentía ese desagradable tono condescendiente de hermano mayor cuando me hablaban, como las palmaditas en la cabeza que se le daba a un crío para que no llorara por perder en una carrera. Desde que me presentaron en sociedad, mi familia no me había visto más que como un bonito presente a intercambiar con el empresario que estuviese dispuesto a ofrecer más por mí.
Me trataban como si no fuese más que un cascarón vacío, pero de bonito empaque, pero ahora tendrían que tragarse sus palabras. Yo sería la directora financiera de la BCA, un cargo más importante que el que tenían mis hermanos en la compañía Kaiser, en la que jamás, ni a modo de chiste, me ofrecieron un lugar. El tío Phillip había llegado como mi salvador y yo lo haría bien. Me había graduado con las mejores calificaciones y mi apellido me hacía poseedora de importantes contactos de los que podía aprovecharme. Los hombres del clan Kaiser tendrían que empezar a tratarme como a su igual.
Me acomodé entre los almohadones y encendí el televisor, pensando en ver alguna película para quedarme dormida, pero el sonido del timbre me obligó a levantarme y a ir hasta el salón, casi arrastrando los pies. Sabía quién era… el mejor postor de la gran subasta que había hecho mi padre por mí.
—Hola, mi ángel —me saludó Günther, mi prometido.
—Hola, cariño. ¿Qué haces aquí? —Forcé una sonrisa y me dejé envolver por sus brazos.
—Es que recordé que mañana es tu gran día, y quise traerte un obsequio antes de irme al gimnasio. —Sonreí al ver la placa de identificación que me entregaba, grabada con mi nombre y el cargo que desempeñaría al salir el sol.
—No tuve tiempo de envolverlo.
—Está hermoso, cariño.
—Es oro rosado, tu favorito.
—Sí, lo noté. Es un detalle encantador. Muchas gracias. —Me acerqué para darle un beso y él me sorprendió sujetándome por el cuello y hundiendo su lengua en mi boca de una forma tosca y desagradable.
Respondí lo mejor que pude, pero él sintió mi tensión.
—¿Ocurre algo? —preguntó juntando sus cejas, contrariado. Normalmente, yo le dejaba hacer a sus anchas, pero lo cierto era que me había molestado mucho su llegada. Yo esperaba relajarme y eso nunca lograba hacerlo cuando él estaba cerca.
—No, cariño. Es solo que me sorprendió un poco tu visita. Yo ya me estaba preparando para dormir. Ya sabes que debo ser la primera en llegar.
Quise apostar a ese sentimiento de castidad ridícula que tenía Günther de no quedarnos a dormir en casa del otro hasta que estuviésemos casados, para no dar de qué hablar, considerando la reputación intachable de nuestras familias. Sabía que no se quedaría demasiado, pero yo quería que se marchase en ese instante.
—Oh, eso lo sé, angelita. —Alcanzó a pellizcar mi nariz, aunque me incliné hacia atrás—. Justo por eso vine. Quería darte el regalo para que lo pusieses en tu puerta desde el primer día, pero también supuse que estarías nerviosa. Es tu primer trabajo, recién te mudas a la ciudad… Pensé que quizás te costaría dormir, y entonces pensé…
—¿Qué? —pregunté un tanto alarmada al ver su sonrisa pícara y sentir su dedo deslizarse por mi brazo hasta alcanzar mi hombro y luego llevarlo hasta el escote de mi pijama de botones.
—Que quizás yo pueda hacer algo de cardio antes del gimnasio y a ti te viene bien un orgasmo para relajarte.
Hice mi mayor esfuerzo para que la sonrisa que formaban mis labios se viera natural y no mostrara el desagrado que realmente sentía. Si había algo peor que tener un novio santurrón y chapado a la antigua, era que intentara hablar como si no lo fuese. Aunque lo que era realmente espantoso era no poder escapar de ninguna de las dos situaciones.
***
Unos minutos después, me encontraba de espalda en mi cama, de piernas abiertas, dejando que Günther se removiera sobre mí. Él balbuceaba frases de ánimo mientras yo apretaba sus nalgas, instándolo a ir más profundo, que fuese consistente, al menos, porque cuando empezaba a sentir algo de placer, él cambiaba el ritmo de sus movimientos y lo estropeaba todo; pero no funcionó… Antes de darme cuenta, estaba saliendo de mí, dejando caer todo su peso mientras temblaba, disfrutando un orgasmo que se suponía fuese para mí, pero del cual nunca estuve cerca.
