El día que María Catalina conoció a su futuro esposo, hubo un sol radiante en su pueblo y el cielo estaba tan despejado que incluso pudo sentir cada rayo chocar contra su blanca piel.
A Catalina le gustaban los días así, para ella los días más felices siempre ocurrían cuando el sol brillaba con fuerza.
María Catalina había cumplido recién 15 años.
Ella era una joven que no pasaba desapercibida, tenía el cabello rojizo como el fuego y rizos muy ondulados que asemejaban a varias serpientes saliendo de su cabeza, la habían tildado de rebelde, dado la configuración de sus cabellos, pero ella estaba muy lejos de ser eso, y de lo único que podía ser acusada era por ser extremadamente bondadosa.
Catalina era conocida y querida en su pueblo, y cada vez que la detenían era para adularle sus ojos color ámbar, que nunca antes nadie había visto en aquella zona.
Aquella mañana se levantó con mucho ánimo, y luego de bañarse y arreglarse para asistir a su escuela, se acercó a su madre quién estaba aún recostada en su cama, María la miró con detención y recorrió con sus dulces ojos las manos que yacían sobre su pecho, estas parecían dos rocas endurecidas, y se le apretó el corazón al descubrir que su madre estaba perdiendo las fuerzas poco a poco.
La esclerosis múltiple que le habían detectado hace 6 meses le estaba arrebatando la vida rápidamente.
Cerró los ojos y deseo con todas sus fuerzas que su madre se curara, incluso dentro de su corazón entregó como penitencia su propia felicidad.
-Madre daría lo que fuera, incluso mi felicidad para que te sanaras - La besó en su frente y la dejó seguir durmiendo en paz.
Su padre quién se preparaba el desayuno en su humilde cocina, la miró danzar y revolotear por la sala, mientras ordenaba sus cuadernos y ayudaba a alistar a su hermana menor Laura, para sus clases.
Los ojos de Samuel Ramírez se llenaron de lágrimas, al ver a su hija mayor tan feliz y tan libre. Apretó los puños y negó con la cabeza sintiéndose realmente culpable.
A penas pudo mirarla a los ojos cuando María Catalina se despidió, le dio un frío beso y las observó partir a la escuela desde el umbral de su casa.
-¡Adiós papá, cuida bien de mamá hoy!- dijo Catalina de forma alegre mientras alzaba la mano.
Cuando sus hijas desaparecieron en el horizonte, Samuel rompió en un llanto desgarrador, se golpeó el pecho innumerables veces, hasta incluso perder el aliento.
Derramó todo lo que había en la mesa y siguió llorando, estaba atrapado y ya no había vuelta atrás.
Él había ofrecido a uno de sus más preciados tesoros para saldar su deuda y para sacar a su amada esposa de las garras de la muerte.
Lo que Él Señor había ofertado era mucho más de lo que Samuel debía, y era algo a lo que él no había podido rehusarse.
Se sentía vacío, sucio y desgraciado.
3 meses antes
En un lujoso carro, iba un hombre de negocios, su chofer y su guardaespaldas. Ellos iban camino a cerrar un millonario trato, se trataba de una mercancía que valía su peso en oro, el objetivo era enviarla hacia Europa, y aquel poderoso hombre tenía lo necesario para hacerlo sin problemas.
Emilio Beltrán, apodado “Él Señor”. Se había convertido en el amo y dueño de aquel territorio colombiano, y controlaba toda el área dónde se producía, comercializaba y exportaba la materia prima, que a muchos le había hecho perder la cabeza.
La vida de Emilio parecía ir bien y estar resuelta, ganaba miles de dólares por hora y tenía todo lo que necesitaba e incluso más, pero a pesar de ser millonario y haberse ganado el respeto de sus colegas y subalternos, sin duda, también había engendrado el odio y envidia de muchos otros, otros que deseaban verlo muerto a él, a su gente y a toda su familia. Así mismo había sucedido hace 20 años atrás cuando, asesinaron a su esposa, para tratar de debilitarlo y quitarle lo que era en ese instante un prometedor, pero incipiente negocio.
En aquel entonces él no era tan conocido, no era tan fuerte ni tenía tanta influencia, entonces prácticamente no pudo hacer más que ver a su esposa morir en sus brazos por culpa de sus oscuros pasos.
Él había demostrado ser hábil para aquel negocio y tenía un futuro alumbrante, entonces simplemente pagó el precio por adentrarse en el oscuro mundo del narcotráfico.
Aquel día se prometió que eso jamás le volvería a suceder, que nadie nunca le arrebataría un pedazo de él de esa forma, y ahora con 50 años de edad podía sonreír satisfecho y decir que había cuidado lo que le pertenecía con garras y dientes.
-Detente aquí- le ordenó a su chófer
El guardaespaldas solo ladeó la cabeza un poco y estuvo atento a los movimientos que iba a realizar su patrón.
