“Hoy vi a Luis Ángel, fue como una gran flecha que se clavó en mi pecho, no estaba preparada para algo así; pude sentir mis piernas convertirse blandas y mi corazón latía con mucha fuerza. No me importó que todos me vieran correr, huir lejos de aquella casa.
Aunque, sé que Luis Ángel debe pensar que soy una cobarde, pero no me interesa. Sandrid y Eliana fueron detrás de mí, pero como una gran miedosa, me dio mucha vergüenza darles la cara.
Ahora me encuentro encerrada en mi cuarto sin saber qué hacer. Estoy muy confundida, no debí leer su carta, ahora sé que vino con la intención de conquistarme y mi mente no deja de traerme los recuerdos de aquel noviazgo que terminó muy mal y me hizo tanto daño. Sé que amo a Luis Ángel, desde pequeña siempre me he fijado en él y no sé lo que es amar a otro hombre, sería muy extraño para mí.
Siento que en este momento no soy capaz de razonar, que me voy a volver loca en cualquier momento y todo esto es culpa de Luis Ángel. Su estúpida sonrisa que me hace caer rendida a sus pies cada vez que la veo me hace flaquear y volver al inicio de mi guerra para olvidarme de él.” Camila dejó de escribir y acostó su espalda al colchón de la cama mientras su mirada observaba el cielo raso de su cuarto.
El silencio invadía su habitación, aunque, dentro de su mente el gran ruido de desespero por la situación que se le avecinaba la tenía muy aturdida. “¡Dios… ¿Qué voy a hacer?!” pensó.
—Ya regresé —recordó las palabras de Luis Ángel. Después rodó su mirada hacia Camila y le regaló aquella sonrisa dulce que lo hizo ver muy atractivo.
Camila soltó un grito para así hacer volver su mente a la realidad, tomó una almohada y la apretó con fuerza con sus manos, después la lanzó a una pared.
Los chicos estaban en la habitación de la señora Keidys, aunque, todos estaban concentrados en Luis Ángel y con ganas de preguntarle sobre la reacción de Camila al escapar de la vivienda.
—¿Qué pensaste cuando viste a Camila? —preguntó Sandrid.
Los chicos comenzaron a quejarse y llamarla imprudente, aunque, se morían de las ganas por saber la respuesta.
—Fue inesperado —confesó Luis Ángel.
—¿Todavía te gusta Camila? —preguntó la señora Keidys.
Luis Ángel rodó la mirada a su madre que estaba sentada en un sillón mientras comía un pote de helado con las piernas subidas y cruzadas.
—Ah… Claro, me gusta bastante. Pero creo que no es lo mismo con ella —respondió Luis Ángel.
—Eso no es cierto. Si se fue corriendo al verte es porque tenía tanta vergüenza que no lo soportó. —Explicó Keidys mientras terminaba de comer una cucharada de helado— eso me hace acordar a alguien.
—¿A quién? —preguntó Neyret.
—A Marisol —contestó Keidys.
—¿A mi mamá? —inquirió Sandrid.
—Sí, tu madre hacía lo mismo cuando veía a tu papá —contó Keidys—. Un día hubo una gran pelea por su culpa, Gabriel y Tomás se fueron a los golpes una noche, ella se sintió muy avergonzada y se fue corriendo, Tomás la siguió, pero ella comenzó a llorar y le dijo que no la volviera a buscar. Después se fue del país, pero a los meses regresó y se casó con Tomás.
Todos quedaron en silencio observando fijamente a la mujer y al ella terminar, se miraron las caras unos a otros.
—Al parecer ustedes fueron un grupo muy peculiar —soltó Cristian.
—Sí, de jóvenes éramos muy locos. Sus padres vivían agarrándose a golpes a cada momento y metiéndose en problemas —dijo Keidys.
—Ellos también viven peleando —Sandrid señaló a los chicos—. ¿Recuerdan cuando Cristian y Luis Ángel se agarraron en el colegio?
Los chicos soltaron la carcajada mientras observaban a los jóvenes y comenzaban a recordar el momento haciendo que los muchachos se incomodaran.
Eduar estaba saliendo de la casa de Luis Ángel y observaba de lejos a Eliana que caminaba a paso apresurado. Decidió alcanzarla y al hacerlo rodeó su cintura con sus brazos.
—¡Eduar! —se asustó la chica— suéltame.
—No, hasta que me digas qué te sucede —dijo el joven.
—¿De qué hablas? —inquirió la muchacha.
—No me has hablado en todo el día y Elián siempre está detrás de ti, ¿qué está pasando? —Eduar soltó a la muchacha y caminó hasta estar frente a ella.
Eliana pasó su mirada por todo su alrededor y después mordió su labio inferior, ella no era capaz de mentirle, pero, tampoco de confesarle la verdad.
—Eduar… —trató de hablar.
El corazón del muchacho comenzó a agitarse al temer escuchar las palabras de la joven, no quería que su peor miedo se hiciera realidad.
—Oye, ¿qué te parece si comemos algo? —sugirió mientras le regalaba una sonrisa.
