Savina
Cuando llegamos al Onyx, un aire de exclusividad nos envolvió en cuanto cruzamos la entrada. El lugar estaba decorado con un gusto exquisito, luces cálidas y doradas iluminaban el ambiente, reflejándose en las paredes de mármol oscuro y en las mesas de cristal.
La pista de baile, al centro, brillaba bajo las luces de neón que cambiaban de color al ritmo de la música, mientras que, a los lados, sofás de terciopelo y lámparas de diseño daban el toque perfecto de lujo y misterio.
Ni bien puse un pie ahí, una ola de emoción me invadió, como si el simple acto de estar allí ya transformara la noche en algo memorable.
―Esto es increíble― me susurró Nicoleta, con sus ojos brillando de emoción.
Todo era un derroche de estilo y lujo.
Las luces bajas teñían el ambiente de tonos violetas y azules, y la música tenía una cadencia lenta y sensual, haciendo vibrar el suelo y el cuerpo de cada persona que se dejaba llevar por el ritmo.
El Onyx, como su nombre lo indicaba, era oscuro y sexy.
Caminamos hacia la barra, absorbiendo cada detalle del lugar. La multitud era elegante, segura, y el olor de las fragancias caras mezclado con el de los cócteles llenaba el aire de una promesa de sofisticación.
― ¿No es perfecto? ― me dijo, brindando conmigo―. Nos lo merecemos, savi.
―Definitivamente, no hay lugar mejor para celebrar una semana increíble― respondí, chocando mi copa con la de ella, mientras tomaban el primer sorbo de la noche.
Después de unos tragos, el ritmo de la música nos fue envolviendo, y sin pensarlo, nos lanzamos a la pista de baile, sintiendo cómo nuestros cuerpos respondían a la energía del lugar.
Movía mis caderas, sintiéndome viva, completamente libre, perdida en el ritmo.
Las luces giraban sobre nuestras cabezas y el bajo de la música reverberaba en mi pecho, y por un momento, no existía nada más allá de esa pista, de ese instante en que todo mi cuerpo se movía con total libertad.
Entonces, lo sentí.
Una mirada.
Una que me observaba.
Abrí los ojos y miré de forma instintiva hacía la barra, casi como si algo más allá de mi misma me empujara a hacerlo. Había un él, alto, imponente, con unos ojos azules tan intensos que parecían desafiarme desde la distancia.
Su cabello n***o caía en un desorden perfectamente calculado, y su mandíbula tenía un ángulo que parecía haber sido esculpido por manos expertas, dios, ese hombre era la encarnación de una de esas estatuas griegas que había admirado tantas veces en los libros de arte.
Sentí un escalofrío recorrerme la columna, pero no aparte la mirada.
Él tampoco.
En sus ojos había una mezcla de curiosidad y desafío, como si me hubiera estado esperando.
― ¿Estás bien? ― me preguntó Nicoleta al notar mi distracción, pero apenas pude asentir, incapaz de romper el contacto visual.
El hombre desconocido, entrecerró los ojos, sonriendo apenas, y sentí como mi corazón se aceleraba, cada fibra de mi ser, parecía despertar ante su presencia, y la ansiedad por la intensidad de sus ojos, brotaba de cada poro de mi piel.
El aire en el club pareció volverse más denso, cargado de una energía que electrizaba cada centímetro de mi cuerpo y todo a mi alrededor de repente desapareció.
Él se acercaba, y cada paso que daba hacia mí lo sentía como un latido propio, lento y firme, haciendo que mi respiración se volviera cada vez más superficial. Moviéndose entre la multitud con una confianza absoluta, no apartaba los ojos de los míos, como si el bullicio, las luces, y las decenas de personas en el club fueran solo un detalle irrelevante.
Me recorrió un escalofrío al verlo acercarse de esa manera, cada movimiento un recordatorio de la distancia que él estaba reduciendo con una determinación depredadora.
Cuando, finalmente, lo tuve a un suspiro de distancia, el aire pareció abandonarme en un solo instante, él era aún más imponente de cerca, su presencia me envolvía de una forma que me hacía sentir tan vulnerable como emocionada.
Los ojos azules, profundos y brillantes, tenían una intensidad que me atravesaba, como si me despojara de cualquier barrera, apenas me di cuenta de que me mordía el labio inferior, una reacción nerviosa, involuntaria, pero su respuesta fue casi inmediata. Sin pronunciar una palabra, me sujetó con una mano firme en la cintura, acercándome a él, pegándome a su cuerpo en un movimiento suave pero seguro, controlando el ritmo.
Su aroma masculino inundo mis fosas nasales y sentí una oleada de excitación que nunca había sentido antes.
La música nos envolvía, y podía sentir su calor a través de la tela de su camisa, la presión de sus dedos en mi cintura, la proximidad de su pecho firme, tan cerca, que sentía la vibración de su respiración. El contacto era abrasador, despertando cada nervio de mi cuerpo.
Él movía sus caderas al compás de la música, llevándome con una precisión que me hacía tambalear. En ese momento, ya no estaba segura de sí era yo quien seguía su ritmo o si él dominaba cada movimiento, pero me dejaba guiar, completamente perdida en la sensación, atrapada en esa red invisible que él había tejido a mi alrededor con su mera presencia.