Mientras él respiraba agitado, con la boca hundida en mi cuello y uno de sus brazos casi cubriéndome la cara, miré hacia el televisor, y me enfoqué en la diminuta bombilla verde de la barra de sonido. El aparato tardaba unos diez minutos en apagarse si no había nada reproduciéndose, justo como estaba pasando, lo que significaba que, en conjunto, nuestra conversación en el salón y nuestro encuentro s****l no habían durado ni siquiera diez minutos.
—Eso estuvo estupendo —jadeó él, rodando sobre su costado y cayendo junto a mí.
—Lo fue, cariño. —Sonreí sin abrir la boca y, con un profundo suspiro, contemplé cómo la bombilla pasaba de verde a rojo finalmente.
—¿Estás cansada?
—Un poco, sí. Estuve vaciando algunas cajas hoy.
—Entiendo. Yo igual tengo que ver a los chicos en el gimnasio. Pasaré por ti mañana al salir del trabajo. —Sonrió y se inclinó hacia mí para besarme—. Llevaré a mi hermosa prometida a cenar al restaurante más elegante de la ciudad para celebrar su triunfal primer día.
Yo sonreí y me quedé acostada viendo cómo se vestía una vez más y se marchaba.
Resoplé con teatralidad cuando estuve sola. Günther era un buen hombre, era inteligente, amable, dedicado, fiel, venía de una buena familia y, tras el retiro forzado de su padre luego de dos infartos en un año, ya se encontraba al mando de la empresa familiar. Era el partido ideal para cualquier mujer de alto estatus, ¿qué más podía pedir?
«El condenado orgasmo que me prometió, para empezar», pensé antes de inclinarme a apagar las luces.
Dejé encendido el televisor para no sentirme tan sola, y cerré los ojos. Me cubrí con las sábanas, pero no logré mantenerme quieta; mientras me removía, sentí la tela rozar mis pechos y estos se tensaron al instante, evocando ardientes imágenes del pasado… las mismas que me atormentaban cada noche que mi cuerpo quedaba insatisfecho luego de algún encuentro con Günther.
"Abre esas hermosas piernas para mí, nena".
Escuché aquella voz profunda y erótica que ya era tan familiar para mí, aunque solo la había oído una vez. Pero obedecí… Lo hacía desde la primera vez.
"Eso es... Buena chica".
El sonido gutural que había escapado de la garganta masculina aquella noche al tocarme, había retumbado entre las paredes del estrecho corredor y había quedado grabado en mi cabeza para habitarla para siempre, y desde entonces se mezclaba con mis gemidos en la soledad de mi habitación cuando mis dedos intentaban recrear lo que había hecho mi amante desconocido en la que fuese la noche más ardiente de mi vida.
Empecé a retorcerme bajo el placer de mis caricias, imaginándome que volvía a tener aquel cuerpo cálido y demandante contra mí, que aún tenía su respiración haciéndome cosquillas en el cuello, y dejando que su voz y ese lenguaje soez que nunca nadie se había atrevido a usar conmigo, me hechizaran una vez más bajo el encanto de ese acento suave y melodioso que tanto extrañaba.
Arqueé mi espalda, cuando mi cuerpo se sacudió por el orgasmo, recreando mi reacción aquella noche; imaginando que aún podía apoyar mi cabeza sobre su hombro y ronronear de placer cuando él lamiese mi cuello antes de preguntarme dónde había estado toda su vida.
Cuando los temblores pasaron, me estiré perezosamente y me acomodé de un costado para dormir. Esa noche de abandono que me había permitido disfrutar dos años atrás con aquel desconocido era, por mucho, la cosa más estúpida, escandalosa y reprochable que había hecho jamás, pero al mismo tiempo era mi recuerdo más valioso y mi herramienta más poderosa contra el sexo soso y aburrido que me ofrecía mi futuro esposo a cambio del prestigio de su buen apellido.
***
A la mañana siguiente, llegué al complejo Highlight Towers, en donde quedaban las oficinas de la BCA, y tan pronto crucé la puerta giratoria, me sentí más poderosa de lo que jamás me había sentido. Las personas me miraban al pasar junto a ellos y murmuraban al oído del otro. La noticia se había corrido. Sabía que al ser la sobrina del CEO, habría habladurías, pero eso me tenía sin cuidado. No tardaría ni dos días en cerrarle la boca a todos.
Estaba capacitada para el trabajo. Estaba lista para cualquier desafío, y sobre todo, estaba muy entusiasmada por sentarme detrás de un escritorio, mi escritorio. Siendo la hija menor de una familia atestada de hombres, siempre había sido relegada a segundos puestos… a seguir las órdenes de alguien más importante, a estar siempre por debajo de algún hombre, pero sería diferente ahora. Yo tendría un cargo de poder y demostraría que había nacido para tenerlo.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, caminé hasta la recepcionista, una chica pelirroja y mal maquillada que pareció deslumbrada al verme.
