El lunes por la mañana, Gia corría de un lado a otro terminando de alistarse porque se había levantado muy tarde por desvelarse viendo películas porque su madre no había vuelto del viaje todavía pues la capacitación se extendió hasta el domingo por la noche y volverían hasta ese mismo día a media mañana; le habían pedido que se quedara en casa para que fueran ellos quienes les explicaran a las profesoras el porqué no llegaron a estudiar, sin embargo, eso fue lo que apuro mucho más a Gia en salir de apartamento casi que corriendo a tropezones. Salió del edificio corriendo hacia la parada de buces saludando como siempre a las damas mayores que se juntaban a pasear a sus perros miniaturas y a echar cotilleo, mientras corría hacia la parada se detuvo en seco sintiéndose observada y perseguida, volteo muy indiscretamente buscando a quien podría estarla viendo, pero no había nadie cerca de ella, los carros pasaban y todo parecía normal, así que continuo corriendo hasta que llago a la parada justo antes de que el autobús llegara.
Era quizás la primera vez que a pesar de haberse levantado tarde llegaba bastante a tiempo, saludo a los vigilantes, personas de limpieza y profesores que se encontró por el camino hacia su salón, pero entonces se topó de frente con la consejera, iba a esconderse para no hablar con ella, sin embargo, la señora ya la había visto y no tuvo más que acercarse a hablar con ella.
– Vienes muy sonriente hoy. – comento la mujer.
– Si, también vengo un poco tarde. – largo un suspiro cansado pues había ido corriendo.
– Espero que vayas a mi oficina cuando las clases terminen, tenemos muchas cosas de que hablar. – la vio quitarse una haza de la mochila para rebuscar en uno de los bolsillos.
– Si está bien, aunque preferiría hablar con la psicóloga del colegio. – saco una bolsa de bollitos y la dejo entre sus dientes para cerrar el bolsillo.
– Llevo mucho tiempo tratando de que vayas con ella ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? – fijo su mirada en los nuevos llaveros que llevaba.
– No lo sé, hay cosas que pasan y te hacen cambiar de opinión, circunstancias paradójicas que nos hacen cambiar la forma de pensar cerrada. – abrió la bolsa para comerse rápido su bollito con azúcar glas por encima y dulce de leche adentro.
– Bueno, cuando termines las clases vas a mi oficina y te llevaré con ella... – la mujer estaba más que sorprendida por aquel cambio tan repentino – ¿Hay algo de lo que quieres hablar? Siento que estás muy extraña, tu aura es diferente e incluso te has arreglado un poco más. – no solía llevar nada de decoración en el cabello y ese día sí, llevaba unas pinzas de flotes.
– Yo tengo que entrar, tengo mi primera clase con la profesora Volkova, no le gusta que entremos tarde a su clase. – paso la lengua por sus labios retirando la azúcar de ellos.
– Gia... – la llamo antes de que siguiera caminando – No sé que te haya hecho cambiar, pero me alegra mucho que tomaras la decisión de avanzar. – la vio asentir con una sonrisa forzada.
Entro justo a tiempo de que la profesora llegara y apenas la mujer abrió la puerta se metió a la boca todo el pedazo que le quedaba de bollo, casi se atraganta, pero consiguió bajarlo con un poco de agua y ese día la profesora decidió ponerlos a trabajar en equipos, en otras circunstancias Gia hubiese hecho el trabajo sola a pesar de ser invitada a algún grupo, pero en esta ocasión fue ella quien observo a su alrededor buscando a un grupo que le faltara un integrante y cuando lo encontró las chicas muy sonrientes la invitaron a unirse con ellas, hasta la profesora se quedó sorprendida de verla convivir con sus demás compañeras como una jovencita normal y no el ogro que habían conocido cuando comenzó el ciclo escolar que siempre estaba seria e incluso la había visto retar a más de un profesor.
