In-Vegas

2261 Words
En cuanto llegamos al hotel, todos decidimos que tendríamos un día fantástico de amigos y que después podríamos hacer las despedidas de solteros. En cuanto fuera el momento perfecto, veríamos a los novios casarse. Ramón se acercó a mí, tocó mi hombro y dijo: —Lo siento, si te incomodé o te ofendí, no era mi intención. No creo que hayas nacido para ser una perdedora, pero te estás comportando como una y tienes todo para brillar por encima del universo. Replantea lo que estás haciendo, estás a tiempo de retomar el control de tu vida. Simonetta y Consuelo se disculparon con el grupo y siguieron a Ramón. Las dos mujeres se metieron en el elevador y, sin importar la gente que iba dentro de él, le preguntaron a Ramón qué sentía, por qué se comportaba así, qué pensaba que lograría con sus duras palabras. Él les tomó las manos a las dos y les advirtió que estaba cansado de los golpes. Las dos vieron a Ramoncito, el hermano pequeño, prematuro y dulce que toda la vida han tratado con amor y extremo cuidado, y quien les ha demostrado en infinidad de ocasiones que es un hombre adulto que toma sus propias decisiones. Los tres salieron del elevador y ellas continuaron siguiéndole los pasos en silencio. Cuando ingresaron a la habitación, las dos le recordaron que ya no estamos en 1900 y que la agresión finalmente es penada. Él caminó directo al minibar, se sirvió una bebida no alcohólica, se quitó los zapatos y se desabrochó la camisa. Luego, tomó asiento y procedió a ignorar a su hermana y su prima. —Deja de llamarla gorda. —¡Perdedora! Te has disculpado llamándola perdedora. —Quiero a Greta igual que a ustedes. —No, le faltas al respeto en público. —Estamos entre amigos. —No conoces a William, y no es el día para incomodarla. —Greta ya no puede actuar porque tiene 36, todos los trabajos que consiga serán de mamá número 10 en el fondo y no ha escrito una obra desde hace diez años. Te estabas casando y tú construyendo una carrera. Es normal que no se den cuenta de todo lo que pasa a su alrededor, pero personalmente deberían ponerle atención a Greta. La gente como ella se s*****a y el fracaso termina comiéndoselos. La culpa es el mejor amigo de un hombre, que se siente con derecho de hacer cualquier cosa a una mujer. Por eso, las dos le recordaron que querían una disculpa con menos peso hacia mi persona, que teníamos tres horas para descansar y reunirnos en el lobby e ir a comer. Ramón es una de esas personas con las que, por más tiempo que pasemos juntos, no termino de descifrarlo. Es el hermano divertido, el amigo más leal que he tenido, pero es la persona más franca e hiriente que existe, la mayor parte del tiempo sin darse cuenta, ya que me pone los pies en la tierra. Yo intento no sentirme lo suficientemente avergonzada o herida, ni demostrarles lo que me ha dolido. En su cabeza, en la realidad y en la mía, es así: soy una perdedora que vive por los momentos pequeños de la gente. ¿Y cuándo será mi boda? ¿Cuándo tendré mi vida? ¿Cuándo tendré sexo? Para todo se me ha ido el tren, y ahora tengo treinta y seis años sin haber tenido algo que sea 100% mío. Bajo a la recepción del hotel para organizar algunas cosas para los futuros esposos, una habitación nupcial. Es uno de esos momentos en los que no puedes simplemente entrar a una habitación y verla como simple y fea. También ordeno su desayuno y almuerzos nupciales, una canasta de regalo y, finalmente, cuando estoy por pagar, escucho la voz de William. —¿Estás lista para comer? Yo me muero de hambre y quiero demasiado un bistec. ¿Me acompañas? —pregunta con una sonrisa. Los dos vemos a Ramón acercarse y este me mira a los ojos antes de intentar disculparse de nuevo, pero lo detengo. —Vamos por un bistec. Conozco un lugar, y no les molesta irse en taxi. William y yo negamos y vamos con William a un restaurante fuera del hotel. Probamos todo tipo de cortes, todos exquisitos. Mientras William se regresa a pedir más bebidas, Ramón