Justo cuando pensé que todo había acabado para mí.
En ese mismo instante,
Alguien tiró de mí y caí al suelo.
Un cuerpo encima de mí me cubría de las tablas y trozos de metal que caían a nuestro alrededor. Se oyó otro crujido y el dichoso silbido de una cuerda, y otra parte de la tramoya se abalanzó sobre nosotros. Esta vez sí grité, y lo hice con fuerza y apremio.
Por suerte rodamos por el suelo, porque cayó un andamio justo donde habíamos estado. Volví a gritar, nos caímos del escenario.
Debajo de mí estaba Min Yoongi.
Sus brazos me apretaban con tanta fuerza que apenas podía respirar. Veía reflejada mi cara de horror en el cristal oscuro de sus gafas, que estaban a punto de caérsele.
Vi sus ojos: eran grises, de un gris que brillaba de una manera extraña, como si fueran de mercurio. Pero en cuestión de segundos, se convirtieron en color marrón oscuro.
Creo que el golpe me afectó a la visión.
Me miró y el tiempo se paró, sin más.
Su mano recorrió mis espalda hasta llegar a mi cuello y llevó mi cabeza al lado de la suya.
- ¡¿Están bien?! ¡¿Están heridos?!
El tiempo no se había atrevido a avanzar, asustado, pero cuando volvió a correr lo hizo con prisa, como queriendo recuperar el lapso perdido. El señor Webber corrió tan rápido como le permitían las muletas. Min me soltó, se colocó bien las gafas y me ayudó a levantarme. Todos se acercaron a ver qué había pasado y se creó un gran alboroto. Me fijé en el escenario, cubierto de maderas, cuerdas y piezas de metal, allí donde habíamos estado hacía unos segundos.
- ¿Seguro que están bien? – preguntó de nuevo el señor Webber.
Apenas pude asentir y miré a Min, que decía que sí con la cabeza mientras se levantaba con elegancia como si no hubiera pasado nada. El profesor suspiró aliviado.
Yo, por mi parte, no podía dejar de repetirme que Min Yoongi me había salvado la vida. Él pareció leerme los pensamientos, porque antes de que pudiera darle las gracias meneó la cabeza.
- No te hagas ilusiones, Ahn – dijo en voz baja para que no le oyera nadie más -, sólo fuiste mi buena acción del día, nada más. Olvídate de esto lo antes posible.
Pasó de largo y desapareció entre los demás. El señor Webber lo siguió con la mirada, sorprendido, hizo un gesto de incredulidad y se volvió hacia mí.
- ¿Seguro que está bien, Haneul? – volvió a preguntar.
- Sí – asentí de nuevo.
Tae y Jimin se pusieron uno a mi derecha y otro a mi izquierda, y Dahyun detrás, como para sostenerme en caso de que me desmayara.
- Bueno – dijo el profesor mirando el desbarajuste -, hemos acabado por hoy. Antes de continuar, alguien tendrá que venir a verificar que el teatro es seguro. Nos vemos en clase.
Todos recogieron sus chaquetas y mochilas entre murmullos y salieron a la calle. Al día siguiente todo el instituto sabría lo que había pasado, y me moría de vergüenza sólo de pensarlo. Quizá debería decir que me dolía la cabeza y no salir de casa durante los días siguientes.
El señor Webber me miró de arriba abajo, y después se dirigió a Jimin, a Tae y a Dahyun. – Ustedes tres quédense con ella, ¿vale? – dijo dándole dinero a Jimin -. Vayan a tomar alfo antes de volver a casa, y dejen que Yoongi los acompañe si quiere. Él también está algo conmocionado, como Haneul.
Los tres asintieron. Taehyung y Jimin me tomaron del brazo y salimos del edificio mientras Dahyun – muy a pesar de los chicos – iba a buscar a Min. Volvió con mi chaqueta y mochila, pero sola, cosa que no me sorprendió.