Fue un día extraño para todos porque vieron a una Gia diferente y es que realmente quería salir del agujero en que había caído después de haber sido arrancada de su estabilidad tras haber atravesado momentos amargos, al término de las clases fue a buscar a la consejera y la psicóloga ya la estaba esperando en su oficina, el haber rescatado a un hombre joven en medio de un callejón desolado era algo que iba a guardar en secreto porque en la mente de cualquier persona racional hubiese sido una locura y en un mundo frío una vida más o una vida menos todos serian capaces de vivir tranquilamente con su conciencia; Gia no era una mala persona y comenzó a pensar que lastimarse a sí misma la convertía en una persona terrible haciéndola repensar también en la pregunta principal ¿Valía la pena cortarse? La psicóloga respondió esa pregunta cuando ella se la hizo, no era algo razonable, pero tampoco la hacían una terrible persona, sin embargo, si una adicta al placer insano del dolor para mejorar su estado anímico en lugar de asistir a terapia.
– Gia, llegas tarde. – dijo su madre cuando la escucho entrar.
– Si, me quede hablando con la psicóloga. – respondió al verla asomarse por la sala.
– ¿Ahora si has aceptado que estás loca? – pregunto Kenia con burla.
– Eso no es así. – Robert la regaño por ser tan insensible.
– No estoy loca y es de sabios reconocer cuando necesitas ayuda de alguien más, pero va a ser difícil que alguien con la visión tan corta y la mente hueca va a comprender. – Gia la ataco de la misma forma.
– Hija por favor, sabes que le gusta jugar, no tienes que ser tan cruel con ella ni ofenderla de esa manera. – su madre la reto.
– Da igual, me voy a mi cuarto. – rodó los ojos.
– Cámbiate de ropa y vienes a cenar, te estábamos esperando. – a veces Robert se esforzaba de más por incluirla en sus cosas solo por culpa de que fue por su causa que Gia estaba en ese estado tan depresivo.
– No voy a comer con ustedes, gracias. – fue directo a su cuarto, se encerró con todo y pestillo.
Había comprado comida para cenar, hace mucho que tenía ganas de una hamburguesa con pepinillos extras, mucho queso y papas francesas con mucha salsa de tomate, su madre la quería controlar en todo y más en los temas de alimentos pues decía que tenía unas libras de peso extra, pero Gia siempre se las ingeniaba para guardar dinero y comprarse lo que más le gustaba como el bollito del desayuno, además aprovechando el dinero extra que había recibido se compró lo que más se le había antojado para esa noche.
Su voluntad por querer cambiar no fueron solo palabras pasajeras, durante esa semana se la paso asistiendo con la psicóloga y esforzándose por convivir un poco más con sus compañeros a pesar de que era difícil sobreponerse a los bajones de ánimo que llegaban tan repentinamente, también era difícil no dejarse seducir por las ganas de lastimarse en las noches mientras cepillaba sus dientes frente al espejo y se culpaba de ser tan débil al, de ser tan fea, de ser una loca, todos en la familia veían sus cicatrices y las ignoraban porque no sabían ni que hacer o que opinar, preferían ignorar lo que Gia hacía a afrontar su problema y no los culpaba porque a veces ella tampoco sabia ni que hacer. A dos semanas del rescate de aquel hombre Gia se estaba preparando para ir al colegio como siempre, saco un bollito de la alacena y lo guardo en su mochila como bocadillo durante el receso pues ese día si tomo su desayuno como debía ser.
– Gia... – su madre la llamo – Hoy que es viernes estaba pensando que podríamos ir de compras, mañana hay una cena en la empresa de tu padre y quiero buscar un vestido bonito ¿Qué dices? – sonrió esperando que su hija se emocionara.
– Digo que te lleves a las hijas de tu esposo, te dije que hoy iría a la universidad a pedir el prospecto de clases. – acomodo la mochila en sus hombros.
– Podemos ir a buscarlo el lunes, una tarde de madre e hija no nos caería nada mal, te podría comprar las botas que viste en la revista. – sonrió esperando sobornarla.