me reta. —Ah... no has tenido suficiente. —Te reto a ligártelo. Llevas viéndole como un niño a un confite todo el camino. Anímate, Greta. —Déjame en paz, ya te pasó lo del avión, pero el resto del camino, déjame en paz —le ruego y Ramón me ve con esos ojos verdes, llenos de alegría y un poco más serios de lo normal. Me toma de la barbilla y niega con la cabeza antes de decir: —Greta, tengo suficiente. Lo que no entiendo es por qué has dejado de querer ser feliz, de buscar la felicidad. —Soy feliz, mi mejor amiga está por casarse, la otra tendrá un bebé y tú, que eres secundario en mi vida, estás cumpliendo sueños. —¿Tú? ¿Y tú? —insiste. —Qué pesado, Ramón —le grito y le tiro la bebida. Él me mira sorprendido mientras se quita los hielos del pantalón y se pone en pie para ir al baño. William regresa con tres cervezas y nos pregunta si estamos bien. Ramón asiente y se disculpa para ir al baño a secarse. Le miro asombrada y él se va. William se ríe y me felicita por saber cuándo defenderme. Reconoce más para sí mismo que también está pasando por un bache en el que no se encuentra a sí mismo. Dice que durante el final de sus veinte era una de las promesas del boxeo, mientras que ahora simplemente es un tipo con mucho futuro y muy pocos títulos. La única persona la única persona que le llamaría boxeador era su mejor amigo. Tomo su mano y le recuerdo que todos nos caemos y que todos tenemos que levantarnos antes de que la misma vida nos arroje. —Gracias por el tiempo —comenta con una sonrisa que ilumina por completo su rostro. —Lo que quiero decir es… que me ha costado ver que hay más cosas, que sé hacer otras cosas, y que puedo vivir de otras cosas. Mi carrera no es el 100% de mi identidad, pero, es lo único en lo que he puesto mi vida alrededor de ello. No te conozco, pero, tú te ves más que una heredera o la mejor amiga de alguien, tú pareces interesante —dice, y yo asiento. Lo más duro es salir del caparazón, y por eso, Consuelo estaba plantándose frente a su mejor amiga para contarle algo muy íntimo. Simonetta pensó que se trataba de problemas eréctiles de su nuevo marido, y la verdad es que le daba un poco de pena conocer a Manuel en ese nivel. —¿Sabes cómo soy una exzorra? —preguntó su prima, y Simonetta no pudo fingir más que estaba dormida. —No quiero... no... no quiero juzgar tu vida s****l. —Mira, es una cuestión hormonal que pasamos los gemelos. —Simonetta escuchó con atención la explicación científica que su prima tenía para darle sobre su fusto tan impresionante por el sexo. —Ya sabes... la liberación s****l, el deseo constante, la hiperestimulación y precocidad muy hetero o bien homosexuales. Mira a mi hermano y a mí, cero de lo último y 100% de lo primero. —Ajá —respondió Simonetta y su prima le miró suplicante. —Le dije, le dije a Manuel después de conocernos que era virgen. —Ajá y no lo eras y follaron, ya. —No, llevo tres años mintiéndole y entonces pienso ahora, qué tal si es soso en el sexo o no me gusta tanto entonces, de nada me he estado guardando, y terminamos divorciándoos. —Has pasado tres años sin sexo, estarán bien. —Responde Simonetta.—¿Has pasado...? —Sí, sí. —Intenta tener sexo con él ahora; ve, cámbiate de habitación, preséntate desnuda. —Sí, tengo que recortarme un poco, además venía a hablarte de anticoncepción depilación y que no sé si me gaste sexualmente mi marido. — Consuelo solo está nerviosa y buscando defecto. —Me conoces, creo que aprendía masturbarme como a los seis años contra la alfombra arrollada de la abuela —Simonetta recordaba su obsesión que tenía su prima de pequeña por andarse frotando. Épocas difíciles para todos. Porque sus papás pensaban que era malo reprimir a los niños, así que lastimosamente le hemos visto autosatisfacerse, ¡Qué horror, de verdad!