Massimo
Estaba en el club después de un día interminable de reuniones y negociaciones, de esos en los que cada minuto parece pesar una tonelada. Esta era mi última noche en la ciudad, y había decidido seguir la recomendación de un conocido y venir aquí. “Onyx” el club más exclusivo, me había dicho, como si eso bastara para convencerme de que valía la pena.
No tenía grandes expectativas, solo un trago y, si se daba la oportunidad, quizá una buena noche. De no ser así, me iría, y, a decir verdad, el descanso no me venía nada mal.
Apoyado en la barra, jugaba con el vaso de whisky, girándolo entre mis manos, sin prisa por terminarlo, dejé que el licor quemara suavemente en mi garganta, el único calor real en un día que había sido, a todos los efectos, frío y mecánico.
Pero entonces, algo me hizo desviar la mirada hacia la entrada.
La figura de dos mujeres llamó mi atención de inmediato. No eran el tipo de mujeres que buscan ser el centro de atención, y, sin embargo, lo eran. La forma en que entraron, confiadas, pero sin ostentación, las hacía destacar en la multitud como si el mundo hubiera girado solo para darles paso, como si el lugar entero estuviera a la espera de que ellas llegaran.
Pero mis ojos se posaron, inevitablemente, en una de ellas.
La castaña.
Había algo en ella que me atrapó al instante, un aire de inocencia y sorpresa que no se veía todos los días. Sus ojos exploraban el lugar con curiosidad, como si estuviera viendo el mundo desde una perspectiva completamente nueva, absorbiendo cada detalle de la escena. Ese tipo de mujeres eran mis preferidas, las que no se daban cuenta de su propio encanto, las que llevaban la ingenuidad como un aura, un misterio sin resolver.
Y yo, no podía apartar la vista de ella.
Su vestido n***o se ajustaba a su cuerpo con una elegancia simple, sin esfuerzo, como si el diseño hubiera sido hecho para ella y nadie más. Era atractiva sin pretensiones, hermosa sin artificios y, aunque no parecía tener idea del impacto que causaba, lo cierto era que con cada paso que daba, el aire en el club parecía volverse más denso, más cargado de una tensión que apenas podía ignorar.
Seguí observándola, intrigado.
Su forma de moverse, de mirar a su alrededor, incluso el modo en que sonreía, me atrapaban más con cada segundo que pasaba y eso era decir mucho porque no había muchas cosas que me deslumbraran de esta manera, y, sin embargo, ella lo hacía.
No sabía si era su aparente inocencia o esa chispa de asombro en sus ojos, pero había algo en ella que me hizo olvidar cualquier idea de terminar mi trago y largarme.
La atmósfera se volvió más densa, cargada de una energía palpable que parecía fluir en su dirección, mis ojos se clavaron en ella, absorbidos por cada detalle de su figura. Aquel vestido n***o era una jodida fantasía, y provocaba más de lo que creía soportable, bajo las luces, su piel irradiaba un leve resplandor, como si estuviera hecha para brillar en esos escenarios, para destacar entre una multitud sin esfuerzo alguno.
A cada movimiento que hacía, cada giro de su cuerpo, el ritmo de la música se fusionaba con el magnetismo que desprendía, la observaba, sin poder apartar la mirada. Su cuerpo se movía con una soltura y una sensualidad que parecían naturales, como si aquella canción hubiese sido escrita solo para que ella la interpretara.
El contoneo de sus caderas, la manera en que sus manos rozaban su propio cabello, cada pequeño gesto que hacía, estaban dejando una marca en mi memoria y en mi piel, como una quemadura suave pero profunda. Aquella imagen era absorbente, hipnótica, tan intensa que sabía, sin lugar a dudas, que no la olvidaría jamás.
Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando un rostro que combinaba una inocencia inesperada con una fuerza y determinación que se traslucían en su mirada. Esos ojos azules, profundos y misteriosos, parecían contener secretos, secretos que, en este momento, estaba dispuesto a descubrir a cualquier precio. Eran de un azul inusual, uno que podía ser cálido y distante al mismo tiempo, un tono que me intrigaba y desarmaba por igual.
Y ahí, en medio de la pista, en ese instante robado al mundo, sentí una urgencia primitiva, un deseo arrollador que me consumía por completo. Cada segundo que la tenía a la vista, cada vez que ella se giraba y me dedicaba una sensual mirada o una sonrisa apenas visible, podía sentir cómo esa atracción no hacía más que intensificarse.