Me llevaron del brazo a un café a la vuelta de la esquina, aunque les aseguraba que me encontraba bien y podía caminar sola. Dahyun quiso un café con leche, los chicos se tomaron una Coca-Cola cada uno y a mí me pidieron un batido de chocolate. Apenas participé en la conversación, no podía dejar de pensar que un tipo que no me aguantaba me había salvado la vida, y lo peor no era eso, sino que Min estaba al otro lado del escenario cuando se me vino la tramoya encima. ¿Cómo pudo llegar hasta mí en tan poco tiempo?
Miraba mi reflejo en la cristalera del café e intentaba reproducir el momento imaginando la distancia que nos separaba. Por muchas vueltas que le diera no dejaba de parecerme imposible lo que había sucedido.
- ¿Visteis dónde estaba cuando se soltaron las tablas? – dije interrumpiendo su conversación, y me miraron interrogantes. - ¿Quién? – contestó Jimin jugando con una pajita – Min Yoongi.
Se miraron absortos y a la vez con gesto pensativo.
- No – dijo Tae frunciendo el ceño -, pero calculo que tenía que estar sobre el escenario. De repente lo vi a tu lado, se cayeron las cosas y un segundo más tarde caíais del escenario. – Los miré, Jimin asintió y Dahyun se encogió de hombros -. También vi cómo saltó – continuó -, te agarró y rodasteis por el suelo. Pensé que se te había caído algo encima porque re oí gritar. ¿Por qué lo preguntas?
Pues porque lo que había hecho Min era imposible, pero si se lo decía pensarían que me había dado un golpe en la cabeza y querían llevarme a un médico. O peor aún, al hospital.
- Por nada – dije con una sonrisa, insegura -, fue tan rápido que no podía acordarme y pensé que vosotros me lo podríais explicar. No importa.
Jimin y Tae, comprensivos, asintieron, y Dahyun me acarició el brazo. Consiguieron que me sintiera peor, ya que al fin y al cabo les acababa de mentir. Di un trago a mi batido, que ya no estaba frío y no estaba tan bueno. No podía quitarme esa idea de la cabeza, sólo quería convencerme de que mis sentidos me habían engañado. Eché un vistazo a mi reloj, era un poco más tarde de las ocho. ¿Y si el señor Webber todavía estuviera en el teatro? Quizá tenía suerte, por lo menos tenía que intentarlo. Me miraron sorprendidos cuando me levanté. Tae, que pensaba que quería irme a casa, se ofreció a llevarme, pero lo rechacé.
Tenía otros planes.
La oscuridad y el silencio reinaban en el teatro. Tampoco había luz en las ventanas de los edificios de alrededor. El señor Webber, como era de esperar, se había marchado, y la puerta estaba bien cerrada. Alumbré la fachada con la linterna que se había ido a buscar al coche. ¿Y si volviera al día siguiente con las llaves? Las podría pedir. No me pareció buena idea. De pronto vi la moto negra de Min al lado de la escalera de entrada. Todavía andaba por allí, pero ¿dónde? ¿En el teatro? Desde fuera no se veía ninguna luz. A lo mejor estaba por allí cerca, hay un bar por esta zona, pero no creo que hubiera dejado su moto allí sola, ¿no? Esa parte de la ciudad no tenía buena fama, la gente la evitaba. La Fireblade estaba en la parte de la entrada más alejada de la calle, y para poder verla, había que subir la escalera. Me distancié un poco y observé la fachada del teatro.
Todo tan oscuro y tranquilo, no había nadie. Lo mejor sería que me fuera y preguntarle al día siguiente a Min cómo lo había hecho, o pedirle la llave al señor Webber.
