Alek
—¡Señor Kozlov! ¡Bienvenido!
Elena, mi ama de llaves, sale a mi encuentro ni bien termino de cerrar la puerta tras de mí.
Irina se detiene a mi lado, cruza los brazos a la altura de su pecho y me lanza una mirada de ceño fruncido, lo que me provoca poner los ojos en blanco.
Habíamos pasado todo el vuelo discutiendo por su rechazo, la chica se había atrevido a rechazar mi propuesta de matrimonio, algo que, sin duda alguna, lo había tomado como una completa ofensa, a lo que ella simplemente se limitó a decir que yo no sentía amor hacia ella, lo cual era verdad, pero, después de todo, nuestro acuerdo nunca había conllevado llegar al amor.
Para mí, el amor estaba sobrevalorado, no tenía el tiempo suficiente para perderlo en algo tan simple como eso, solo me interesaba tener una esposa guapa a la cual pudiese hacerle el amor cada vez que tuviera ganas, además de que fuese capaz de acompañarme en cada uno de los momentos fundamentales de mis negocios.
Todo se resumía en que necesitaba una guapa dama de compañía que fuese capaz de complacerme en todos los sentidos.
—Elena, la señorita Zotova sale de mi casa esta misma tarde, así que ayúdale a preparar sus maletas y dile a Andrey que la acompañe a su departamento.
—¡Demonios, Alek! —grita la guapa rubia una vez más al abrir sus brazos para dejarlos caer a sus costados—, ¿en serio vas a correrme de tu casa solo porque no fui capaz de decirte que sí? ¡no estoy preparada ahora para contraer nupcias! Además, cuando me pediste que saliera contigo, jamás mencionaste que en algún momento llegarías a pedirme matrimonio.
Elena comienza a jugar con sus dedos con notorio nerviosismo, dedicándose a ver de mí a Irina y viceversa.
—Elena, te di una orden.
—Enseguida, señor —responde la chica al girarse para comenzar a subir las escaleras.
—Eres de lo peor —ella niega con la cabeza, aun dedicándose a mirarme con odio.
—No tengo tiempo para esperar a que la señorita esté lista para contraer matrimonio —declaro al alejarme de ella—, te llevé a París, te compré un bonito anillo, amablemente te pedí que fueses mi esposa, rechazaste mi petición, pierdes todo.
—¡Ni siquiera me has llevado allá solo para pedirme matrimonio! —ella camina detrás de mí con rapidez, gruñendo sin parar—, si fuimos hasta ahí, era porque tenías esa reunión de trabajo, ¡ni siquiera podría decir que lo hiciste por mí!
—Adiós, Irina —replico al llegar hasta la habitación de Nikolay—, recoge tus cosas y sal de mi casa.
—Eres tan terco —prácticamente lloriquea al envolver su mano en mi muñeca antes de que sea capaz de entrar a la habitación de mi hermano menor—, por favor, Alek… no me hagas esto.
—Ya te lo dije, bonita. No tengo tiempo para esperar a que estés lista, tampoco pretendo presionarte, necesito una esposa, y si tú no puedes con ello, te dejo en libertad —le guiño un ojo mientras aprieto su nariz con suavidad—, te pagaré dos meses de alquiler en tu departamento, para que te dé el tiempo suficiente de conseguir un trabajo —tomo su mano y la alejo de mi muñeca, sin dejar de mirarla directamente a aquellos grandes ojos azules—, que tengas una buena vida, Irina —concluyo al acabar por entrar a la habitación de mi hermano.
No era capaz de entender esa parte de ella al buscar amor donde no lo hay. Conmigo no le faltaba nada, lo tenía todo, todo lo que quisiera tener, lo obtenía casi que, con chasquear sus dedos, no quería ser arrogante, pero estaba seguro de que también era capaz de darle un buen sexo, así que, no comprendía esa insistencia suya de querer tenerme todos los días en su cama, o tratar de dormirse abrazada a mí, cosa que no le permití jamás, pues para mí, compartir una habitación con una mujer, era solo por ratitos, y para tener sexo, nada más. No sabía lo que era utilizar una cama para tener sexo, mucho menos sabría lo que era dormir una noche completa con una mujer. Sencillamente, esas cursilerías no eran para mí, y estaba bien con ello.
Me gustaba hacer las cosas a mi modo y que los demás lo respetaran, y el que no pudiese aceptarlo, pues sencillamente era libre de irse.
Camino por la habitación de mi hermano, buscándolo con la mirada, lo que me parecía extraño que no estuviese ahí, pues desde que sufrió el accidente en el que perdió a su novia, Nikolay se había sumergido en una terrible tristeza, que lo había llevado a encerrarse en su habitación.
Me dirijo hacia el balcón, donde lo encuentro observando detenidamente el jardín bajo su ventana. Dejo salir un lento suspiro al verlo sentado en esa maldita silla de ruedas, de la cual ya se hubiese levantado si lo hubiera querido.
El accidente le había dejado ciertas secuelas en sus piernas, lo que le dificultaba poder levantarse por sí solo, pero, el médico nos indicó que, con bastante rehabilitación y paciencia, él volvería a caminar, cosa a la que se negó desde un principio, ya habían pasado dieciocho meses desde entonces y aún continuaba encerrado en ese mundo donde no le importaba nada más que no fuese las ganas de querer morirse.