Era como si, en lugar de disminuir, el deseo voraz de tenerla, de saberla cerca, de descubrir cada parte de ella, no hacía más que crecer en mi interior, encendiendo cada rincón de mi mente. Sabía que estaba perdido, deslumbrado por completo, y no quería que aquella sensación, ese momento embriagador, terminara.
Me acerqué despacio, cada paso medido, asegurándome de que sintiera y se estremeciera de la misma manera en que yo lo estaba haciendo. Mis ojos no dejaron los suyos ni un segundo, observando cómo su respiración se volvía más profunda, cómo sus labios parecían entreabrirse con un deseo contenido. Esa mirada... La intensidad de sus ojos me hizo arder por dentro, un fuego que no podía ni quería apagar.
La quería, la quería para mí, y la quería ahora.
Cuando la tuve cerca, el impacto de su belleza me golpeó como una ola, más profundo de lo que esperaba. El aroma a rosas se impregnó en mis sentidos, cálido y embriagador, envenenándome con una dulzura letal que se fundió en mis venas, expandiéndose en cada rincón de mi cuerpo.
Letal y poderoso.
Todo en ella era un desafío a mi autocontrol
Hermosa.
Eso era, y más que eso.
Con un solo movimiento, la tomé de la cintura, atrayéndola hacia mí, sintiendo cómo su cuerpo encajaba contra el mío, cómo su aliento cálido acariciaba mi cuello. No aparté mis ojos de los suyos, y en ese momento, no existió nada más en el mundo. Ella era mía, un deseo cumplido, y la urgencia era tan palpable que se volvió imposible contenerme.
Sentí sus dedos temblar levemente al posarse sobre mis brazos, y sus labios se entreabrieron en un suspiro que no necesitó palabras.
―Ven conmigo― le dije, mordiendo el lóbulo de su oreja―. Déjame mostrarte cuanto placer puedo darte.
Mis labios buscaron los suyos, pero en el último instante me detuve, rozándolos apenas, creando una fricción que encendió cada célula de mi cuerpo. Su respiración se aceleró, y la presión de sus manos en mi pecho se hizo más firme, como si dudara entre alejarse y entregarse por completo.
Podía sentir su pulso acelerado bajo mis dedos, y con cada segundo que pasaba, el control se volvía un mito lejano, algo innecesario.
En cuanto sus labios se apoderaron de los míos, fue todo lo que necesite para sujetarla de la mano y sacarla de ahí, con una urgencia que me carcomía por dentro.
No había vuelta atrás, no en el calor de ese momento.
Era fuego y necesidad, y al tenerla entre mis brazos, comprendí que había algo inevitable en esto.
En nosotros.
Ahora, al tenerla en mí cuarto de hotel, la urgencia se transformaba en algo feroz y absoluto. Era como si todo el deseo que había estado intentando contener desde que la vi en el club se liberara finalmente, ocupando cada espacio dentro de mí.
Su cercanía era abrumadora, como una tormenta que amenazaba con arrasar mis sentidos.
Su aroma llenaba el aire, una fragancia sutil pero embriagadora que avivaba la electricidad entre nosotros, las jodidas rosas, te hacía sentir como estar en un jardín esperando que ella te envolviera por completo.
Esta mujer estaba frente a mí, y cada pequeño gesto suyo, cada mirada o movimiento, hacía que ese impulso incontrolable me recorriera la piel como una corriente.
Y parecía muy consciente de su efecto sobre mí, y eso solo intensificaba el magnetismo que irradiaba.
Sus ojos azules se cruzaban con los míos de vez en cuando, en una especie de desafío silencioso que solo hacía que la tensión aumentara, y ese vestido n***o, que antes me había fascinado, ahora se convertía en una barrera que ansiaba romper, una provocación que alimentaba aún más mis deseos.
Estaba atrapado en su imagen, en cada pequeña curva, en cada línea de su cuerpo que se dibujaba bajo la tela, y sabía que cualquier esfuerzo por contenerme sería en vano.
Estaba perdido, completamente deslumbrado y absorbido por ella.
Cada segundo que pasaba en su cercanía solo reafirmaba lo inevitable, no había vuelta atrás. Ella me atraía como un imán, un imán poderoso que borraba cualquier rastro de lógica o prudencia.
Podía sentir el latido de mi corazón acelerarse, cada fibra de mi cuerpo tensa y a la espera de romper esa distancia mínima que nos separaba. Sabía que estaba atrapado en algo mucho más profundo que una simple atracción, no era solo deseo; era una fascinación total que no podía ignorar, una necesidad que me superaba y me hacía sentir vivo de una manera que no recordaba haber experimentado antes.