– ¿Has estado revisando mis cosas de nuevo? – Gia tenía un cuaderno de caprichos por cumplir – No importa, esas botas me las voy a comprar mañana, te dije que ya había conseguido trabajo en una cafetería los fines de semana y me pagan los dos días de trabajo más las propinas que gano, con el sueldo pasado y el del domingo voy a poder comprarlas por mi cuenta, además entre más pronto te presente un título universitario más pronto dejaré de ser una secuestrada. – rodó los ojos al ver el disgusto en la cara de su madre.
– ¡Estoy harta de que te la pases hablando de la misma mierda! – Lilia le grito bastante feo en ese momento – ¡Tu vida está en Rusia, tu familia está en Rusia, todo lo tienes aquí y no sé por qué demonios sigues pensando en volver al lado de ese fracasado que solo te dará una vida de miserias! – apretó con mucha fuerza la toalla que tenía en las manos.
– Esta es tu vida, no la mía... – Gia ni se inmutó – Mi vida estaba al lado de Mario y tú me la arrebataste por un capricho de vida familiar al que yo no quería pertenecer, pero me has obligado a estar en él en lugar de dejarme ser libre. – vio a Robert entrar a la cocina pues había escuchado a su esposa enojarse.
– ¿De verdad crees que él te va a esperar la vida entera? ¡Apostaría todo lo que tengo a que ese bueno para nada ya tiene una nueva novia y tú de estúpida cortándote las venas por él, eres tan idiota que te lastimas por una mierda que ni dinero tiene! – le aventó la toalla a la cara con mucha fuerza.
– ¡Lilia por favor, no digas esas cosas! – Robert le tomo los brazos tratando de que entrara en razón.
– No culpes a Mario por eso porque tú eres la principal razón por la que corto mis venas y por las noches tomo pastillas para dormir, tú eres la razón por la que conseguí un trabajo y por la que prefiero pasar en la calle haciendo cualquier cosa antes que en casa escuchándote repetir la misma mierda de que somos una familia perfecta, espero que no te vayas a sorprender cuando un día no vuelva a esta maldita casa y sobre mi ataúd no quiero ni una sola flor. – tras sus palabras se dio media vuelta y si fue.
– Gia... – a Lilia le dolieron esas palabras que fueron una reacción a su ataque – ¡Gia regresa! – la persiguió hasta afuera del apartamento – ¡Gia, por favor, regresa! – se le quebró la voz cuando la vio correr por las escaleras hacia abajo.
No tenía por qué quedarse, además ya se le iba haciendo tarde para el instituto y de nueva cuenta al salir del edificio vio a sus vecinas, pero esta vez no hubo un saludo de buenos días porque ni siquiera volteo a verlas, en el autobús mantuvo la cabeza recostada al cristal y al llegar paso directo a los baños; tenía ganas de hacerlo, era una drogadicta que había caído en desesperación por querer consumir una dosis a pesar de estar en rehabilitación, se lavó el rostro con agua fría intentando que el deseo desapareciera, pero al final fue más grande que su voluntad por mejorar y se metió a uno de los cubículos donde libremente pudo sacar una hoja de afeitar que guardaba entre sus cosas de higiene personal, quizás si lo hacía en los dedos no habría marca visible de la que se quejaran, comenzó en el meñique de la mano izquierda y el dolor se extendió por su brazo, pero no fue suficiente y rajo las yemas de todos sus dedos hasta que por fin pudo sentirse bien, solo que hubo un detalle en el que no pensó y era en toda la sangre que salió, con papel higiénico limpio el suelo antes de salir a lavarse, el agua fría ayudo a que la sangre dejara de ser tan fluida, pero unas chicas entraron al baño cuya sonrisa se les esfumó al ver el agua del lavamanos roja; Gia ni volteo a verlas, termino de lavarse y se secó las manos con toallas de papel, tomo unas cuantas más por si seguía sangrando y se fue a su salón como si nada hubiera pasado.
