Ya era tiempo de volver a la realidad.
Habíamos tomado un vuelo distinto al de Michael para regresar a Lucerna, pues, a pesar de que por tantos años mis padres lo consideraron un hijo más, ahora no querían verlo ni en pintura.
De hecho, tuve que detener a mi padre apenas le conté, pues quería ir a buscarlo para partirle la cara, mientras que mi madre solo se dedicó a llorar, sintiéndose avergonzada por los pocos invitados que habían venido a presenciar nuestra unión; y Celeste… bueno, la bruja de mi hermana menor, tan solo era capaz de ocultar la diversión que todo aquello le provocaba, pues era la única que sabía todo lo que había acontecido la noche anterior, incluso me había ayudado a buscar a mi sexy amigo ruso, pero lamentablemente, no pudimos encontrarlo.
—¿Y ahora qué? —Celeste se tira a mi cama, Annie, una de mis lindas San Bernardo, sube tras de ella, haciéndola reír al lamerle toda la cara ante la felicidad de volver a mirarnos.
Habíamos pasado por ellas a la guardería ni bien llegamos a Lucerna, agradeciendo al cielo el hecho de que el idiota de Michael, no se le ocurrió pasar a recogerlas, para llevárselas con él.
Camino hacia su closet, dándome cuenta de que ya no había nada, lo que me deja un horrible vacío en el pecho. Retrocedo hasta sentarme en el borde de la cama, claro que quería que se fuera, no es como si quisiera rogarle que siguiera a mi lado, pero, lo que nunca imaginé, es que fuese a dolerme tanto. Estaba tan acostumbrada a él, que ahora ni siquiera sabía cuál sería mi norte.
—Cambia esa cara, Azul —me regaña mi hermana al acercarse a mí.
Lucy se acerca a mis pies, subiendo apoyando sus patas en mis muslos para que le acaricie la cabeza. Celeste palpa el sitio a su lado, para que la enorme perra también la acompañe en la cama.
—Son trece años de relación los que se fueron a la basura, ¿Sabes? —profiero mientras me giro a mirarla—, es normal que me duela.
—Ayer no pensabas en ello, cuando buscábamos el enorme ruso que te cogió —dice al mover sus cejas de forma maliciosa, lo que me provoca reír.
—Boba —le saco la lengua y luego alboroto mi cabello castaño, dejando salir un lento suspiro al recordar otra un poco de lo que viví esa noche, j***r, si, aunque amara a Michael de la forma en que lo hacía, no podía negar que la follada que me pegó ese ruso, él no me la dio jamás.
—No estés triste, hermanita —Celeste me sonríe, al estirar una mano para acariciar mi cabello—, las cosas se dan por algo, ¡Que bueno que Michael fue lo suficientemente hombre para decir que no antes de que su vida matrimonial se volviera un infierno!
Abanico mi rostro con una mano, tratando de alejar las horribles ganas que me invaden de ponerme a llorar. Mierda, si es que la fortaleza que había tomado en París, después de tener sexo con un desconocido, ya se habían ido al carajo, al punto que, pensaba que, si Michael venía a pedirme perdón, probablemente terminaría aceptándolo de nuevo.
—Listo, me quedaré contigo unos días, hasta que te sientas mejor —murmura mi hermana al saltar fuera de la cama para correr hacia la cocina, seguida de las enormes perras que están acostumbradas a que mi hermana las alcahuetee al darles de comer a escondidas—, ¡voy a prepararte algo de comer, Azul! ¡Tú encárgate de hacerle espacio a mis cosas en el closet del idiota de Michael!
Tomo mi teléfono en cuanto escucho el ruido de un nuevo mensaje, lo desbloqueo y abro el mensaje, era de Michael, preguntándome si había llegado bien. Ni siquiera soy capaz de responderle, tan solo vuelvo a bloquearlo para acomodarme en la cama, tomar un cigarro de la mesa de noche y encenderlo, para tratar así de relajarme, aunque fuese un poco.
—No tienes que quedarte si no quieres, Celeste, estaré bien.
Mi hermana regresa, asomando su cabeza por un costado de la puerta, dedicándose a verme de forma aterrada.
—¿Y pasar en la casa escuchando los lamentos de mamá ante la vergüenza de clase mundial que ustedes dos nos hicieron pasar? —niega con la cabeza, a la vez de que hace una mueca—, no, gracias.
Levanto una mano y le muestro mi dedo medio, a lo que ella se echa a reír mientras desaparece.
—¡Y ya deja de fumar, asquerosa! —me regaña desde la pequeña cocina.
(…)
A las afueras de Lucerna, estaba ubicada la fábrica para la que trabajo tanto yo, como Michael y mi hermana: la “Lucerna-Boris, Chocolate” una de las mejores fábricas de chocolate de toda Europa, lo que me hacía sentir bastante orgullosa, de ser una de las ingenieras industriales del lugar, la cual era la encargada de vigilar de cerca el proceso de producción (entre otras cosas) del sitio que suele exportar chocolates a varias partes del mundo.