—En fin, le mentí luego mantuve la mentira, y ahora, no sé. —Ve a follar con él, porque no eres virgen y tienes muy pocas convicciones religiosas, pero tus estándares te harán replantearte muchas cosas. —Le dije además que soy religiosa—Los dos ríen. —¿Cuándo fue última vez que te confesaste? —Cuando hicimos la primera comunión. —¿A los nueve años? —Sí, han pasado… han pasado. Veintisiete años, pero, le digo todos los domingos que voy a la iglesia. —¿Y qué haces todos los domingos? —Voy a un estudio, al otro lado de la ciudad y pinto, por horas, me visto de nuevo y regreso a casa y digo que fui a rezar. —¿Y él nunca va? —Sí, una vez, le llevé con las monjitas a ayudar con recaudación de comida. No sé si me creyó. —Consuelo... —dice su prima divertida. —¿Entiendes lo pesadas que son mis mentiras? —Entiendo que lo estás pasando mal, pero sé que tienes que decir la verdad. —Mi, mi… mi relación es una mentira. —Pues lo es. —Lo es. —¿Y Manuel nunca ha intentado? —De vez en cuando le hago una mamada o así... —Ay no —responde consuelo y se ríe, las dos lo hacen se ríen como niñas pequeñas. —Ve a depilarte y métete en la cama de ese hombre. —Ahh, solo espero que el sexo sea bueno. Simonetta aprovecha su espacio libre, toma una siesta, se ducha y finalmente baja a buscar qué comer. La solitaria mujer toma asiento en el bar del hotel y se pide una entrada, además de una copa de coñac, se queda viendo la gente pasar, divertidos, borrachos y otros más serios. A lo lejos ve a William, el amigo de Manuel, sentados jugando con el hielo en su copa y le saluda a lo lejos, el joven se pone en pie y se acerca a ella, toma asiento y los dos se quedan en silencio. —Deportista, eres deportista. —Sí... no soy tan bueno. —Nadie es bueno en su trabajo, algunos somos mejor fingiendo que lo tenemos dominado. —Yo no soy bueno en nada que no sea mi trabajo. —Yo tampoco, mi prima aparentemente pinta. —Tu prima, la mujer seria de negocios—Simonetta ríe y William también. —Manuel realmente es tan palo en el culo. —No, toda la vida come de la calle, esos puestito este de lata sin sello de salubridad—Simoneta asiente, sabe perfecto de lo que habla. —Normal. Comida simple, humilde y deliciosa. Ahora es todo gourmet y gluten free. El grupo no tiene problemas con el gluten, solo una novia a la que no le parece apropiado comerlo —los dos ríen y continúan hablando de los cambios en las vidas de sus mejores amigos. En mi habitación... bueno, después de pelear con Ramón como si no hubiese mañana, siento que se me ha pasado la mano, así que ordeno un carrito con hamburguesas, papas y pastel de chocolate, los favoritos del hombre que no terminó de comer porque le eché una gaseosa de sabor naranja encima. Yo llevo el carrito a su habitación y él abre, envuelto por el paño en la cabeza, otro en su cintura y me mira molesto antes de dejar la bandeja de comida ingresar. —Quería disculpar...me. —Ya, no pasa nada, la verdad, tienes razón no somos ni amigos. —No he dicho nada de eso. —No, pero si fuésemos amigos, al menos tomarías en cuenta mi opinión. Ingreso a la habitación de Ramón, me molestó lo que dijo sobre mí, sobre el curso de mi vida y mi historia, sin embargo; tiene razón, últimamente la depresión es más grande que mis esfuerzos. La verdad, puedo decir que si antes me iba mal, tres años, en bloqueo de escritor, sin escribir y sin salir no son productivos, son en su gran medida un fracaso. —Tienes razón. —¿Con respecto a qué? —Bueno, soy una fracasada de 36 años, que no sabe qué hacer con su vida, que nunca va a casarse y que nunca va a tener su propia vida—Ramón parece aliviado de escuchar lo que estaba intentando decir. Se acerca a mí, me toma de las mejillas y me besa. Tardo un par de segundos en entenderlo, pero Ramón, la persona más necia, grosera, insisten de la vida, está encima de mí, besando, tocándome y dirigiéndome a la cama, y por alguna razón: sí, estoy besándole devuelta y a acariciándole de la misma manera salvaje. Ya les digo yo, que Las Vegas... ¡Bueno! Lo que se hace en Las Vegas, es imposible que no se quede en las Vegas para nosotros.
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