Capitulo 18

2496 Words
Savina Estábamos casados. Jodidamente casados. Y no había marcha atrás. Definitivamente no era lo que había imaginado, pero, de alguna manera, había estado bien. Quizá no de la forma que había esperado, pero, al menos, había sobrevivido a la ceremonia y la fiesta lo más entera posible. Podría haber sido peor. La sensación de incredulidad seguía en mi pecho, como si una parte de mí aún no pudiera comprender del todo lo que acababa de suceder. Habíamos dado un paso irreversible, y ahora estábamos aquí, en este momento en que todo cambiaba. El trayecto en el auto fue un silencio incómodo, pero lo agradecí. Las palabras no habrían tenido sentido, no con el torbellino de pensamientos que chocaban unos con otros en mi mente. ¿Qué significaba esto para nosotros? ¿Cómo iba a cambiar mi vida a partir de ahora? Las preguntas seguían arremolinándose, y me sentía más perdida que nunca. La incertidumbre me ahogaba. Respiré hondo, intentando calmar la aceleración en mi pecho, como si pudiera controlar la marea de emociones con solo un respiro. Pero no lo conseguí del todo. Cada segundo me acercaba más a la realidad de lo que habíamos hecho. El auto se detuvo frente a la mansión, y el sonido del motor apagándose me devolvió al presente. Massimo no había dicho ni una palabra en todo el trayecto, y eso solo aumentó la tensión. Al menos, no era el momento para hablar. Mi mente estaba demasiado llena de caos para procesar cualquier cosa. Cuando él salió del auto y vino hacia mí, no dudó en tenderme la mano para ayudarme a bajar. Lo tomé sin pensarlo, como si algo en su gesto me diera un poco de estabilidad en medio de todo el ruido interno. Él a pesar de todo, nunca había dejado de ser un caballero conmigo. Nos dirigimos hacia la entrada, y el aire frío de la noche rozó mi piel, despertándome de la niebla mental en la que había estado atrapada. En la mansión, las luces tenues iluminaban el pasillo largo y elegante. La casa estaba silenciosa, como si el mundo entero hubiera dejado de moverse por un instante. Massimo puso su mano en mi espalda baja, guiándome sin decir una palabra, como si ya supiera exactamente lo que iba a hacer. Era casi como si él fuera dueño de todo esto, de mí, de lo que venía. Y yo... yo era solo una espectadora, atrapada en su mundo. Sin decir palabra, me condujo hasta mi habitación. La puerta se abrió suavemente, y él me cedió el paso. Entré primero, pero su presencia detrás de mí era tan abrumadora que casi sentí como si la habitación fuera más pequeña con él en ella. Cerró la puerta con un clic detrás de él, y de repente, todo el espacio se sintió más cerrado, más cargado. La habitación parecía más fría de lo que recordaba. El aire pesado, la quietud en cada rincón... Y entonces, Massimo se acercó, casi sin hacer ruido. La distancia entre nosotros se desvaneció cuando su sombra se proyectó sobre mí, y sentí su cercanía como un peso. Esto no era un matrimonio de fachada, no. Era real. Demasiado. La energía entre nosotros estaba cargada, pero no sabía si era el miedo, el deseo, o simplemente el hecho de que lo que acabábamos de hacer ya estaba pasando a la velocidad de la luz. El silencio entre nosotros era palpable, pero no incómodo, al menos no completamente. Era un silencio lleno de expectativas, de preguntas no respondidas, de algo más que ninguno de los dos parecía estar dispuesto a nombrar. Massimo permaneció en la puerta por un momento, observándome. Mi cuerpo sentía su presencia, y la tensión en mi pecho no desaparecía. Cuando él se acercó, no me aparté, pero tampoco me moví hacia él. No sabía qué esperar. Por fin, sus labios se curvaron en una leve sonrisa, una sonrisa que no se alcanzaba a leer completamente. ¿Qué significaba esto para él? ―No te preocupes― murmuró, su voz grave y cercana―. No te haré nada que no quieras. Su mirada era fija, pero su tono, aunque tranquilo, contenía una amenaza implícita. No podía decir si me tranquilizaba o si me aterraba aún más. La distancia que quedaba entre nosotros era física, pero la conexión que compartíamos parecía más intensa que nunca. ―Entonces…― me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja, con la mano temblorosa―. Ya estamos casados. ―Lo estamos, si― murmuró, de manera despreocupada. ―Ahora que estamos aquí, ¿qué tienes planeado? Sonrió, lenta y perversamente, y un pequeño escalofrió me recorrió el cuerpo. ―Tengo muchos planes para ti, conejita, y cada uno de ellos termina con mis dedos, mi lengua o mi polla dentro de tu dulce coño. No perdió el tiempo yendo por las ramas. Massimo no era asi, no se caracterizaba por dar vueltas o ser indirecto. Él