Capítulo 33

2358 Words
Encerrado en su habitación, Zac se encontraba recostado en su cama admirando el techo de su dormitorio. Descubrir que Anika había estado mintiendo y que su cuarto nunca fue tocado, hasta el punto en que lucía tal cual como lo abandonó diez años atrás, no lo hizo sentir mejor. Zac odiaba ese lugar, tenía demasiados recuerdos dolorosos en los cuales no deseaba pensar. En sí, cada maldito sitio en aquella mansión contenía algún recuerdo y ninguno era más agradable que el anterior. Todo era como una pesadilla para Zachariah, razón por la cual se había marchado. Después de todo, ¿quién querría estar en la misma casa en la cual sufrió tanto? En cada rincón, imágenes del pasado saltaban en su mente, queriendo arrastrarlo hacia aquella época en la que se sintió tan impotente, débil e inservible. Donde nunca tuvo voz ni voto respecto a nada. En donde constantemente era pasado a llevar, lastimado y toda esa mierda. Era el lugar... En donde su madre decidió darle fin a su vida, sin ser lo suficientemente valiente para seguir adelante, ni siquiera por él. Apretando fuertemente sus labios, Zac giró hacia su costado y gruñó de dolor tras olvidar que tenía una maldita herida en su muslo. Volviendo a recostarse sobre su espalda, contempló nuevamente el techo con ese aburrido tono gris conocido, el mismo que admiró tantas veces cuando era pequeño, a la espera de que su madre fuera a su habitación una vez su padre terminara con ella. "Sé un buen chico y espera aquí, mi bonito Zac. No escuches a mami, no importa lo que grite, no dejes la cama hasta que mami venga por ti" Cerrando los ojos ante el recuerdo, Zac tensó fuertemente su mandíbula, hasta el punto de sentir dolor. De pronto, casi sentía como si estuviera siendo arrastrado al pasado, podía escuchar los gritos de dolor de su madre cada vez que recibía un golpe, escuchaba a la perfección los insultos de su padre, las cosas rompiéndose, el llanto interrumpiendo el silencio. Era estúpido, Zac lo sabía. En aquel lugar, en aquella mansión, en su habitación, no había nada más que silencio rondando en cada rincón, y aun así, él podía escuchar a la perfección los lamentos de su madre, suplicando perdón, pidiendo que su padre no lo tocara. Si se concentraba, incluso podía ver su pequeña figura tendida en el suelo, aferrada a la pierna de Maximo. Su bonito rostro hinchado y amorotonado brillaba en lágrimas mientras suplicaba que no fuera a su habitación, que lo dejara en paz, que no lo tocara. Su padre se reiría entonces, tiraría del bonito cabello ondulado de su madre, tan oscuro como el chocolate y la insultaría un poco más antes de arrastrarla hasta su habitación al final del pasillo. Zac vería por el pequeño espacio de la puerta entreabierta como su mami era arrastrada en el suelo en lo que luchaba por soltar su cabello de aquella gran mano malvada y le sonreiría entre lágrimas, asegurándole que todo estaba bien y que pronto iría por él. Como siempre hacía. Sintiendo una dolorosa opresión en su pecho que le estaba dificultando respirar, Zac abrió sus ojos de golpe, y encontrarse con su maldita habitación que se convirtió en el refugio de ambos, no le ayudó para nada. La sensación de que las paredes se estaban acercando y encerrándolo le invadió. Llenar con aire sus pulmones cada vez se estaba volviendo más difícil que antes. En cualquier momento, su padre entraría por aquella puerta, la cerraría detrás de él y le colocaría los seguros que estaban en lo alto para que no pudiera abrir por su cuenta. Zac se volvería una pequeña bolita y suplicaría porque no le golpeara, que no le hiciera más daño. Pero esa malvada voz se burlaría de él, le diría cosas desagradables, le culparía de todo lo que le había pasado a su madre, y le daría lecciones para volverlo todo un hombre respetable y fuerte. —¡Zac! Jadeante, aquellos ojos verde jade se abrieron ampliamente y sus pulmones se volvieron a llenar de necesario aire que necesitaba. Parpadeando un par de veces, el humano finalmente pudo enfocar correctamente y lo primero que observó, fue a su guardaespaldas, el cual le observaba con preocupación. —Luther... Estás a-quí —jadeó. Regalándole una pequeña sonrisa a su pareja, Luther alzó su