El dedo fuerte de Emilio viajó hacia el botón del alza vidrio, lo presionó con elegancia y el cristal bajó lentamente, se quedó observando atento algo que le había llamado profundamente su atención.
Siguió con los ojos la escena y sonrió.
En la verada opuesta a la cual estaba estacionado el lujoso carro de Beltrán, caminaban dos niñas tomadas de la mano, seguramente venían de la escuela por que cargaban ambas sus bolsos en la espalda.
La menor de ambas, caminaba dando pequeños saltitos alrededor de la joven mayor, a juzgar por sus risas parecían hermanas, pero físicamente no se parecían en nada, salvo, en los rizos que ambas portaban sobre sus cabezas.
Emilio Beltrán, quedó obnubilando observando a la joven mayor, se veía tan dulce e indefensa que algo se removió en su interior. Sus cabellos color carmesí le asemejaban a una fogata ardiendo, sin control. Y sus ojos, sus ojos eran lo más extraordinario en ella, por que se pintaban llamativamente de un color dorado, que él nunca antes había visto en otra persona.
Beltrán había quedado prendado de aquella jovencita, tanto así que no podía dormir por las noches, no podía concentrarse sin dejar de reproducir su rostro en su mente. Ella se veía tan joven, que se sentía como un pecador al recordarla. Trató durante una semana de olvidarla, pero su deseo crecía aún más conforme los días pasaban, necesitaba verla una vez más. Entonces fue que decidió seguirla en su carro desde lejos, seguirla cada día desde su escuela hacia su casa.
Memorizó cada peca en su rostro, cada rizo rebelde cayendo por su frente, su sonrisa sincera al ver a su pequeña hermana revolotear, contó cada pasó que dio desde la escuela hasta su humilde casa, hasta que un día no pudo más, y decidió dar rienda suelta a su deseo.
-Quiero que averigües todo de aquella jovencita- le ordenó a su guardaespaldas de confianza, no hizo falta que él le preguntara a quien se refería, había visto como Beltrán admiraba a esa niña días a día, y las palabras sobraban.
El guardaespaldas asintió y se dirigió inmediatamente a cumplir las órdenes de su jefe.
Luego de dos horas, Beltrán se encontraba trabajando en su despacho, recostado en su silla no podía concentrarse por la ansiedad que le producía acercarse aún más a la musa de sus sueños.
La puerta sonó 3 veces y él permitió el acceso de inmediato, miró hacia adelante y vio ingresar a su guardaespaldas con una hoja en la mano.
Su corazón comenzó a latir con fuerza.
-¿Qué me traes?
El guardia se acercó hacia su escritorio y comenzó hablar, como si fuera una grabadora reproduciendo una cinta.
-María Catalina Ramírez- un brillo en los ojos de Beltrán apareció, por fin conocía su nombre.
Su locutor al verlo se detuvo en seco.
Emilio abrió los ojos y lo penetró con la mirada.
El guardaespaldas tragó saliva y entendió de inmediato el mensaje de su jefe.
Sostuvo firme el papel y continúo leyendo.
-Tiene ambos padres vivos, sin embargo, su madre sufre una enfermedad degenerativa; esclerosis múltiple detectada hace 3 meses- Beltrán se sobó el mentón.
-Su padre Samuel Ramírez, trabaja en la construcción, es humilde y tiene pocos recursos. Pero hace 3 meses, despúes que a su esposa la diagnosticaron, él se convirtió en su cliente para poder costear el tratamiento de ella.
-¿En mi cliente?- preguntó con curiosidad- ¿entonces él nos compró droga?
-Así es, para poder revenderla después
-¿Pero él consume?
-No señor, no lo hace
Emilio escuchó con detención mientras hacía pequeñas notas metales, y se alegró de que Catalina no estuviese viviendo en una casa de drogadictos.
-El negocio no fue como él esperaba y finalmente le quedó debiendo a usted 100 mil dólares. Desde ese día vive escapando de su deuda y además tratando de costear los remedios de su esposa. Ese hombre ésta muerto en vida- acotó el guardaespaldas mientras hacía una mueca incipiente con su boca.
-Ya veo, interesante…- acotó Beltrán.
-¿Eso es todo?- preguntó
El guardaespaldas negó.
-Tiene 15 años- los ojos de Beltrán se abrieron con sorpresa, él imaginaba que ella era joven, pero, ¿15 años? Aquello era absurdo.
Se sobó la sien con ambas manos, y cerró los ojos.
-Puedes retirarte- ordenó
Se levantó de su silla y caminó por todo su despacho nervioso, tenía una idea en mente que lo estaba volviendo loco.
Mientras jugueteaba con sus dedos ansiosos, por fin se autoconvenció de que aquello era lo que realmente quería hacer, o mejor dicho lo que necesitaba hacer.
Esa noche se fue acostar con ansiedad por un plan, que debía ejecutar sin demora a la mañana siguiente.