Mientras recibía su clase arte estaba observando como las yemas de sus dedos estaban un poco rojas y la sensación era diferente pues le seguían doliendo cada una de las cortadas, era una dosis de dolor que se iba distribuyendo de poco a poco, estaba enferma definitivamente; salió de sus pensamientos cuando la profesora la llamo para que le ayudara pues era la única que no estaba en pareja o trío trabajando, Gia se levantó del asiento y fue a ayudarla a cortar unos papeles con una navaja pues debía repartirlos a los demás, en su distracción hablando con la profesora movió la navaja y se hizo un tajo profundo en la palma de su mano izquierda que iba desde el centro hacia afuera bajo el dedo meñique, la pobre profesora casi se desmalla al ver la sangre caer de la mano de su alumna y en todo el salón se hizo un escándalo mientras que Gia mantenía la calma; acepto el pañuelo de uno de sus compañeros y envolvió su palma pidiendo permiso para ir a la enfermería solo para fingir un poco, la profesora la acompaño e incluso llamaron a la directora.
– Gia ¿Qué te paso? – pregunto la consejera que se enteró del incidente.
– No me fije y me corte. – se quitó la gasa para mostrarle el corte.
– ¡Por Dios! – era más grande de los que ella se hacía en las muñecas.
– Todo fue mi culpa, yo le estaba hablando y por mi culpa se distrajo. – la profesora era bastante nerviosa.
– Es solo un corte, no me voy a morir por eso. – no se había muerto por rasgarse las venas a lo bruto, mucho menos por algo así.
La enfermera le vendo la palma entera después de cerrar la herida con cintas especiales, la directora informo a Lilia del accidente para curarse de demandas, al estar bien no le dieron la salida del instituto y tampoco es que ella lo quisiera, termino las clases como si nada a pesar de que ese corte si era algo que le estaba punzando demasiado, pero nada que no hubiese experimentado antes; lo más grave que le había ocurrido en sus momentos donde más mal se encontraba fue desmayarse por la perdida de sangre, pero siempre terminaba despertando sintiendo su cuerpo frío y lánguido que era incapaz de controlar correctamente hasta que su cuerpo se recuperaba. El timbre de la salida sonó y Gia como todos los estudiantes salió, iba pensando en ir a la universidad para retirar el prospecto y escoger la carrera con la que finalmente iba a ser libre de las quejas de su madre.
– ¡Gia! – una de sus compañeras le grito haciendo que se detuviera antes de salir finalmente del instituto.
– ¿Qué pasa? – vio que en sus manos llevaba algo.
– Es que se te cayó esto de la mochila. – era el llavero de guitarra, lo usaba por si llegaba a encontrarse con Vitya.
– Muchas gracias. – tomo el llavero y lo guardo en el bolsillo de su falda.
– ¿No te gustaría acompañarnos a comer helado? – pregunto la chica con un poco de nervio.
– Gracias, pero tengo diligencias que hacer. – no quería colarse en un grupo de amigas ya establecido.
– Oh, está bien, espero que puedas en otra ocasión. – asintió un poco cabizbaja como si realmente le hubiese ilusionado que Gia aceptara su invitación.
– Nos vemos el lunes. – ella siguió su camino.
Los alumnos que ya habían salido y estaban perdiendo el tiempo hablando en grupitos sobre la acera se vieron deslumbrados por un Lamborghini descapotable en color n***o que lentamente entro a la calle que los padres o choferes tenían habilitada para recoger a los alumnos y como todos, Gia también volteo a verlo e incluso paso a estacionarse unos metros por delante de ella, no dejo de caminar, pero se rio cuando imagino que de él bajara aquel hombre joven del basurero con esa sonrisa extraña en sus labios y estando ya más recuperado, sin embargo, su andar se frenó en seco cuando levanto la mirada nuevamente hacia el auto, ya que de este había bajado el amigo del hombre, el que tenía los iris de colores diferentes.
– Hola. – la saludo una vez estuvo más cerca.