mano y corrió aquellos oscuros mechones color chocolate de la frente de su chico. —Por supuesto que estoy aquí, encanto, ¿dónde más estaría? Te prometí que no te dejaría solo. Zac juntó brevemente sus cejas y asintió con su mente aún dispersa. Parpadeando un par de veces, finalmente se dio cuenta de que... No estaba recostado en su cama. En realidad, estaba sentado de lado en el regazo de Luther, con todo su costado apoyándose en su pecho. Confundido, ya que ni siquiera recordaba cómo es que había llegado a esa posición, el humano observó al hombre lobo. —¿Qué sucedió? ¿Por qué no estoy recostado en mi cama? En respuesta, Luther le abrazó con más fuerza, sin dejar de ser del todo cuidadoso y presionó sus labios en su frente. —Estabas teniendo una pesadilla —informó—. No podía despertarte, tu cuerpo temblaba, te aferrabas a tu herida y apenas respirabas —describió—. No podía dejarte ahí sufriendo sin hacer nada, así que te tomé y te abracé. —¿Realmente me quedé dormido? —preguntó con sorpresa—. No lo recuerdo. —Tal vez no dormiste mucho, pero definitivamente tuviste una pesadilla horrible —insistió. El cuerpo de Zac se tensó instintivamente. —¿Dije algo? —No, solo te quejabas de dolor, como si estuvieras sufriendo mucho mientras llamabas a tu madre —respondió. Los labios de Zac se torcieron en una mueca. Sin ánimos de moverse, simplemente apoyó su cabeza entre el hombro y cuello de su guardaespaldas. —Precisamente por eso no quería venir a este lugar, siempre tengo malos recuerdos cuando estoy aquí —refunfuñó. —Pensé que no te gustaba este lugar porque estaba tu familia —indicó Luther. —Esta no es mi familia. La única que tenía, murió cuando tenía diez años —espetó—. Esas personas de abajo solo son unos idiotas egoístas que se aprovecharon del dinero de mi madre. Y si, ellos también son otra razón por la cual no quería estar aquí, no me agrada ninguno de ellos —resopló. —Creo que a estas alturas, ellos ya lo tienen bastante claro. —Si me siguen molestando a pesar de todo, es porque aún no lo entienden —suspiró—. ¿No vas a preguntar? —preguntó luego de unos segundos en los que se mantuvieron en silencio. —¿Respecto a? —le observó. —Mi pesadilla. —¿Me contarías si lo hiciera? —No. —Por eso no pregunté. Si quisieras contarme de ello, ya lo habrías hecho. Además, no porque no lo hagas en este instante, significa que no lo harás más adelante —expresó. —No me gusta que ya me estés conociendo tan bien —gruño bajo y sin mucha intención. —A mí me encanta —sonrió Luther—. Significa que me estoy acercando a ti. Zac frunció sus labios y soltó un bajo resoplido. —No por gusto, ciertamente, eres como un lento veneno mortal que se expande lentamente y en silencio sin que me dé cuenta —comparó—. No es agradable. —Pero tampoco desagradable, o hace tiempo que te habrías deshecho de mí —argumentó el lobo beta—. Y como siento que esto es lo más dulce que me dirás como cumplido, lo tomaré como tal. Zac sonrió leve desde su escondite. —Estoy seguro de que no lo dije con esa intención. —Pero yo soy quien lo quiere tomar de esa forma —debatió—. ¿No estás enojado conmigo? —¿Por entrar en la habitación y tomarme entre tus brazos para sacarme de una molesta pesadilla? —preguntó y salió de su escondite para observarle—. Eso sería estúpido, ¿quién estaría molesto por eso? Luther negó despacio. —No es por eso, es por esto —indicó y colocó su mano sobre su rodilla derecha, evitando su muslo cubierto por vendas—. Saliste herido por mi culpa. Zac lo observó como si fuera un idiota. —¿Cómo se supone que fue tu culpa cuando tú no me disparaste y por el contrario, solo me protegiste utilizando tu propio cuerpo? —Pero no te protegí correctamente, o no habrías resultado herido. —¿Qué? ¿Acaso eres un super héroe como Superman y no me lo habías dicho? —cuestionó. El hombre lobo parpadeó y observó confundido a su pareja. —Responde, ¿acaso eres un super héroe? —Uh... No. —Entonces ¿cómo se suponía que iba a salir totalmente ileso de esa situación, idiota? Nos tomaron por sorpresa, nos dispararon en mi departamento en plan luz del día, siento que es una verdadera suerte que solo haya salido con un roce de bala —argumentó—. Además, tú también saliste herido en el proceso, todo