Parece que la felicidad no es para todos, eso es algo de lo que tengo que convencerme yo de vez en cuando, sobre todo cuando veo a Ramón sentado a mi lado siendo él mismo, riéndose de algo estúpido que ha dicho su amigo. Veo el sol como le ilumina la cara, su sonrisa radiante. Mi esposo acaricia mi rodilla mientras escuchamos todos el último fracaso de Rick como padre. Es que es obvio que perder a tu hijo en un campo de golf puede convertirse en la pesadilla de todo padre, pero que el niño se encuentre a su suegro y se pongan los dos a jugar como si nada nos pareció de morirse de la risa.
—Ella sabía todo el tiempo y yo cerrando el lugar, cagándome en todo, al punto de morirme y él pasándolo pipa, me dio toda una cátedra de golf, ¡es un cabrón! —se queja su hijo y todos reímos.—y mi suegro... Bueno, él ya sabrá que no se viene a vivir con nosotros cuando esté hecho mierda —Su mujer se ríe.
—Gretta, ¿tú quieres ser mamá? —pregunta Estefanía.
—Me siento inclinada.
—¿Tú quieres ser papá, troncazo? —pregunta Rick a Ramón.
—¿No has visto a Ramón con un bebé? —pregunta su esposa. —Claro que quiere ser papá.
—Tenemos prisa constante, que si uno conoce a alguien, que si se va a casar, que si va a tener un hijo, ¿por qué no simplemente disfrutar? —pregunta Damian y su novia le ve encantada.
En su rostro puedo saber que ella cree que ha encontrado a alguien para toda la vida, que van a estar juntos hasta después de la muerte, pero cuando yo veo a Ramón, siento que en cualquier momento se va a dar cuenta de la estafa, de que la vida le ha dado menos de lo que merece. Básicamente; estoy engañando al sistema. Coloco mi mano sobre la suya y él me mira antes de tomar su copa de vino y darle un sorbo, sonríe y yo entrelazo mis dedos con los suyos.
—¿Qué tal si nos escapamos?
—¿De quién te escapas? —susurro igual que él.
—De nadie, me apetece una luna de miel.
—Tienes un trabajo.
—Para eso están Consuelo y Simonetta. —Me susurra al oído y me da un beso en la mejilla.
Alguien más que se preguntaba si había estafado al sistema era el señor William, quien llegó a casa con la compra del mes, después de una reunión con la persona que creía que compartía su vida, Manuel, su hermano del alma, era un monstruo al que no reconocía. Yo de verdad no sé demasiado, pero entiendo que como les hables a tus hijos será fundamental para que ellos puedan construir una vida feliz, llena de amor, de privilegios y triunfos. Por alguna razón su padre siempre había externado cuán desilusionado estaba de William, y su madre no usaba las mismas palabras, pero siempre había querido más de él, en realidad, siempre había querido que cumpliera con los estándares de su esposo para ella vivir una vida feliz.
Cuando William era joven tenía a sus abuelos muy pendientes de él, de cada paso que daba y apoyándolo incondicionalmente, recordaba que cuando empezó a entrenar boxeo. Su abuelo iba en bus a recogerlo a la escuela, luego le llevaba a sus clases de boxeo, caminaban por la ciudad juntos y finalmente acababan en casa, donde su padre le recordaba a su suegro que era importante forjar el carácter, además de la disciplina. Esa era su casa y ahí era donde estaba regresando juntos en el momento en que vio a una de las vecinas coquetonas de su abuelo. El hombre salió al porche de la casa y con gritos de alegría saludó a su nieto.
—Willi, Will, mi nieto, mi hijo, mi amor —comentó el hombre y William sonrió complacido sacando del auto una de esas canastas impresionantemente grandes que su esposa le había encargado comprar y después se acercó al hombre.
—Abuelo.
—Mi amor, he escuchado tantos chismes que mejor espero a que me cuentes todo tú.
—Chisme de primera mano.
—No, hijo, esta es una conversación entre dos personas que se quieren.
El hombre examina la canasta y ve los productos que su nieto ha traído.
—Eso sí, chisme o no chisme me encantaría conocer a tu mujer.
—Claro abuelo, puedes venir a comer tan pronto como quieras o nosotros vendremos.
—Gracias.
Los dos hombres conversan, se ponen al día. Que su abuelo pueda estar jubilado y avanzado en edad, pero aprovecha cualquier excusa para salir de casa, su hija y sus novias se turnan para dejarle la comida ya hecha, y él para darle la mala vida. William se ríe al escuchar las travesuras de su abuelo y este le mira a los ojos.
—Willi, ¿qué te pasa, por qué eres tan mal agradecido?—pregunta su abuelo.
—Perdón, no entiendo.
—Hijo, tienes una mujer que te ama, que ama a Wallace, los cuida, tienes un trabajo que provee para tus gastos y los de tu familia, estás forjando una carrera y una vida de éxito, pero me vas a decir que no eres feliz.
—Soy feliz, abuelo, lo soy.
—Pero no pareces estar disfrutándolo como deberías.
—Lo sé, y eso es lo que me duele, no dejo de pensar que va a irse o que Wallace se va a resentir, no dejo de pensar que no estaremos juntos y felices toda la vida.
—Dales tu mejor versión, dales el padre y el esposo que merecen, entonces si se van sabrás que no ha sido por falta de esfuerzo. —responde el hombre mayor. —¿Entendido?
—Sí.
—Vale, ahora vete, tengo una clase de baile y no puedo faltar.