Mientras la observaba ahí, en mi cuarto, con esos ojos brillando de anticipación, comprendí que ella era una especie de misterio que necesitaba descifrar esta noche, que deseaba explorar cada rincón de su ser, conocerla en toda su intensidad. Y, en ese instante, lo entendí, ya no había nada ni nadie que pudiera hacerme retroceder.
Ella estaba allí, tan cerca, y el abismo entre ambos estaba a punto de desaparecer.
Respiré hondo, intentando mantenerme en control. Ella no era como ninguna de las mujeres con las que había estado antes, no era una conquista pasajera ni una amante que pudiera manejar mi intensidad arrolladora, mis gustos. Ella me obligaba a bajar el ritmo, a saborear cada segundo, y por primera vez, quería tomármelo con calma, tomarla con calma.
― ¿Quieres algo de beber? ― le pregunté, desabrochándome la chaqueta y avanzando hacia el mini bar. Ella asintió suavemente, con esos ojos brillantes que parecían estudiar cada uno de mis movimientos.
―Un whisky― murmuró, su voz suave, casi etérea, que de alguna manera provocó en mí una oleada de deseo imparable. Me hizo sentir como si estuviera pisando el borde de algo más profundo, más oscuro, algo que podía consumirnos a ambos.
Llené dos vasos y me dirigí al gran sofá que dominaba la sala de la suite. Me acomodé en él, estudiándola.
―Acércate― dije, con un leve gesto de invitación, y le di un trago al whisky, dejando que la calidez de la bebida quemara suavemente en mi garganta.
Ella caminó hacia mí, y cada paso parecía destinado a acelerar mi pulso.
No pude evitar recorrer su figura con la mirada, lenta y descarada, y me di cuenta de cómo su piel reaccionaba, de cómo sus manos temblaban apenas al sostener su vaso. La vi tomar un sorbo, saboreando el licor, y luego deslizar la lengua sobre su labio inferior en un gesto tan inconsciente como mortal.
Bastó ese pequeño movimiento para hacerme perder el aliento. Ahí, en ese instante, entendí que mi cordura pendía de un hilo, que el control que tanto valoraba era solo una fachada destinada a desmoronarse.
― ¿Sabes? ― dije en un tono bajo, intentando ocultar la desesperación que me invadía―. Es curioso que apenas te conozca y sienta que ya no puedo sacarte de mi mente.
Ella sonrió, pero en sus ojos había algo que iba más allá de la simple coquetería; era una chispa de entendimiento, como si también sintiera lo mismo, como si también estuviera atrapada en esa energía magnética que llenaba el aire entre nosotros.
Sin apartar la mirada, me incliné hacia ella, dejando apenas un resquicio entre nosotros. Quería que sintiera el calor de mi cercanía, que anticipara cada movimiento, alzó la barbilla en un desafío sutil, y esa pequeña acción, esa invitación tácita, fue todo lo que necesité.
Lentamente, alargué la mano y dejé que mis dedos trazaran un sendero desde su mejilla hasta su cuello, sintiendo cómo su pulso latía con fuerza bajo mi tacto. Aun sosteniendo su mirada, bajé la mano por su clavícula hasta la curva de su brazo, lento, sin prisa, dejando que cada caricia la hiciera desear más.
Ella tomó otro sorbo de whisky, sus ojos oscuros, profundos, reflejaban el mismo deseo que me consumía. Mientras el silencio se adueñaba de la habitación, no pude evitar pensar que en esa quietud compartida había algo intensamente íntimo, algo que hacía que todo lo demás desapareciera.
Era como si el mundo entero se hubiera reducido a este momento, a nosotros dos y a esa conexión que parecía arder por debajo de la superficie.
Inclinándome lentamente, mis labios rozaron la piel de su cuello en un beso apenas perceptible, un contacto que dejaba espacio para que ella absorbiera cada segundo. Mi mano volvió a su rostro, alzándolo para que nuestras miradas se encontraran de nuevo.
La vi cerrar los ojos, dejándose llevar, y en ese instante supe que esta noche sería una mezcla perfecta de deseo contenido y desbordado. Algo en su manera de responder me hizo saber que ella quería esta misma intensidad tanto como yo, entonces, supe que mi control, había llegado a su límite, tan simple como eso.
―Desnúdate….