Las lecciones de la princesa han comenzado. Mi padre se esmera en que ella obtenga todo el conocimiento posible, y yo trato de adoptar mi papel de la misma forma. Mientras las enseñanzas se suceden una tras otra, la princesa muestra una diligencia que envidio. Su determinación es tan clara como el cielo despejado en una mañana de invierno. Cada palabra que mi padre pronuncia, cada gesto que hace, es absorbido por ella con una intensidad que me hace sentir insignificante.
Me encuentro en una esquina de la sala, intentando concentrarme en mi propia tarea, pero mi mente está a kilómetros de distancia, vagando por los laberintos de mis pensamientos. No puedo dejar de pensar en Izaro, en nuestras conversaciones y en lo que sucedió. Mi corazón late con fuerza cada vez que su nombre cruza mi mente, pero la razón me recuerda constantemente el abismo que se abre entre nosotros. Han pasado más de dos semanas desde entonces, no nos hemos visto, y la incertidumbre se apodera de mí. ¿Cómo podría saber si estoy embarazada en estas circunstancias? Mi periodo está previsto para inicios del próximo mes, pero para eso falta aproximadamente una semana.
La tensión en mi pecho crece con cada día que pasa. La incertidumbre y el temor se entrelazan, creando un nudo que parece no deshacerse. Observo a la princesa día tras día, tan concentrada, tan segura de sí misma, y me pregunto cómo sería llevar una vida donde todo está planificado, donde no hay lugar para la duda. Ella sigue cada instrucción de mi padre con una dedicación implacable, mientras yo me siento como un espectro en la habitación, presente solo en cuerpo, pero con mi mente atrapada en un torbellino de emociones.
Debería sentirme honrada de que el futuro rey de este imperio me haya propuesto escaparme con él, pero mis sentimientos abarcan todo lo contrario. Me desagrada que esa sea la única forma. Lo único que puede ofrecerme, como si yo no valiera nada, pero sabiendo que decidir dejarlo todo por mí lo significa todo para él.
Izaro… él ya no me mira. He estado presente en los encuentros cordiales que ha tenido con la princesa Seraphine, han tomado té, han caminado por los alrededores, incluso han salido del palacio para que ella pueda conocer mejor el entorno que la rodea y se sienta a gusto. Todo conmigo, a varios pasos detrás, como la sombra que nunca lo arropa, que nunca lo toca.
Soy codiciosa.
—Es todo por hoy, ha hecho un buen trabajo, su alteza —mi padre elogia como es costumbre, pero a pesar de que lo hace desde el primer día sé que sus palabras son honestas.
—Todo es gracias a tan claras y precisas lecciones, muchas gracias por compartirme su sabiduría, señor Riquelme —responde con glacial gracia.
Mi padre se inclina en respuesta. La princesa se dispone a salir y yo detrás de ella, a su segunda responsabilidad del día. Su encuentro con su prometido. Se ven cada día, una hora por la mañana, platican, se conocen, se ríen sutilmente. Nunca escucho las conversaciones, no porque no quiera, sino porque debo mantener mi distancia.
—Quiero cambiarme antes de mi encuentro con mi prometido —me hace saber la dirección de nuestros pasos.
Mientras acompaño a la princesa a sus aposentos, noto que su expresión ha cambiado ligeramente. Aunque sigue siendo fría y calculadora, hay algo más en su rostro, una determinación que no había visto antes. Me pregunto qué puede estar pasando por su mente, pero antes de poder preguntar, ella misma rompe el silencio.
—Izaro… —comienza, hablando lentamente, como si estuviera evaluando cada palabra—. Supongo que, siendo el hombre con el que me casaré, no tiene sentido mantenernos distantes.
Su tono es desapasionado, más práctico que romántico, lo que me sorprende y me inquieta al mismo tiempo.
—¿A qué se refiere, su alteza? —pregunto, aunque ya me imagino por dónde va. La frialdad habitual en sus palabras solo me confirma que para ella, todo esto es un deber, un trámite.
Seraphine se mira en el espejo mientras continúa.
—Seré su esposa, eso no cambiará. No es como si tuviera otra opción. —Suspira ligeramente, como si acabara de aceptar una realidad que había intentado evitar—. Así que, si debemos casarnos, sería más fácil si nos lleváramos bien. No tiene sentido prolongar esta distancia. Al final del día, el futuro del reino depende de nosotros.
Sus palabras resuenan en mi mente como un eco amargo. Ella no está interesada en él de una manera romántica, pero entiende que su destino está sellado. Para Seraphine, todo es una cuestión de deber. No hay amor en sus palabras, solo una fría aceptación de lo inevitable.
—He decidido que debo ser más… cercana a él —continúa mientras ajusta un broche en su vestido—. No por amor, claro está, sino por conveniencia. Será más fácil para ambos si logramos una relación cordial y… más íntima.
Mi corazón se hunde al escuchar esto. No porque crea que Izaro esté enamorado de ella, sino porque sé que, aunque él solo está siendo amable, la cercanía entre ellos es inevitable. Ella tomará el control de la situación, decidida a cumplir con su papel como futura reina, y yo seré una simple espectadora.
—Izaro es atento y educado, pero no hemos tenido la oportunidad de conocernos realmente. Supongo que debo hacer un esfuerzo en ese sentido —añade Seraphine, con una calma que me resulta insoportable.
Termino de ayudarla a cambiarse, mi mente llena de pensamientos contradictorios. La princesa no siente nada profundo por él, pero está dispuesta a acercarse a Izaro porque es lo que se espera de ella. Y aunque Izaro solo está cumpliendo con su deber, no puedo evitar sentirme celosa al imaginar lo que está por venir.
Acompaño a la princesa hacia el salón donde Izaro ya la espera, como siempre, impecable. Cuando él la ve entrar, se inclina ligeramente, manteniendo esa cortesía que me parece cada vez más insoportable. Seraphine se detiene frente a él, y por primera vez, noto que ella hace un esfuerzo consciente por sonreírle de manera más cálida.
—Izaro —lo llama suavemente—, creo que deberíamos aprovechar más nuestro tiempo juntos. Después de todo, pronto seremos marido y mujer. No tiene sentido que nos tratemos como extraños.
Izaro la mira, sorprendido por la propuesta, pero asiente cortésmente. Su rostro no refleja ninguna emoción intensa, solo la misma amabilidad de siempre. Para él, todo esto es parte del protocolo. Sin embargo, la manera en que ella da ese paso hacia él, con una mezcla de pragmatismo y aceptación, me hace sentir un nudo en el estómago.
Me retiro unos pasos, sabiendo que, aunque para Seraphine solo sea una cuestión de conveniencia, la cercanía entre ellos será inevitable. Y yo seguiré aquí, observando desde la sombra, incapaz de hacer nada al respecto.