—No, tengo que llegar a casa temprano —se negó Eliana.
—Anda, ven. Estoy aburrido y quiero pasar tiempo con mi mejor amiga —insistió Eduar—. Además, la tarde de hoy es hermosa —el joven alzó la mirada hacia el cielo.
En aquel momento una refrescante brisa que avecinaba el comienzo del mes más esperado por todos (diciembre) sopló, mientras, el sol salpicaba el gran cielo de colores rojizos. Eliana contempló la mirada de Eduar, estaba a su lado, pero lo sentía muy lejano.
Eduar volvió a mirar a Eliana y la tomó de una mano.
—Vamos —le dijo.
—¿A dónde?
—Sólo sígueme —soltó Eduar mientras la arrastraba por la acera.
Caminaron tomados de la mano por la interminable calle, mientras, Eduar le contaba todo lo que había hecho en esos días. En aquella semana habían estado apartados, en realidad fue por culpa de él; estuvo concentrado en otras cosas y muy poco hablaron, pero ahora quería recuperar ese tiempo perdido. Sentía que debía hacerlo o de lo contrario, la perdería.
Llegaron a la casa de Eduar y entraron a su cuarto, Eliana reparó por un momento la habitación del joven, habían pintado una pared de azul oscuro y pusieron una estantería con todos sus trofeos ganados.
—¿Cuándo pintaron esa pared? —le preguntó al joven.
—Ayer —respondió Eduar.
Eliana se volteó a verlo y se dio cuenta que se estaba quitando la camisa, eso la sorprendió, pero trató de no demostrarlo.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Voy a quitarme el uniforme —le respondió—. Te dije que íbamos a salir.
—Pero, te dije que no puedo. Mi mamá dice que últimamente salgo mucho. Le expliqué que son por las clases de cocina, pero me preguntó por lo que hago después de clases, así que debo llegar temprano —Eliana frunció el ceño—. En realidad, no salgo, solo me la paso contigo o en el gimnasio.
—Vamos a cine, ¿qué te parece? —sugirió Eduar mientras buscaba en el vestidor una camisa.
—Siempre es lo mismo —Eliana se sentó en la cama.
Eduar se acercó a ella mientras se ponía una camisa negra, ya se había cambiado de pantalón y ahora vestía un jean oscuro. Se sentó al lado de su mejor amiga.
—Eliana… ¿todavía sigues enamorada de mí? —preguntó Eduar sin ser capaz de mirarla.
Eliana sintió un escalofrío por todo su cuerpo y un gran silencio invadió la habitación.
—¿Por qué preguntas eso? —indagó Eliana.
Eduar rodó su mirada hacia la chica.
—He estado pensando mucho en esto y… —comenzó a explicar Eduar. Eliana lo miró dudosa— creo que en todo este tiempo no me he dado cuenta de lo que siento en realidad por ti.
—¿De qué estás hablando?
—Eliana, yo no te veo como una amiga, ¿no te das cuenta? —Eduar desplegó una sonrisa— somos mejores amigos, tenemos tantas cosas en común, pasamos mucho tiempo juntos y… eres tan fantástica, poco a poco me enamoré de ti. No quería aceptarlo porque no quiero dañar nuestra relación, pero, deberíamos intentar avanzar, ¿no crees?
Eliana tragó en seco y su respiración se contuvo, sabía de lo que hablaba Eduar, pero eso no era bueno, ella no debería estar allí teniendo esa conversación con él.
—Eduar… —trató de hablar.
—Eliana, —Eduar puso sus manos en las mejillas de la joven— te quiero y fui un idiota al no darme cuenta de ello, lo siento.
—Eduar… —Eliana llevó sus manos hasta las del joven y se observaron fijamente— lo siento, pero…
Eduar se abalanzó a ella y la besó, esto impresionó a la joven. Eliana sintió un gran bajón en su pecho e intentó separarse del muchacho. Puso sus manos en el pecho del joven y lo empujó.
—¿Qué sucede? —inquirió Eduar extrañado.
—Eduar, basta —pidió Eliana mientras se levantaba de la cama—. Yo, yo… —hubo un momento de silencio— no puedo ser tu novia, no puedo—. Llevó una mano a su cabeza bastante estresada.
—¿Por qué?
—Porque yo tengo… —Eliana se detuvo, ¿debía decirle?
—¿Tienes? —Eduar se levantó de la cama y su mirada se tornó triste— es Elián, ¿verdad?
Eliana se abrazó a sí misma, sentía que si pronunciaba alguna palabra lastimaría a su amigo.
—¿Por qué él? —inquirió Eduar— Eliana, tú no puedes hacerme esto, es mi primo y tú mi mejor amiga.
—Eduar, solo pasó. Yo, yo… Nunca imaginé que entre Elián y yo podría pasar algo.
La mirada de Eduar se inundó de lágrimas y abrió su boca de la impresión, no podía creer lo que estaba escuchando.
—¡¿Qué?! —soltó.
—Lo siento —se disculpó Eliana mientras inclinaba la mirada.
