La siguiente semana fue la ansiada graduación de Winter. Verla convertida en una diseñadora de forma oficial, me llenó de orgullo, sin mencionar que lucía preciosa, con el cabello ladeado, un pequeño toque en su cabeza, diamantes que casi la obligué a colocarse y un pequeño collar de oro fino. Lucía más que divina con el vestido borgoña, ajustado en todo su cuerpo, con una pequeña cola. Winter era la mujer perfecta, y aunque siempre aseguré que lo era, cuando se arreglaba lo era aún más. —¿Listo para ver tu traje? Enarqué una ceja. —¿Tengo opciones? Tocó el cuello de mi franela de algodón. —Considerando que no compraste uno, no la tienes. Winter me repitió durante muchos días que no podía comprar un traje, que ella se encargaría de confeccionarme uno a la medida. No teníamos buenas