Dos días después me sorprendo al recibir una llamada del señor Harry citándome en la empresa de Wolf.
Una parte de mí me dice que no es buena idea. Sin embargo, la parte lógica me recuerda que no estoy para ponerme mis moños y si el estirado de Ian Wolf decidió darme un trabajo no seré yo quien lo rechace.
Tengo mi turno en la clínica de reposo por la tarde, así que me voy ataviada con mi uniforme.
Me recojo el cabello en una coleta y luego de aplicarme un suave y casi imperceptible maquillaje, tomo mi bolso y salgo de mi departamento rogando no encontrarme con el señor Sandoval.
Tomo el autobús y luego de un recorrido de casi cuarenta minutos estoy entrando por las puertas del lujoso edificio Wolf.
La recepcionista me ve mal cuando me detengo frente a ella.
—Buenos días, vengo a ver al señor Harry de recursos humanos.
—¿Señorita Bennett?
Asiento.
—Suba al último piso y diríjase a la sala de juntas —espeta sin siquiera darme una segunda mirada.
—Pero…
—Que tenga un buen día —me corta al tiempo que me entrega el gafete de visitante.
Le doy una sonrisa de dientes antes de alejarme a los elevadores.
Subo al elevador y luego de que el ascensorista pulsa el piso que le digo.
Se me hace eterno la llegada al piso.
No me pasa desapercibido como me miran las personas que suben al elevador mientras nos detenemos en algunos pisos. Todos visten en su mayoría de n***o y eso aplica para hombres y mujeres.
Al llegar a mi piso que me corresponde bajo.
En el vestíbulo me espera una mujer que lleva un vestido n***o, por debajo de las rodillas, corte redondo, manga corta y zapatos de tacón.
—Señorita, Bennett —me da una sonrisa —Sígame por aquí, por favor.
El señor Harry me está esperando.
No dice nada, solo continua su camino y la sigo sintiéndome algo cohibida por su silencia.
Tomamos uno de los pasillos y me tenso cuando pasamos frente a la oficina del imbécil de Wolf. Sin embargo, para mi alivio, continuamos y se detiene unas puertas más adelante.
Ella abre la misma.
—Siga, por favor.
Con mi mejor sonrisa y actitud entro a la sala, la que muere al ver quien está sentado en la mesa.
Detrás de mí se cierra la puerta.
—No es cierto —susurro.
—Veo que no estás feliz de verme de nuevo.
—La verdad es que no pensé verte otra vez —me aclaro la garganta —Creí que el señor Harris quería verme.
Ian Wolf me mira desde su lugar.
Sé que me estudia.
Me juzga.
El hombre viste un traje a medida, color n***o. Su mirada oscura es fría e imperturbable.
—Siéntate, Brooke.
Sus palabras son en un tono bajo y medido.
«Ian es el paquete completo de lo que las personas pueden imaginar de un tiburón como él.»
Frío, calculador y todo debe hacerse a su ritmo y bajo sus condiciones.
La cicatriz en su rostro solo le añade un toque fiero.
Se aclara la garganta.
— ¿Vas a tomar asiento o pasarás toda la reunión viendo mi rostro fijamente?
Respiro profundo antes de decir lo que pienso.
De mala gana hago lo que me pide y me siento unas cuantas sillas alejadas de él que preside la mesa.
—Te estarás preguntado, ¿por qué te cité aquí?
—Exactamente, señor Wolf.
—Ian.
Lanzo un suspiro dramático.
—Me gustaría ir al grano, ya que tengo que ir a trabajar —sonrió con sarcasmo —Ya sabe, los mortales si laboramos.
Me da una extraña sonrisa antes de deslizar una carpeta que está sobre el escritorio.
—Brooke Bennett. Veintitrés años, huérfana de madre y un padre el cual se desconoce su paradero, pasante de enfermería con una carga crediticia muy alta.
Me enderezo ante sus palabras.
—¿Qué…?
—Le debes veinte mil dólares a Jacob Hernández, dueño de un bar de mala muerte y traficante de drogas.
—Esa deuda no es mía —digo entre dientes —Y, ¿cómo cojones sabes todo sobre mí?
Chasquea los labios.
—Efectivamente, fue una deuda contraída por tu novio que huyo —sonríe de forma enigmática —Investigue y créeme, no fue difícil, solo escarbe un poco y encontré oro.
Abro la carpeta que deslizo brevemente y veo toda la información.
Mis datos personales, médicos y financieros están en mis manos.
—También sé que estás a punto de quedar desahuciada por tu casero.
Me ahogo por la vergüenza.
—¿Y eso en qué te afecta?
—En nada, al contrario, veo muchos beneficios en ellos.
Lo miro sin entender.
—Te cité hoy aquí porque tengo una propuesta que hacerte.
Su mano desliza una segunda carpeta hasta mí.
Pongo la mano sobre esta, pero no veo el interior. Mantengo mi mirada es este.