Levanté la vista, y la cercanía de su rostro me dejó sin palabras; cada ángulo parecía esculpido a mano, y sus labios, a escasos centímetros de los míos, parecían tentarme con un magnetismo imposible de ignorar. Él mantenía la intensidad de su mirada, mis ojos atrapados en los suyos, revelando un destello de deseo que hacía arder algo dentro de mí.
Un deseo que se filtraba en la respiración compartida, en el calor de nuestros cuerpos pegados al ritmo de la música.
Sin palabras, sin necesidad de ellas, nos perdimos en esa danza, en un juego silencioso de tensión que nunca antes había experimentado. El deseo era palpable, una corriente que pulsaba entre los dos y que sabía que, de alguna forma, era apenas el principio de algo más intenso.
Su aliento acariciaba mi boca y sentí la necesidad de besarlo, miré sus labios carnosos, tan besables, mordí mi labio inferior queriendo algo de él para apaciguar este calor que comenzaba a invadir mi cuerpo.
―Eres tan hermosa, conejita― me susurró al oído, por encima de la música, se acercó un poco más, hasta que nuestros labios se rozaron―. No he sido capaz de dejar de mirarte desde que has entrado y no pude resistirme a la tentación de acercarme, tenía razón. Eres exquisita.
Era apenas un roce, una caricia, pero una corriente eléctrica me sacudió, la sentí en mi interior y era algo que nunca antes había sentido. Presionó un poco más y un jadeo se me escapó.
―No hagas eso― suplique, porque no estaba segura de hasta dónde iba a llegar si seguía, o si podría parar en todo caso.
―Me estoy muriendo por hacerlo― susurró.
Con el mayor erotismo antes visto, su lengua recorrió mis labios.
Gemí sin contenerme al sentir la humedad de mis bragas, esto era demasiado para mí, pego mis labios a los suyos y lo beso sin pensarlo mucho. Sus manos se aferran a mi cintura y rápidamente toma el control, mordisqueando mis labios y saqueando sin piedad mi boca con su lengua.
Sus manos bajaron a mi culo y lo apretó a su antojo, gemí en consecuencia, sonríe y sus besos recorren la piel de mi cuello deliciosamente, dándome descargas de placer.
―Ven conmigo― muerde el lóbulo de mi oreja―. Déjame mostrarte cuanto placer puedo darte.
Lo miro a los ojos y son una tormenta, una que promete arrasarte y tragarte. No puedo decir nada, perdida en su mirada, asique pega su entrepierna a la mía, su m*****o erecto me tocándome, me incitándome y lo miro.
Definitivamente, no debí hacerlo.
Estaba segura que ahora la manera en la que estaba mojada era casi vergonzosa, sin poder decir palabra alguna volví a besarlo y eso para él fue suficiente para entender que era una afirmación a lo que me había dicho.
Sus manos, grandes y poderosas, envolvieron las mías con una firmeza que no admitía resistencia, y antes de que pudiera siquiera reaccionar, él ya me guiaba hacia la salida, con su agarre seguro y lleno de una determinación que me hacía sentir como si estuviera a punto de saltar al vacío.
Alcancé a girarme en busca de Nicoleta y, en medio de la pista, la vi bailando despreocupada con un chico; al notar que me iba, me miró con una sonrisa pícara y levantó el pulgar en una señal de aprobación. Sus ojos brillaban como si estuviera disfrutando del hecho de que finalmente me lanzara a lo desconocido.
Al salir, el aire fresco de la noche golpeó mi rostro, pero nada en mí se calmó, al contrario, la ansiedad y la excitación se atenazaban como enredaderas a lo largo de mi cuerpo.
La tensión entre los dos, era palpable, y cada paso que dábamos hacia su auto hacía que mi corazón latiera con más fuerza. Cuando llegamos, me abrió la puerta con una elegancia que contrastaba con la intensidad en sus ojos, apenas me senté, cerró la puerta y rodeó el auto.
En cuanto se acomodó junto a mí, sin decir una sola palabra, tomó mi rostro entre sus manos y selló sus labios sobre los míos en un beso urgente, desesperado, que me quitó la respiración. Sentí cómo la intensidad de sus caricias me envolvía, cómo su pulso, firme y apresurado, resonaba en el mío.
No podía resistirme; sus labios sabían a misterio y promesas oscuras, a una noche que ya se sentía demasiado corta.
El trayecto fue breve pero lleno de esa tensión eléctrica que vibraba en cada roce, en cada mirada. Llegamos a un hotel lujoso, imponente en su diseño y discreto en su entorno, apenas cruzamos el umbral de la entrada, sus manos encontraron nuevamente las mías, y me guío con una urgencia contenida.
Cruzamos el lobby y tomamos el ascensor, pero no hubo palabras, nuestros ojos, el roce de nuestras pieles, todo parecía hablar sin necesidad de sonidos.
En cuanto la puerta de la habitación se cerró, me empujó suavemente contra ella, atrapándome entre sus brazos. Sus labios retomaron la conquista de los míos, con esa misma voracidad que me dejaba sin aliento, y mi mente se nubló en esa espiral de deseo.
Cada beso se volvía más hambriento, como si en esa noche ambos quisiéramos borrar todas las barreras, como si cada segundo que pasaba aumentara nuestra necesidad de más, de descubrirnos por completo.
Sentí sus manos descender por mis brazos, firmes y seguras, hasta detenerse en mi cintura, como si quisiera anclarme a él, y en ese momento supe que estaba exactamente donde quería estar, atrapada en el deseo de un extraño, en una ciudad que hacía que cada segundo se sintiera eterno.