– Hola. – Gia se puso nerviosa pues el hombre llama demasiado la atención hacia él por la forma en que estaba vestido, su joyería y aparte sus ojos.
– ¿De casualidad en tu casa no quedo un llavero en forma de granada? – pregunto notando su incomodidad.
– Sí... – se quitó una haza del bolsón para quitar los dos llaveros – Decidí usarlos por si volvía a toparme con Vitya y así podía devolvérselos. – los entrego a Jonathan y saco el otro del bolsillo.
– Muchas gracias, pero me dijo que te quedaras con los estos, solo le interesa este. – le mostró la granada, era una USB y Gia ni en cuenta.
– Gracias... – le habían gustado todos y no se iba a negar a quedárselos – ¿Cómo está? – pregunto mientras los volvía a poner en su mochila.
– Bien, la mayoría de las cortadas ya sanaron y hubiese venido él, pero en estos momentos está en Kazán resolviendo sus problemas familiares, así que me pidió el favor que viniera a buscarte. – Jonathan sonrió al tiempo que guardaba el llavero en el bolsillo de su pantalón.
– Me alegra que esté bien, le da mis saludos por favor. – Gia hizo una ligera reverencia pensando en seguir su camino.
– Vamos, te llevo a casa. – la tomo suavemente del brazo antes de que se alejara corriendo.
– Gracias, pero no voy a casa, voy a la universidad. – vio el auto y solo por la anécdota le hubiese gustado subir a uno de esos.
– Te puedo pasar dejando ¿A qué universidad vas? – era lo mínimo que podía hacer por ella después de haber guardado ese tesoro.
– A la universidad politécnica Pedro el Grande. – respondió Gia.
– Está bien, vamos, te iré a dejar. – la animo a ir con él con una sonrisa amistosa.
Gia lo medito unos segundos, alguien con tres dedos de frente no se subiría al coche de un desconocido, pero si quisiera hacerle daño no sería tan amable así que termino accediendo a ese aventón gratuito y también por la curiosidad de saber lo que se sentía ir en un auto de lujo; el juicio de Gia era bastante cuestionable, pero que se le iba a hacer, confiaba demasiado rápido en las personas que le inspiraban a confiar y estaba consiente que un día eso le causaría problemas. La velocidad a la que podía ir aquel auto fue una descarga de emoción deslumbrante para Gia y fue divertido ver su cabello alborotarse con el viento, Jonathan no le dijo nada durante todo el trayecto, se mantuvo con la vista en la carretera mientras ella gozaba el paseo, aunque si la veía de vez en cuanto pensando en que si no hubiese sido por la obsesión que nació en su amigo no hubiesen descubierto que Gia era quien tenía la USB y que la información podía recuperarse.
– Muchas gracias por traerme. – dijo Gia abriendo la puerta una vez él estacionó.
– No hay de qué. – asintió mientras se contenía la risa con la forma tan cuidadosa en que ella cerraba la puerta.
– Tenga cuidado y no se le olvide saludar a Vitya. – volvió a insistir en eso.
– Yo lo saludo, adiós. – puso en marca el auto de nuevo y se perdió de la vista de ella doblando por una esquina.
Compro el prospecto en la secretaria de la universidad y mientras revisaba la duración de las carreras sentada en la parada de autobuses se dio cuenta de que no importaba lo que estudiara, pasaría cuatro años más prisionera de San Petersburgo y bajo el techo de su madre incapaz de volver al lado del chico de sus sueños que cabía resaltar sus correos cada vez eran más esporádicos porque estaba estudiando la universidad, pero Gia seguía manteniendo la esperanza y creyendo en sus palabras de que la esperaría hasta que volviera, busco la dirección exacta de la universidad estatal y pidió un taxi para que la llevara pues era mala guiándose con direcciones, pensó en optar por una licenciatura en psicología, así podría tener un poco más de oportunidades en conseguir un trabajo o quizás hasta montar su propio consultorio.