Cambié de idea cuando casi había llegado la calle principal. No podía con esa sensación, no podía quitármelo de la cabeza, tenía que saberlo en ese momento. Me di la vuelta decidida y volví a alumbrar la fachada. Debajo del tejado había dos ventanucos, pero estaban demasiado altos como para alcanzarlos sin ayuda. Más adelante, entre el teatro y el edificio de al lado, había un paso estrecho. Quizá hubiera ahí o en la parte de atrás una escalera de emergencia. Me aseguré de que nadie anduviera por allí:
>. Por un titular así mi tío me llevaría a un pueblo mil veces más aburrido que este y dejaría que me pudriera allí el resto de mis días. Me metí en el callejón y alumbré los viejos cubos de basura. Detrás de ellos se movió algo y tropecé con unos ojos brillantes. Un gato salió de su escondite y desapareció en la oscuridad. Suspiré y seguí caminando. Detrás del teatro había una escalera de emergencia, pero estaba tan oxidada que preferí escalar la pared antes que confiar en su resistencia.
Justo debajo de la escalera había una pequeña ventana entreabierta. Mi corazón latía con fuerza y mis manos estaban frías y húmedas. Ignoré la débil voz en mi cabeza que me decía que lo dejara para el día siguiente y busqué algo en que subirme para llegar a la ventana. Evitando hacer ruido, coloqué un cubo de basura y me subí en él, abrí la ventana e iluminé el cuarto. Estaba lleno de cajas y de muebles cubiertos de sábanas polvorientas. Eché un último vistazo a la calle antes de colarme dentro. Un viejo sofá me dio la bienvenida al amortiguar mi entrada. Crucé la habitación abriéndome paso a través de muebles viejos y me disponía a salir cuando vi un rayo de luz y algo que se movía.
Me quedé inmóvil y dejé de respirar hasta que me di cuenta de que había sido un espejo sin cubrir; me había asustado de mí misma. Salí del cuarto echándome en cara mi miedo infantil. Eché un vistazo al pasillo. ¿Estaba alucinando o alguien tocaba...el violín? No cabía duda. Aunque estaba lejos, la música me llegaba suave, dulce y apasionada. La intensidad fue in crescendo y desembocó una rabia, amargura y desesperación. Me dieron ganas de salir huyendo, pero la melodía suave y dulce volvió.
De repente se hizo el silencio. Que yo supiera no había fantasmas en el teatro. ¿No sería Min Yoongi quien tocaba el violín? Sólo pensarlo me hizo gracia. Recordé que había encontrado uno, y además su moto estaba en la puerta. Volvió a sonar la música y la curiosidad se apoderó de mí.
Tenía la linterna, que en caso de emergencia podía ser una arma.
Poco a poco abrí una puerta y eché un vistazo, estaba a oscuras. Encendí la linterna sólo un momento para orientarme, para poder salir sin que me vieran en caso de que no fuera Min; la luz podría delatarme.
Debía estar en la parte trasera del teatro, seguramente en los camerinos. El pasillo estrecho me llevaría hasta el escenario. Encendí y apagué la linterna y seguí avanzando a tientas. Estaba completamente a oscuras, incluso después de doblar una esquina y que me pareciera ver el escenario. En ese momento era demasiado arriesgado encender la linterna, no pasaría desapercibida desde la parte delantera. Cuanto más me acercaba, mejor distinguía las siluetas de los objetos y muebles que allí había. La luz de la luna entraba tímidamente por la cúpula. La música volvió a silenciarse y me quedé quieta, escuchando el silencio. No se oía nada, ni un paso en el escenario, ni una respiración.
Seguí avanzando, con cautela.
Una mano me agarró del cuello y me empujó contra la pared. Se cayó un cuadro y se rompió en pedazos. Mis pies no tocaban el suelo. Intenté pegar a mi agresor con la linterna, pero me agarró de la muñeca y me estranguló con más fuerza. Mi grito se convirtió en un jadeo.
¡Hasta aquí el capítulo!
Espero que lo disfrutéis muchísimo.
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Muchas gracias por el apoyo.
Historia adaptada.
Original:
El beso del vampiro, por Lynn Raven Alemania.
(España en 2008)