—¿Quieres que te lleve?
—No quiero molestar —Reconoce el hombre y William le escribe a su esposa.
William
¿Estás de camino a casa?
Simonetta
No, cielo, tengo un compromiso, hoy llego un poco tarde.
William
Voy a dejar al abuelo a su clase, le escribiré a Wallace para saber sus planes.
¿Cenamos fuera los tres?
Simonetta
Me apetece estar en casa.
William
Nos vemos en casa.
Su abuelo regresa con sus cosas y le pregunta:
—¿Todo bien con tu señora?
—Sí, está trabajando.
—Vale, vamos, me dejas ya sí todas dan un vistazo de o guapo que fui de joven.
La señora Murdock Donelly, es una empresaria sin igual, de esas donde pone el ojo se convierte en un millón de dólares. Por eso creyó en algún momento que lanzarse a la maternidad no solo era un paso necesario sino uno que podía dar sola y ahí estuve sentada en una sala de espera en la que nos veíamos raras, porque yo en secreto empezaba a desear tener una noticia tan positiva y romántica que diera como que íbamos a ser padres, y ella estaba ahí replanteándose sus decisiones. Le tomé de la mano y mi amiga me miró a los ojos.
—Quiero darle un bebé a Ramón.
Simonetta se rio porque se lo dije muy seria, y ella me conoce de toda la vida, le he huido al amor, al compromiso, a la maternidad y he cancelado y quemado a Ramón de todas las maneras posibles. ¿Y quién no se quiere follar al dios del sexo? El cuerpo, las destrezas sexuales de mi marido, su galantería, enamorarían a cualquiera, pero a estas horas que me creía inmune y que mis amigas creían que iba a convertirme en solterona modo Eloise Bridgerton, acabo de decir que quiero ser la mamá de los hijos de alguien con quien he peleado toda mi vida y a quien amo con locura, pero no me atrevo a decírselo.
—Está bien querer ser amada. Consuelo quiere adoptar y yo hice esto que no tiene conexión ni naturalidad desde ningún punto. Está muy bien que quieras una vida junto a Ramón, porque sola primera vez en su vida que no le veo buscando defectos y con un pie en la puerta. Titty, mi primo, te adoro, eres su vida, si te vas, lo matas.
—Ya no quieres al bebé.
—¿Qué tal si ese bebé nace y extraña a su verdadera mamá?
—Genéticamente, tú eres la mamá.
—No sé si pueda hacer esto 18 años sola.
—William quiere ser parte de esto, Wallace quiere ser parte de esto y yo voy a ser parte de esto 18 años o los que hagan falta.
—Ya..., ¿qué tal si se van? Esto es solo un año.
—Hay matrimonios que duran diez años y familias que duran una vida, esos solo pueden elegirlo ustedes.
La madre subrogada llegó y Simonetta nos presentó, una joven dulce, muy bonita, acompañada por su amiga, las cuatro nos miramos en silencio, sin saber qué preguntar. Yo me puse en pie y ofrecí algo de beber, en eso la secretaria anunció que la doctora se había retrasado con una cesárea, podíamos esperarla o realizar la prueba con otro médico.
—Como se sienta cómoda Simonetta —propuso la mujer y Simonetta me miró horrorizada.
—Esperamos, vamos las cuatro por un café o un chocolate, dicen que así se mueven más los bebés y de paso nos conocemos.
Mi amiga me miró encantada y murmuró un gracias, las otras dos mujeres se pusieron en pie y la secretaria aseguró llamarnos en cuanto la médico estuviese preparada para ello. Mi amiga nos pidió un segundo para hacer una llamada.
Su esposo vio sorprendido la llamada y la tomó.
—Hola.
—William —dijo Simonetta en un susurro.
—Dime, cielo.
—¿Tú de verdad quieres ser parte de la vida de este bebé? Porque yo no sé qué estoy haciendo y probablemente la cague. Soy la persona que mata a las plantas, perdí a mi perro y mentí cuando dije que la serpiente de la clase estuvo viva todo el fin de semana “siendo una serpiente”, y también con el perico de la clase; abrí la jaula para que conociera la casa y salió volando por la ventana. Esta vez tenía fotos y lo reemplacé. —William sonrió ante el nerviosismo de la mujer que usaba los tacones altos, los trajes caros, caminaba con la frente en alto y una sonrisa que para todos denotaba seguridad, su mujer, su esposa sonaba como alguien que necesitaba ayuda y él quería lo mismo que ella estaba preguntando.
—Voy a estar en la vida de esa persona toda su vida; le arruinaremos juntos, le dejaremos escaparse e iremos a buscarle donde haga falta. Pero métete esto en la cabeza Simonetta, tú y yo no estamos limitados por el tiempo, yo de verdad quiero compartir toda mi vida contigo. Si me aceptas; yo elijo quedarme —Simonetta tragó duro y asintió.
La línea se queda en silencio porque la conversación rápidamente ha fluido a mucho más de lo que ambos pensaron que conversarían al realizar y tomar la llamada.
—Quiero que te quedes hasta el último día de mi vida.
—Acepto.
—Elijo morir primero porque no me siento cómodo con los funerales y el dolor que causa la pérdida.
—Puedo intentar comprometerme —comenta divertido William.
—Estoy en el hospital conociendo al bebé y no sé qué está haciendo Wally, pero me gustaría que estuvieran los dos.
—¿A qué hora es la cita?
—La doctora está demorada, pero unos treinta minutos, ¿crees que puedas?
—Me apresuraré.