—Nikolay, ya he vuelto —le hablo al estirar una mano para apretar su hombro, a la vez de que hago una mueca al sentir su mal olor.
—Ya te escuché —dice casi que en un susurro, sin voltear a mirarme.
—¿Cómo has estado, hermano? ¿mamá ha venido a verte?
—Así que no aceptó tu propuesta de matrimonio.
Frunzo el ceño al ver la forma en que trata de desviar la pregunta que le he hecho. Niego con la cabeza, mientras me siento en la silla a su lado.
Decidí hacerme cargo de él, dada a la poca paciencia que mis padres le tuvieron, los cuales casi se vuelven locos ante los arranques de mi hermano al querer cortarse las venas con cuanta cosa encontrara a su paso; no tenía mucho tiempo para estar con él, pero al menos trataba de contratar a alguien para que lo vigilara de cerca, debido a sus ataques suicidas, nadie lo soportaba, cada una de las chicas que contrataba, acababan yéndose a los pocos días.
—Las chicas de hoy en día tratan de buscar amor, no les es suficiente con todo lo que tienen a su alrededor —le cuento al tratar de entablar una conversación con él antes de irme a trabajar al despacho.
Él tuerce una pequeña sonrisa mientras mueve su rostro para mirarme.
—Así que Irina se va.
—Supongo que lo escuchaste todo.
—No entiendo como te soportó tanto tiempo.
Me rio y niego con la cabeza.
Un año… eso fue lo que duró esa relación, ella se había mudado a la casa seis meses después de que le propuse que fuese mi novia, meses donde disfrutó plenamente de todos los lujos que pude otorgarle.
—¿Sabes qué? Pienso que necesitas un baño, Nikolay —señalo al ponerme de pie—, además de un corte de cabello y de barba, hueles horrible, casi pareces un vagabundo, y apenas tienes veintiocho años.
Él se encoje de hombros, restándole importancia a mis palabras.
—Recuerda que mañana a las diez de la mañana tienes una cita con el terapeuta físico, así que le diré a Doris que venga a prepararte temprano.
—Doris se fue —farfulle al suspirar antes de que termine por irme.
Me regreso hacia él, chasqueo la lengua mientras me agacho para quedar a su altura.
—¿Otra más? ¡demonios, Nikolay! Me ausenté tres días, esa chica aceptó trabajar para mí hace tres días, ¿Cómo es que se fue?
Un encogimiento de hombros es su respuesta.
Salgo a paso rápido de su habitación en busca de Elena, pues si me quedaba un minuto más presenciando la forma en que mi hermano muere segundo a segundo por esa tristeza, iba a volverme loco.
—Elena —la llamo al bajar las escaleras, la mujer sale de la cocina de inmediato, deteniéndose cerca de las escaleras.
—La señorita Irina se ha ido, señor.
Asiento con la cabeza hacia ella.
—¿Qué pasó con Doris?
—¡Oh! —su rostro casi se desencaja, lo que me hace temer lo peor, lo que prácticamente sería enfrentarme a una nueva demanda, por abuso de poder por parte de mi hermano—, la joven Doris renunció esta mañana. Llevaba comida por todo su vestido.
Hago una mueca mientras niego.
—¿Ha llegado alguna notificación por parte de un abogado?
—Aún no, señor Kozlov.
—De acuerdo —le sonrío, manteniendo los labios apretados—, no es parte de tu trabajo, pero, ¿puedes preparar a mi hermano mañana para su cita médica?
—No tiene ni qué pedirlo, señor, sabe que lo hago con mucho gusto.
Saco el móvil mientras muevo mi cabeza en señal de agradecimiento hacia la mujer de mediana edad.
—¡Eres un sol, Elena! —exclamo al buscar el número de Pavel, mi abogado—. Pavel —hablo en cuanto él toma mi llamada.
—¿Alek? ¿Tan pronto volviste?
—Tengo mucho que hacer —declaro al caminar hacia mi despacho—, necesito que localices a Doris y arregles el nuevo berrinche de mi hermano.
—¿Quién es Doris?
—La chica que contraté hace tres días para que lo cuidara.
Un lento suspiro resuena a través de la línea.
—¿Ha sido mucho otra vez?
—No lo sé con exactitud —abro el despacho y cierro tras de mí, para dirigirme hacia mi escritorio—, tan solo no quiero tener que presentarme a audiencias donde al final tendré que pagar mucho dinero.
—De acuerdo, la busco, le ofrezco dinero y nos evitamos el problema legal.
—No más de cien mil euros.
—Como diga, jefe —termina diciendo antes de que la llamada se corte.
Me siento en mi cómoda silla, para luego llevar mis dedos hasta mis sienes, cierro los ojos y masajeo mis costados, tratando de relajarme de toda la mierda que mi hermano siempre pone en mi camino.
Un destello de un recuerdo invade mi mente en ese momento, lo que me provoca sonreír, al mismo tiempo en que siento un leve dolor en mi entrepierna… Azul, ese nombre aún permanecía resonando en mi subconsciente… Azul, ¡que deliciosa eres, Azul!