Al toro por los huevos

1860 Words
Para que usted entienda lo que está por pasar, tiene que saber una cosa: el duelo no es exclusivo de la muerte. El duelo es una situación que puede aplicarse a cosas tan simples como cambiarse de trabajo, que dan felicidad absoluta a cualquiera, mientras otros sienten la necesidad de estar sentados en casa, viviendo su dolor por los años invertidos, en nombre de las personas a quienes amaron dentro de esa compañía, los espacios y momentos que disfrutaron. En fin, que uno puede llegar a extrañar la puerta que se quedaba entreabierta cuando quiere, porque así es la mente, pero ¿cuánto tiempo es normal? ¿Qué puede desencadenar eso? ¿Cuál es el verdadero detonante? Porque Consuelo había recibido un mensaje del abogado de su esposo y había aceptado una reunión amigable para negociar por última vez. Ella creía que la posición de Manuel era dura y respetuosa, sin embargo, traía una lista de prohibiciones para el futuro. Su marido, a quien nunca había amado, le estaba pidiendo elegir con quién compartiría o no el resto de su vida, y esa cláusula en específico le molestaba porque hubo un momento en el que ella deseaba toda la felicidad para Manuel a pesar de sus errores, ya que hay que tener las agallas de Consuelo para poder reconocer que ella vendió una versión de sí misma que no disponía. Y que ella debió haberse dado cuenta de que su novio no estaba loco por ella. Claro, cuando uno está ocupado mintiendo eso es difícil de los cojones. Consuelo leyó la propuesta un par de veces, y según Manuel, ella no podría salir en citas por los próximos cinco años, no deberá casarse en los seis meses posteriores a ese periodo, y sobre todo, había una lista de hombres de los que él estuvo celoso o con los que había intentado restringirla con anterioridad, e insistía en poner un freno a cualquier romance en el futuro. La joven vio a su esposo divertido y le extendió la mano. —¿Aceptas? —preguntó Manuel, y su esposa sonrió, le miró a los ojos, le dio un beso en la frente, y los dos se fueron. Es increíble que Manuel llegue tan lejos con tal de molestarla, pero como les había dicho, él solo conoce una versión de Consuelo, una mujer educada, amorosa, respetuosa e incluso si se le pide, obediente y sensata. —¿Aceptas, Consuelo? No conoce al perro con el que se casó. —Acepto jugar, acepto tirarte a matar, pero sobre todo, acepto que no seré feliz por un tiempo, tú o serás feliz en toda la vida. —Le dio un beso y él sonrió. —¿Quieres jugar a matar? —No, mi amor, yo voy a jugar a torturarte, y cuando acabe vas a rogar porque me detenga, y seguiré jugando. —Consuelo le dio un beso en la mejilla, uno poético que despide al amor que sintió por Manuel, el respeto, las ganas de intentar ser otra cosa para cumplir con las necesidades de esta persona dulce y educada que tenía en frente. La mujer se pone en pie y le hace una seña a su abogado para que le siga. Este le recuerda la importancia de no amenazar a nadie frente a su abogado, y ella le advierte que no hará nada radical como hacerle caer en un barranco. Exigirá cada una de las cosas que le corresponden por derecho divino, o al menos, ante la ley del hombre. —Consuelo, no estoy entendiendo. —Quiero un abogado viejo, uno de esos que estaba sentado alrededor de los Westborn cuando se creaban las leyes de repartición de bienes maritales y divorcios. —Necesito que me digas qué quieres hacer para poder ayudarte. —Hay una ley para evadir impuestos en la que si pasas todo a nombre de un hijo no pagas impuestos académicos, laborales, incluso te puedes escapar de pagarle a mucha gente, pero tienes que dejar un patrimonio para una persona menor de edad. —Manuel no es menor de edad. —Sí, lo sé, pero es dueño de todas las propiedades de sus padres, y hay una en especial en la que él desea vivir. —A ti te apetece vivir con su familia. —Sí, no lo niego, pero es dueño de todas las propiedades de sus padres, y hay una en especial en la que él desea vivir. Consuelo estaba llamando para conversar al respecto, pero leyó el mensaje de su hermano y decidió que era mejor sacarse la ira que sentía con la gente correcta. Llamó a su padre, la persona más toca pelotas del mundo y un camión de mudanza espectacular, fue a las bodegas de los Murdok y buscó los muebles más llenos de polvo, feos, descuidados, las cosas de mayor disgusto, y le envió el primer mensaje a su marido en mucho tiempo. —A ti te apetece venir con su familia. —Si yo no tengo a mis hijas, su familia y él no tendrán descanso tampoco. Consuelo estaba llamándole para conversar al respecto, pero leyó el mensaje de su hermano y decidió que era mejor sacarse la ira que sentía con la gente correcta. Llamó a su padre, la persona más toca pelotas del mundo, y un camión de mudanza espectacular fue a las bodegas de los Murdok. Buscó los muebles más llenos de polvo, feos, desgastados, las cosas más desagradables, y le envió el primer mensaje a su marido en mucho tiempo: Consuelo No sé qué estaba pensando, mi amor. Quiero arreglar las cosas, quiero que seamos felices. Creo que esto de que eres gay es una excusa. Creo que necesitas que trabajemos los dos muchísimo. Quiero que hablemos, quiero que estemos bien, que estemos juntos. Manuel ¿Consuelo, esta es tu estrategia? Consuelo Uno de los dos tiene que trabajar duro para que esto funcione, y ahora mismo voy a ser yo. Nos vemos más tarde para cenar en familia. La mujer entró en casa y vio a su padre medio desnudo pintando. En la sala de su casa, su padre tomó una bata y se la puso encima antes de ir a llenar a su princesa de besos y sonrisas. — Hija de mi vida, ¿qué te apetece el día de hoy? — Tengo un plan para que Manuel quiera divorciarse de mí. — ¿Cuál plan? — Vamos a ser desagradables, pero sabes dónde está mamá. — Mamá está de viaje. — Qué dicha, no quiero que sepa —las dos se ríen como locas y ella llena de besos a su hijo. Los dos conversaron mientras se ponían a trabajar en su plan y se retaban el uno al otro buscando cosas molestas para ser más convincentes. En menos de cinco horas, Consuelo se había convertido en la esposa de 1960 que había deseado ser toda su vida. Para ello, había atrasado la reunión de su suegro con sus amigos del golf, quienes le hicieron el favor a la señora Mondragón de entretener a su suegro para una sorpresa. En el salón de belleza, a su suegra no le fue tan bien como siempre, porque alguien mezcló los tintes y ella, que ama su cabello oscuro de raíz a puntas, tenía las canas muy claras. Blancas, para ser exactos, así que les tomó mucho tiempo arreglar el problema. El hombre al que desposó estaba en casa solo, descansando, cuando recibió un mensaje de Pedro invitándole a beber una copa y hablar, cosas que había escuchado Consuelo mil veces y que le llenaban el corazón. Cuando todos llegaron, se encontraron con un desastre de pelo, con la tristeza de haber perdido ante sus conocidos y, por último, vieron a su hijo y pensaron que todo iba mal con él. En su lugar, escucharon un ruido en el interior de la casa y se encontraron con un perro salchicha. Consuelo vio a su suegra desde el minibar donde estaba preparando los martinis para la noche. — Buenas noches, familia —La señora vuelve a estornudar y una risita escapa de Consuelo. — Hola, mi amor, hola familia. — Consuelo... ¿Qué estás haciendo, invadiendo mi casa? —pregunta histriónica la madre de su esposo. — Nuestra casa, me imagino que ustedes por habitar la propiedad tienen un 50 %, pero el resto es de mi marido y, por consiguiente, mío. — ¿De qué estás hablando...? —responde enojado Manuel, ella le entrega los documentos que hacen constar que todo está a su nombre y como nunca firmaron el postnupcial, como resultado era de ella un porcentaje. — ¿Quién quiere que les sirva ya la cena o después de la mudanza? — Consuelo, no es necesario caer tan bajo. — Manuel ha dicho que no nos vamos a divorciar a menos que yo prometa entregarle mi vida a sus caprichos. Yo quiero el divorcio y lo quiero ya, o me voy con todo. — Sabes que no funciona así —le recuerda su esposo. — Y para estar seguros de que quieras firmar, voy a quedarme con mamá y papá. Consuelo llamó a su padre, quien había estado esperando a una cuadra de la casa. El hombre llegó seguido por tres camiones en los que había ropa, muebles y parte de lo que le gusta pintar al señor Mondragón y a su esposa, arte erótico. Ellos lo habían hecho en una pintura, un par de gatos porque la alergia podría acabar con aquella familia en el proceso. Él se bajó con una gran sonrisa y estrechó forzadamente las manos de cada uno de los presentes. Luego, le dio un beso a su hija en ambas mejillas y le recordó que solo tenía que mantener la frente en alto con una señal en la barbilla. — Traje todas tus cosas, los muchachos están por acomodarlas. — ¿De qué están hablando? —pregunta la mujer. — Mis muebles, mi ropa. Usted es la mamá de mis esposos, pero creo que no estamos entendiendo que la nueva señora de Bravo soy yo, por consiguiente, de hoy en adelante se hace y se dice como me guste a mí. Todos miran a la joven entrar arrastrando muebles, golpeando cosas, quitando y poniendo, y a la señora Bravo, la original, colapsar e intentar abalanzarse sobre su nuera. Encima, su padre se lo impide. El príncipe azul que su mamá le eligió detiene la mano de la señora Bravo y le recuerda que su hijo eligió esa ruta. — ¿No le ha hecho suficiente daño? — Estoy solo intentando rescatar a mi marido. — Señora, ¿quiere que reemplacemos el candelabro? — Sí, el de colores está más bonito. — ¿El cuadro, por favor? Mucho cuidado con el cuadro.—indica el papá que cobija a sus hijos. —Retiren esa foto familiar y pongan vida a este lugar. ¿Mi amor Consuelo, la cena está lista? —Sí, pasemos a la mesa. —Me encanta una última vez con esa mesa. —¿Mi amor, quieres algo de beber?—pregunta Consuelo a su esposo con una sonrisa.
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