—No, Eliana, no puedes hacer esto. ¡Tú en realidad no lo quieres! —se acercó a ella y la abrazó—. ¡Yo te quiero, estoy enamorado de ti, no me hagas esto!
Sandrid llegó a la casa de Camila acompañada de Elián, se morían de ganas por saber qué sucedió con la joven.
Cristian se interpuso en el camino de los chicos.
—Por favor, no vayan a preguntarle sobre lo que sucedido con Luis Ángel. Saben que ella es muy sensible con esos temas —pidió el muchacho.
—Ay, claro, no somos así de imprudentes —dijo Sandrid.
Los chicos ingresaron a los interiores de la vivienda y corrieron escaleras arriba rumbo hacia la habitación de la muchacha. Abrieron la puerta y la encontraron arrinconada en su cama comiendo un helado mientras veía televisión. Tenía los ojos rojos, una clara prueba de que estuvo llorando.
—Amiga, ¿qué haces comiendo helado? —preguntó Sandrid acercándose a ella bastante impresionada.
Camila al ver a los muchachos maldijo por lo bajo y después puso el pote de helado a un lado. Elián se acercó a ella y se sentó en la cama.
—¿Qué mierda pasó ahí? ¿Por qué le huiste? —indagó el joven.
—¿No les dije que se callaran? —regañó Cristian recostado al marco de la puerta de la habitación.
—¿Crees que te haríamos caso? —replicó Sandrid y después soltó una carcajada.
—¿Se pueden callar todos? —se enojó Camila.
Los chicos hicieron silencio y concentraron su mirada en Camila.
—No quiero saber nada de él, así que, déjenme sola —pidió la joven—. No quiero hablar con nadie.
—Camila. Me parece que haces mal en ignorarlo —dijo Cristian acercándose a ella— ¿qué te hizo Luis Ángel?, nada. No es justo que lo trates así.
—Dijo que aún te quiere —confesó Elián mientras desplegaba una sonrisa maliciosa.
—Por favor, no sigan hablándome de eso —suplicó Camila.
Elián borró su sonrisa y tornó su rostro serio. Sandrid arrugó su entrecejo mientras se cruzaba de brazos.
—Qué bobada Camila, me parece una estupidez lo que estás haciendo —dijo—, ahora dices que no quieres saber nada de él, cuando antes te morías de amor. Entonces eso no era sincero, porque para olvidarte de Luis Ángel así de rápido… —soltó una sonrisa sarcástica— Él te quiere, desea volver contigo, pero tú estás como una niña caprichosa huyéndole, ¿es que acaso Luis Ángel te hizo algo malo? El problema que hubo entre ustedes lo ocasionó tus padres al querer separarte de él. Luis Ángel ha sufrido más que tú, ¿no te das cuenta?
—¡Cállate Sandrid! —gritó Camila.
—¡Deja de ser tan boba! Un día Luis Ángel se va a cansar de que lo estés rechazando y te vas a arrepentir —soltó Sandrid.
—¡¿Y eso a ti qué te importa?! Soy yo, deja de sufrir por el mal ajeno —renegó Camila.
La habitación quedó en silencio y Sandrid se sorprendió al escuchar aquellas palabras.
—Bien, como quieras —soltó.
Sandrid salió del cuarto con rapidez y Cristian llevó sus manos a su cintura.
—Grosera, ella solo quería ayudarte —regañó.
Camila inclinó la mirada mientras su respiración se volvía agitada. Cristian en un impulso decidió ir tras Sandrid para pedirle disculpas por lo sucedido.
Camila soltó el llanto al ya no soportar el estrés de la situación. Elián abrazó a su prima para así poder consolarla.
—Ya, tranquila —susurró.
—Me parece una bobada de eso de quererse y no estar juntos —explicó Sandrid mientras estaba sentada en el mueble de la sala.
—Lo sé, pero debemos dejar que ellos arreglen sus problemas —dijo Cristian a su lado.
—Es que me estresa verlos así —renegó Sandrid—. Camila es una boba y Luis Ángel también es otro pendejo. Debería acercarse a ella y decirle que deje el drama y besarla. Así lo haría yo si tuviera un enamorado —la chica respingó las cejas mientras desplegaba una sonrisa.
—¿Y no hay ninguno? —preguntó Cristian.
—No, me gustaba un chico en las clases de teatro, pero terminó siendo gay —Sandrid borró su sonrisa.
—¿Y qué pasó con Eduar?
—Ah… eso fue un reto, no, no me gustaba tanto como yo creía y él es demasiado niño bueno, inocentón. No me gustan los chicos así —explicó la joven—. En fin, creo que me iré, Camila ni que piense en hablarme.
—Deja el drama Sandrid, sabes que está pasando por un mal momento, deja que se le pase el enojo y mañana de seguro te pedirá disculpas.
—Más le vale, porque de mi parte no pienso hablarle, no después de lo que hizo —Sandrid se levantó del mueble y arregló su cabello castaño oscuro con estilo—. Me voy, mañana hablamos en el colegio.
—Bueno —Cristian le regaló una sonrisa a la joven.