tomaba lo que quería y cuando lo quería. ―Pero antes, quiero dejar una cosa clara. En esa iglesia hemos establecido que eres mi esposa, hasta que la muerte nos separe. Eres mía. Ningún otro hombre te tocará. Si lo hacen... ― sus dedos se clavaron en su piel―. Conozco muchas maneras de matarlos lenta y dolorosamente. ¿Entiendes? Asentí, con el pecho subiendo y bajando más rápido de lo que podía manejar. Era claro que él, podría hacer algo como eso. ―Lo digo en serio, Savia. ―Lo entiendo― susurre, casi sin aliento. ―Bien, conejita― pasó el pulgar por mi labio inferior―. Quiero escucharte decirlo, ahora. ¿A quién perteneces? ―A ti―susurré. ―Así es ―gruñó―. A mí. Me agarró por la nuca y me acercó a su cuerpo, aplastando sus labios contra los míos. Instintivamente, rodeé su cuello con mis brazos y mi cuerpo traidor, se volvió flexible contra el suyo, mientas Massimo saqueaba mi boca. Mi corazón era un fuerte tambor en mi pecho, todos mis sentidos se agudizaron hasta alcanzar una claridad casi dolorosa: su sabor en mi lengua, el tacto de su piel bajo mis manos, el olor de su perfume tan suyo y los sonidos tan varoniles que brotaban de su garganta, estaban acabando con el último resquicio de sentido común que me quedaba. ―Ese vestido, Savina― murmuro, acariciando la tela mi pecho―. Ha sido una puta fantasía desde que te vi entrar en esa iglesia. Me apoyo contra una de las paredes y me subió el vestido, separando mis muslos con su rodilla. Metió la mano entre mis piernas, jadeando de satisfacción cuando encontró la seda de mis bragas. ―Eres mi fantasía favorita, conejita― ronroneo, mordiéndome el labio inferior mientras corría mis bragas e introducía un dedo dentro de mí. Sonriendo cuando me escucho jadear en reacción. Mis caderas se agitaron cuando introdujo otro más, metiéndolos y sacándolos. Lentamente al principio y luego acelerándolos hasta que prácticamente había metido los nudillos. Los sonidos de mis gemidos mezclados con los de mi humedad cada vez que entraba y salía, era casi morboso de escuchar. Mis ojos se entrecerraron y mi boca se abrió, no pude evitar que mi cabeza cayera contra la pared, dejando al descubierto mi cuello. Todo mi cuerpo temblaba por la anticipación del inminente orgasmo. Pero, sin preverlo, Massimo redujo el ritmo, ganándose un gemido frustrado de mi parte. ―Por favor― jadee, casi de manera desesperada aferrándome a sus brazos y clavando mis uñas en su piel. ― ¿Por favor qué? ―volvió a clavar sus dedos en mí, hasta que me tuvo rendida prácticamente a sus pies―. ¿Por favor qué? ― repitió. El sudor me cubría la piel y mi cuerpo estaba a punto de convulsionar frente al orgasmo que estaba a punto de alcanzar. No podía más, no estaba segura de poder seguir soportándolo mucho más tiempo. Entonces, las palabras abandonaron mi boca, solas y sin permiso. ―Fóllame― jadeé. Mis uñas clavándose con más fuerza en sus brazos―. Por favor, fóllame. ―Eres tan jodidamente tentadora, conejita― se sacó la polla dura de los pantalones, y saco sus dedos de adentro mío. me levanto y engancho mis piernas alrededor de mi cintura―. Que es imposible contenerse contigo. Colocó la punta de su polla en mi entrada y espero un latido antes de hundirse dentro mío de un solo golpe. Estaba tan mojada que no le costó nada introducirse dentro de mí. Sin embargo, aún no me acostumbraba a su tamaño y podía sentir como mi coño se estiraba a su alrededor. ―Me estás matando― gimió. Dejo caer su frente contra la mía y cerré los ojos. Sacó la polla hasta que solo quedó la punta, solo para volver a meterla otra vez de golpe. Y otra vez. Y otra vez. El ritmo era rápido, profundo y bestial. Me hacía tomar cada centímetro hasta que sus pelotas golpeaban mi piel y mis gemidos inevitablemente se convirtieron en gritos que no pude contener. ―Eso es conejita― empujo los bretes dejando que cayeran y desnudándome. Mis pechos rebotaban con cada embestida, mis pezones se movían por la excitación, y mi cabeza estaba embotada en el sinfín de sensaciones que me estaba haciendo sentir―. Grita para mí. Grita para que todos sepan a quien jodidamente pertenece. Bajó la cabeza y lamió y chupó mis pezones mientras follaba salvajemente dentro y fuera de mi coño. La visión de Massimo me seco la boca, era más animal que hombre, impulsado por nada más que una necesidad primaria de poseer hasta el último rincón de mi cuerpo y reclamarme ante el mundo. Y lo hacía tan profundamente que estaba segura que nunca, en esta vida, podría sacarlo por debajo de mi piel. Un trueno retumbó en la distancia, amortiguando los sonidos de mis gemidos y gritos. De golpe la tormenta se desato y golpeo con fuerza contra