por protegerme. —Y lo volvería a hacer... —No te pongas modo cursi en este momento, por favor —se quejó colocando un dedo en su boca. Luther sonrió y besó ese dedo, logrando que Zac le observara fastidiado. —Solo iba a decir, que lo volvería a hacer, pero mucho mejor, cosa de que no hubieras recibido ni una sola herida —explicó—. No me importa si yo hubiese salido herido, pero no tú. —No seas idiota, ¿si sales herido cómo se supone que me vas a proteger? —cuestionó—. Y ya me he encariñado lo suficiente contigo como para dejar que otro venga a reemplazarte en tus deberes. —En primer lugar, no te protegí porque era mi trabajo o mi deber. —¿Ah, no? —cuestionó, alzando una ceja. —No, lo hice porque yo quería hacerlo. Porque deseo mantenerte feliz, seguro y protegido. También muy amado, cuidado y mimado, pero todo tiene su tiempo y orden, ¿no? —sonrió. —Idiota. —Tú idiota —dijo rápidamente y rió—. Además, no podrás deshacerte de mí tan fácilmente, bebé, firmaste nuestro acuerdo, y era uno de por vida. Zac rió un tanto incrédulo. —Por Dios, era algo que escribiste al azar en una servilleta. Y en ninguna parte pusiste que era de por vida —indicó. —Nada de lo que escribí en esa servilleta fue al azar, bebé. Y si puse que era un contrato de por vida, debiste de haber leído las letras pequeñas. Su humano le observó con sus bonitos ojos entrecerrados. —No había ninguna letra pequeña. —Oh, pero sí lo estaba, por el otro lado. La servilleta tenía muchos dobles, debiste de haberla revisado por completo —argumentó. —Tú... Dame esa servilleta —exigió. —Demasiado tarde, bebé. Debiste de haber pedido una copia antes de firmarlo —indicó Luther. —No creí que estuviera haciendo un contrato con un tramposo —gruñó. Luther rió alegremente y luego besó la punta de esa nariz arrugada, lo cual por supuesto que le ganó una mirada irritada. Pero al tener a su pareja entre sus brazos, actuando como siempre, hizo sentir mil veces mejor a Luther y a su lobo. —Venga, estoy seguro de que debes de tener hambre —expresó tras percibir el pequeño rugido con su sensible oído. —No quiero bajar y encontrarme con esos molestos rostros —se quejó Zac. —Razón por la cual he traído nuestra cena —informó. La mirada de Zac recorrió su habitación y finalmente reparó en el carrito al lado de las puertas de vidrio que daban hacia el balcón. —¿Estás planeando cenar conmigo? —Sí, una romántica cena en el balcón con macarrones con queso y pollo —anunció. Zac negó con una sonrisa y se levantó del regazo de su sombra. —Muy romántica tu elección de cena —comentó burlesco. Levantándose a su lado, Luther le sonrió y apoyó su mano en su espalda baja para guiarlo al balcón, en donde estaba un juego de sillas para cuatro y una mesa. Tomando asiento, el humano observó a su guardaespaldas servir todo en la mesa antes de sentarse con él a su lado. —¿Realmente tengo que vivir en este lugar desde ahora? —preguntó Zac de la nada. Dejando de comer, Luther colocó su mano sobre la de su pareja. —Sé que no te gusta, pero es lo mejor para tu seguridad, Zac. Pero no debes de preocuparte, porque al igual que cuando estaba en tu departamento, me estaré quedando a tu lado en cada momento —prometió, queriendo cambiar aquel tono apagado al cual cambió la mirada de su elegido. —Creí que las otras sombras dormían en el anexo. —Pero yo no soy cualquier sombra, soy tuya, y ya dije que me quedaría a tu lado —sonrió y señaló la habitación en conjunto que los conectaba el balcón—. Estaré justo ahí, a unos pasos de distancia. Por lo que tienes que dejarme la puerta abierta del balcón para que pueda ir y venir a mi antojo. —Si, porque eso no suena nada acosador —resopló, sintiéndose más tranquilo. —Pero sería tú... —Mi acosador, ya lo sé —suspiró y le observó—. Tienes que cambiar la línea. —Nah, me gusta esa —sonrió—. Y terminando, revisaré la herida en tu muslo. Creo que vi unas manchas de sangre en el vendaje. —Puedo hacerlo yo —descartó Zac. —Y yo también, y desde que lo sugerí primero, lo haré yo —declaró y señaló su comida—. Come. Soltando un resoplido, Zac siguió comiendo solo porque tenía hambre y porque los macarrones con queso eran su favorito. Solo por eso.
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