—Buenos días, señorita. Me temo que no está autorizada para entrar aún. Los clientes deben esperar a que…
—No soy una cliente —le corregí con una sonrisa—. Soy la nueva Directora Financiera. El señor Kaiser me informó que tengo una reunión con Holger Wagner para empezar de inmediato mi instalación en… pues en mi despacho, claro —sonreí con educación, mientras ella hacía una mueca nerviosa con los labios.
—Ah, sí… La señorita Kaiser, supongo.
—Correcto —fruncí el ceño al ver cómo la mujer tomaba el teléfono y marcaba un número mientras me daba la espalda, como si intentara evitar que yo le escuchara, cosa que fue imposible, por supuesto, yo estaba enfrente.
—La señorita Kaiser… Sí… Pregunta por su oficina… De acuerdo.
Arqueé una ceja, y ella señaló hacia la derecha.
—El señor Wagner la espera en su oficina… la de él —murmuró la mujer, haciéndome fruncir el ceño.
De pronto, empecé a notar que las miradas que me dedicaban ahí adentro no eran de admiración, y que los murmullos ya no me inspiraban tanta confianza.
Encontrar el despacho no fue difícil. BCA ocupaba una planta entera del edificio y había una hilera de oficinas de cristal rodeándola; en la más amplia de todas se encontraba un hombre alto y delgado, de cabello abundante pero cubierto de canas. El hombre se puso de pie y se quitó las gafas cuando me detuve en la puerta.
—Señorita Kaiser, pase adelante. Bienvenida a BCA.
—Un placer conocerle, señor Wagner. Será un placer trabajar con usted.
—Sí, sobre eso quería hablarle… Tomé asiento, por favor. Mientras esperamos a su tío.
—¿Mi tío? ¿Ocurre algo? —pregunté intrigada, sentándome y procurando no parecer nerviosa, que de hecho sí que lo estaba.
—Bueno, es que su tío jamás me mencionó que pretendiera incluirla a usted en la plantilla, mucho menos que le hubiese ofrecido el cargo de Directora.
—¿Dice que no le notificó?
—Quiero decir, lo hizo. Ayer por la tarde. Lo que nos ha puesto en una situación complicada.
—¿Por qué? ¿No es mi tío el presidente de la empresa?
—Sí, claro. Pero las cosas aquí se manejan de un modo distinto a lo que pudiera parecerle normal, señorita Kaiser. En BCA damos mucho valor y peso a la hora de tomar este tipo de decisiones al desempeño y a la productividad de nuestros empleados.
—Le aseguro que estoy perfectamente capacitada para hacerle frente a cualquier proyecto que pongan sobre mi escritorio —respondí mirándolo con fiereza.
—Y no lo dudo, los Kaiser son personas muy capacitadas, eso lo sé. Pero ocurre que hay otra persona, alguien que ha dedicado años a crecer en nuestras filas y a fortalecerlas. La decisión era mía y yo le otorgué el cargo a esta persona. —Abrí los ojos de par en par, sin poder creer lo que escuchaba—. Y lo que ha hecho su tío… nos pone en una situación muy complicada. Hemos convocado a una reunión esta mañana para poder solventarlo.
—Aguarde, aguarde… ¿Está diciendo que usted le ha dado a otra persona el cargo que mi tío ya me había otorgado a mí? —Me incliné hacia el escritorio, incrédula ante la desfachatez de aquel hombre.
—No, señorita. Lo que digo es que su tío le ofreció un cargo que ya no estaba disponible —dijo él, mirándome como si fuésemos colegiala y director en medio de alguna reprimenda.
Una profunda voz se aclaró la garganta a mi espalda; me giré sobre el asiento para mirar al recién llegado, y entonces me congelé.
—Señorita Kaiser, le presento a Benedikt Albrecht, él es el hombre del que le estoy hablando.
Wagner continuó hablando, pero yo apenas era consciente de lo que decía.
Mi atención estaba con el hombre que me devolvía la mirada desde la puerta. Un hombre alto y de espalda ancha, cabello n***o y una piel olivada. Ojos fieros e hipnotizantes. Era más adulto de lo que yo recordaba, apenas lo suficiente para dejar claro que había pasado un tiempo desde la primera y última vez que lo había visto… Dos años para ser exactos. Pero ya no era un desconocido, ahora tenía nombre y apellido.