los ventanales. Igual a la tormenta que se había desatado en las paredes de esta habitación. ―Massimo. Oh, Dios― sollocé casi desesperadamente―. No puedo... necesito... ― ¿Qué necesitas, conejita? ― Rozó sus dientes sobre mi pezón―. ¿Necesitas correrte? ―S-sí. ― mi voz, salió como medio una súplica, medio un gemido. Estaba hecha polvo. Con el pelo revuelto, la cara manchada de lágrimas, la piel resbaladiza por el sudor y caliente por la excitación. Levantó la cabeza y arrastró su boca por mi cuello hasta llegar a mi oído, donde me susurró… ―Córrete para mí, esposa mía. Me pellizco un pezón y me penetro con más fuerza, exploté de manera instantánea en un grito que me sonó increíble incluso a mí. Los truenos volvieron a sonar, esta vez más cerca. Con mayor fuerza y gran intensidad. Sin salir de adentro mío, me llevo hasta la cama, apoyándome en ella con una delicadeza que contrastaba con la brutalidad anterior. ―Esta noche apenas acaba de empezar, esposa ―susurró en mi oído, su voz grave y cargada de intención, enviando un escalofrío que recorrió mi columna. Esposa. La palabra resonó en mi mente como un eco, más pesada de lo que imaginé que sería. Yo era su mujer, y él era mi esposo. Massimo Berlusconi. El nombre que ahora estaba ligado al mío, el hombre que había reclamado mi vida de una forma que nadie más podría. Todo había cambiado con esas palabras, y lo sabía. No había marcha atrás. Su aliento cálido acarició mi piel mientras su mano permanecía en mi cintura, firme, como si estuviera reclamando algo que ya le pertenecía. Su proximidad era abrumadora, y cada fibra de mi ser estaba hipersensible a su presencia y a su cuerpo. No sabía si era miedo, deseo, o algo más oscuro lo que me hacía sentirme así. Una mezcla de emociones que no podía descifrar por completo, incertidumbre, ansiedad, pero también una chispa de algo que no quería admitir. Massimo se apartó ligeramente, solo lo suficiente para mirarme a los ojos, pero no lo suficiente para romper esa burbuja de intimidad que había creado entre nosotros. Su mirada era intensa, dominante, como si pudiera ver a través de mí, hasta lo más profundo de mis pensamientos. ― ¿Lo sientes? ― preguntó en un susurro, sus dedos trazando un lento círculo en mis labios hinchados por sus besos―. Esto es solo el principio. Mi garganta se secó, y sentí como mi pecho se apretaba. No podía responder, ni siquiera confiaba en mi voz para intentarlo. Estaba casada con Massimo Berlusconi. El peso de esa realidad era abrumador. No solo en papel, no solo ante los ojos de la ley, sino en todo lo que eso significaba. Lo había sentido durante la ceremonia, pero ahora, estando sola con él, lo comprendía de una forma que no había anticipado. Mis pensamientos se agolparon, recordándome todo lo que había cambiado en mi vida en tan poco tiempo. Todo lo que había dejado atrás para llegar hasta este punto. Había pasado de ser libre a pertenecerle, de decidir mi camino a tener que seguir el suyo. Massimo inclinó la cabeza, estudiándome como si estuviera esperando algo. No estaba seguro de qué, pero su mirada era penetrante, inquisitiva. Y yo, atrapada bajo ese escrutinio, solo podía sentirme más pequeña, más consciente de cómo toda mi vida había sido puesta de cabeza con este matrimonio. Mi cuerpo se estremeció cuando la bruma del orgasmo paso. ―No tienes que temerme, conejita ¿sabes? ― dijo con una sonrisa arrebatadora y que bordeaba lo siniestro. Su tono era tranquilizador, pero su presencia seguía siendo abrumadora―. Pero sí debes entender algo, eres mía, y yo soy tuyo. Eso significa todo en mi mundo. Su afirmación dejó poco espacio para cuestionar. Él no era un hombre que dejara las cosas a medias, ni alguien que aceptara la resistencia fácilmente. Y yo… yo era demasiado consciente de lo que significaba estar casada con un hombre como él. El silencio se alargó de alguna manera, íntimo. Mi mente seguía procesando sus palabras mientras mis sentidos no dejaban de registrar cada pequeño detalle, el calor de su cuerpo tan pegado del mío, el leve aroma de su colonia, el peso de su mano en mi cintura. Finalmente, rompí el contacto visual y miré hacia el costado, como si pudiera encontrar algo de claridad en la pared de la otra parte de la habitación. Pero Massimo no lo permitió. Levantó mi mentón con dos dedos, obligándome a mirarlo de nuevo. ―Esta noche― dijo, su voz baja y firme―, todo cambia. Lo sabes, ¿verdad? Asentí ligeramente, incapaz de decir nada más. Todo había cambiado, para siempre. Massimo Berlusconi era mi esposo, y yo sabía que mi vida jamás volvería a ser la misma.
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