Celeste se había preparado para ser terapeuta física, pero, aún no conseguía trabajo en su área, así que, había hablado con el señor Boris para que la contratara como obrera, para que así pudiera tener al menos un pequeño ingreso económico hasta el momento en que pudiese conseguir un empleo para lo que ella había estudiado durante años. No era muy buena como obrera, pero al menos, el señor Boris le tenía paciencia y no la había despedido, pese a las tortas que solía hacer algunas veces por semana.
Estaciono mi auto eléctrico a las afueras de la fábrica, mientras una vez más, reviso mi aspecto en el espejo, mis ojos se veían hinchados y mi nariz roja, clara señal de haber llorado muchas horas en la noche gracias a la falta que me hacía el estúpido de Michael.
—Ponte esto —Celeste me alcanza unos lentes oscuros, a la vez de que arruga la nariz—, eres preciosa, pero justo hoy estás horrible —señala mi rostro—, más pálida de lo normal, esa nariz perfilada que es la envidia de todas, justo ahora se ve roja y llena de mocos, claramente vas a causar lástima en los demás, así que prepárate, hermanita.
—Es genial tenerte como hermana, gracias —respondo de forma sarcástica, a lo que ella se encoje de hombros.
Nos bajamos del auto y caminamos hombro a hombro hacia las puertas de la enorme fábrica de chocolates, dejándonos llenar por el exquisito aroma del producto al elaborarse.
Me congelo en cuanto noto a Michael de pie al lado de la entrada, quien, al verme, levanta una mano y la mueve en señal de saludo, para luego comenzar a caminar en nuestra dirección.
—Las hermanitas colores —nos saluda al sonreír, mientras pasa una mano por sus rizos castaños—, Azul, ¿Cómo estás? ¿Cómo están Annie y Susy?
—Eso no te importa, Michael —replico al tratar de alejarme de él.
—¡Vamos, Azul! ¡No te portes así! Si antes de ser novios éramos mejores amigos —él me sigue de cerca, Celeste entrelaza su brazo con el mío, tratando de alejarme de él para que no fuese a explotar en cualquier momento—, ¿eso también va a cambiar?
—Michael, después hablamos —le pido al mirarlo sobre mi hombro.
—Por favor… no me alejes —me pide al dejar caer sus brazos a los costados de su cuerpo—, tan solo te pedí un tiempo, no quiere decir que haya dejado de quererte.
Justo cuando entramos a la recepción, confeti vuela hacia nosotros, acompañados de gritos, aplausos y palabras como: “¡Vivan los esposos!” me quedo perpleja, viendo la forma en que todos nuestros compañeros de trabajo, celebran nuestra unión, una unión que jamás se dio.
Miro a Michael, quien, al parecer, está igual de aterrado que yo, probablemente cuando me pidió el tiempo, jamás imaginó que algo como esto sucedería.
Trago saliva con fuerza, mientras niego con la cabeza al mirar a Celeste en busca de ayuda.
—¡Ya! ¡Basta de festejos! —grita mi hermana al liberarme para dar un par de pasos hacia el frente, buscando la atención de todos—. Resulta que, Michael se dio cuenta que no quería casarse con Azul, unas horas antes de su boda, así que, ahora mi hermana está soltera y disponible para cualquier guapo muchacho que quiera pretenderla.
Cruzo los brazos a la altura de mi pecho, dedicándome a mirarla con una ceja levantada, mientras deseo tener el poder de arrancarle la cabeza sin necesidad de saltarle encima.
Ella mira a Michael, negando con la cabeza.
—Ese cobarde de ahí también está soltero ahora, pero yo de ustedes no me le acercaría, pueda que traiga una enfermedad en el p**o, gracias a que probablemente se revolcó con más de una francesa que al final lo hicieron cambiar de opinión.
Observo a Michael, a quien al ver la forma en que observa a mi hermana, casi era capaz de asegurar que también quería destrozarla.
Al final, la estúpida de Celeste me mira sobre su hombro, sonriendo con satisfacción, era como si pensaba que había logrado ayudarme con todas las barrabasadas que había dicho, al ver mi cara, aquella sonrisa se desvanece de inmediato, mientras se dedica a tragar saliva con fuerza, subo una mano y la paso por mi cuello, dándole a entender con ello que estaba muerta.
—¡Ya escucharon el chisme por la boba de mi hermana! ¡Todo el mundo a trabajar! —mando al hacer un gesto con mis manos para que se retiren.
—Azul…
—¡Tú también! —la regaño al levantar una mano para que no se me acerque—. Hablamos en casa, Celeste.
Doy media vuelta y salgo de la fábrica, justo ahora necesitaba tomar algo de aire fresco antes de entrar de lleno a mis labores cotidianas, y qué mejor que hacerlo que caminar hacia una de las tantas cafeterías de la zona, por un buen café.
Suiza sin duda alguna era un país increíble, gracias a sus hermosos valles, montañas y lagos, además de la obsesión de los suizos por el café, pues casi podía decir que había una cafetería en cada cuadra que una caminara.