— ¿Qué me dirías si te digo que puedo hacer desaparecer todas tus deudas y males en un abrir y cerrar de ojos?
—Que es una pregunta con trampa y que los genios que cumplen deseos solo existen en las películas.
—Soy mejor que un genio.
Arqueo la ceja.
—Yo te veo más como uno de los cuarenta ladrones.
—Touche.
Ríe.
Una risa ronca.
Me aclaro la garganta y evito no mostrar mucha curiosidad.
—A ver, ¿qué sería eso que tendría que hacer?
Ladea la cabeza unos segundos antes de enderezarse
—Fácil, tener a mi hijo.
Sus palabras quedan suspendidas y siento como todo el oxígeno abandona mis pulmones.
«Él dijo, ¿Qué?»
—Perdón, creo que escuche mal.
—Escuchaste muy bien, Brooke. Necesito un heredero y luego de hacer una búsqueda llegue a la conclusión de que eres la indicada.
—La indicada —repito en un tono incrédulo.
—Sí, somos compartibles a nivel genético, eres una mujer saludable y entiendes muy bien la ciencia.
—No sé qué tiene que ver lo último —digo entre dientes al darme cuenta de que el hombre hurgo en mi historial médico como si nada.
—Que entenderás mi proceder.
Su proceder.
Me pongo de pie.
—Nos conocemos, ¿qué? Cinco jodidos minutos y me está pidiendo…
Niego.
—Brooke, escucha.
La fulmino con la mirada.
—Te pagaría muy bien.
La ira crece en mí.
Enojada, Tomo mi información y la meto en mi bolso.
—Ni por todo el oro del mundo tendría un hijo con un completo desconocido.
Salgo de esa sala echa una hidra.
Pov Ian Wolf.
«La señorita Bennett tiene agallas.»
No puedo evitar sonreír al verla salir tan cabreada de mi oficina.
Sin embargo, las cosas salieron como esperaba.
«Brooke Bennett no me decepciono, si hubiese aceptado de inmediato no habría pasado la prueba.»
Cuando David me dio la información ayer por la tarde me dediqué a estudiar a la mujer.
No es que tengas muchas alternativas, las deudas la están ahogando.
«Me pregunté mil veces, ¿por qué ella? ¿Por qué no simplemente ir a un laboratorio y encontrar una madre subrogada?»
Niego.
Se enfureció cuando se dio cuenta de que había hurgado en su pasado.
Por supuesto que David dio con la mierda de novio que huyo con el dinero del traficante. Pero si le doy la información, entonces no la tendría en mis manos.
Y, esa es mi ventaja.
He decidido llevar a cabo mi plan y no me detendré hasta hacerlo posible. En estos meses he perdido mucho; mis planes de vida, una mujer que creí era la indicada, mi familia me ve con lástima.
¡Como si necesitara de su maldita lástima!
«Fui el hazmerreír gracias a la noticia difundía por todos lados, hasta Ares West, mi amigo de la infancia debió verlo y de seguro más de uno se burló de lo que sucedió, el hombre que encuentra a su futura mujer cogiendo con otro el mismo día de la boda.»
Pero, eso va a cambiar.
Alargo la mano y tomo el móvil.
—David.
Digo apenas descuelga.
—Señor, Wolf.
—Necesito que me consigas información de un edificio. Para ser más concreto, un complejo de departamentos.
—¿Departamentos?
Cuando le doy la dirección de la zona se queda en silencio unos segundos.
— ¿Está seguro?
—Así es —sonrió con suficiencia —Creo que me apetece hacerme de uno en específico.
Dejo la sala de juntas y cuando estoy a mitad de camino; Mónica, mi nueva asistente me espera.
A mujer sabe hacer su trabajo, no es perfecta, ni mucho menos confió en ella. Sin embargo, es observadora y discreta.
—Señor Wolf. Hay alguien que quiere verle —parece dudar —insistió mucho y…
—¿Quién?
Entro a mi oficina y esta me sigue.
—Yo, ¿podemos hablar?
El tono bajo y melosos de Verónica llena mis oídos mientras la veo de pie en medio de mi oficina con una mirada triste y llena de arrepentimiento.
—Déjanos a solas, Mónica.
Mi tono es frío y la veo estremecerse un poco.
«No todo puede ser perfecto.»
—¿Puedo ofrecerle un café, agua?
—Nada —espeto mientras avanzo hasta mi escritorio y tomo asiento en mi silla —a ella no se le ofrece nada porque no tardara en irse.
Mónica sale en silencio cerrado detrás de sí y me concentro en Verónica.
Se remueve.
Sé que le incomoda mi cicatriz.
—Al punto, Verónica. No tengo tiempo que perder
Ella me ve con sus ojos muy abiertos.
Si pensó encontrar empatía y que había enterrado el hacha de guerra está muy equivocada.
«Si, la ame y aún siento cosas, pero lo que ella hizo me marco de muchas maneras.»