Tres cabezas

1227 Words
Esta historia a mí me llama porque, en este momento, exactamente en este capítulo, hay tres Murdok muy toreados. Han visto el que se aprovecha de molestar al toro porque cree que está indefenso, porque sabe que si le hacen daño, alto le va a arder peor sí o sí, como quien es pequeño, molesta al perro manso y no le importa nada cuando le advierten que le van a morder y le muerden. Es que puedo sacar mil ejemplos de cualquier animal defendiendo su naturaleza, es tan simple como eso: somos verdaderamente una especie de animales que se defiende con las herramientas que les han dado y con todas sus fuerzas. Y pa` seguirle, es que no quiero perder esta oportunidad de devolverles la ciencia y es, tengo que recordarles, que usamos solo la mitad de nuestra capacidad cerebral, así que si dos cerebros piensan mejor que uno, imagínense tres. —¿Te hizo qué? —El muy playo, decidió que yo debo firmar la anulación, pagarle una compensación ridícula, porque él no se va a divorciar. —¿En qué le afecta? —No sé, seguro no se va a poder casar con un gay en la iglesia. —Suenas homofóbica. —Tal vez a partir de hoy lo soy. —Hemos hecho muchas campañas a favor de los derechos de los homosexuales —le recuerda Ramón. —¿Qué tal si le contrato un montón de transexuales que le tomen fotos y salga en el periódico? —Hay maldad, pero necesitamos algo más grande, más doloroso, molesto. Pero si él quiere joderte, vamos a ir con todo —Simonetta, que es la reina de la venganza, alza el teléfono. Los tres estaban de acuerdo en que tenía que buscar el punto más débil para torcer la mano de Manuel. Es que quedaba como amigo y deseaba dejar las cosas en buen término, pero no era el momento de jugar a ser la mártir en la buena. Un par de semanas antes de ponerle punto final a su estado sentimental, ella había estado con dos personas. Desde cuándo los hombres no juegan ese juego, estoy con quien quiero, y la tomo de una mano con fuerza. Pero estoy con quien me gustaría estar porque es guapa, porque es una fiera en la cama, y cuando llega la manera de elegir te llevas una sorpresa. Los principios de las relaciones no son fáciles, es que depende de Dios, el destino o el universo, y ninguno de estos está muy claro, entonces, ¿qué puede esperar una persona soltera? Hasta que alguien pregunta, señala o anuncia que somos exclusivos, y eso es lo que quería. Exactamente, mi marido, dejar en claro que no somos amiguitos, que no nos chupamos las partes. Para Ramón no había cambios, salvo tiempos fuera, estábamos juntos por tiempo indefinido. Para él, hasta siempre si eso es el fin temporal de una relación más largo. Simonetta arregla la vista del hombre más parecido a James Bond en la ciudad, un exmilitar que vive de sacarle la ropa sucia del closet de vacaciones a cualquiera, el mismo hombre que contrató mi amiga para asegurarse de que su exesposo era una mala persona y que no quedaba nada que hacer por él ni por su relación. Cuando un empleado le estaba robando, también le llamó, y cuando comenzó a desconfiar de la bondad de su madre, también le llamó. Simonetta es desconfiada por naturaleza. Ella es una especie de cebra, está siendo acechada, y se une con sus hermanas, creando aquella ilusión óptica que impide a su presa cazarle. Se protege con lo más simple, pero eso no quiere decir que la cebra no esté herida, dañada y muy desgastada por el susto. Así es Simonetta Murdock, la mujer que resuelve, la mujer que ataca en silencio. Y creo que todos deberíamos aprender algo de ella. No importa cuán cruel o cuán peligrosa sea la presa, escapas, huyes, te salvas y reconstruyes tu vida sin importar qué. Además, la joven hizo una llamada y le dio una única indicación a mi marido: —Ramón, Gretta, es nuestra hermana y está bien que la veas con ojos de amor, pero si esos ojos preciosos de corazón ven a alguna otra mujer, si tus dedos rozan el cuerpo de alguien más, si haces algo tan caótico como serle infiel, me encargo personalmente de ti. ¿Queda claro? La encargada de las joyas llega primero que James Bond. Todos toman asiento y se quedan viendo joyas extravagantes, preciosas, muy sexys algunas, llamativas a rabiar, pero Ramón es la persona que me ve quitarme los aretes, el reloj y jamás usar un collar, así que, con la pena del mundo, despide a Arabela y les da un beso de consuelo y a mí, Simonetta. —Tengo un viaje que hacer. —¿Un viaje? —repetimos las tres incrédulas. —Sí —responde mientras toma sus cosas. —Me necesitan, ocupan que me espere. —No. —¿A dónde vas? —Voy a comprarle algo único, algo que le guste. Ramón sale de la oficina y deja a las tres mujeres incrédulas. Arabela toma un sorbo del agua mágica de consuelo y le guía un ojo en señal de complicidad. Simonetta niega con la cabeza, y Arabela le imita. —Hombres que me mantienen humilde; Damian Waitly y Ramón Mondragón. Arabela, que es una mujer muy guapa y muy inteligente, ha tenido un crush grandísimo por los dos. Ha sido correspondida y, en mi opinión, si Damian quiere darle a Brenda un anillo que hizo la señora Arabela, muy bien por ella. Pero yo, personalmente, no lo acepto porque muy maja y toda, pero lo de ella y Damian o lo de ella con Ramón no fue un jueguito de niños, fue amor y buen sexo. Yo estaba ahí, viéndolo, que no me digan más; espectadora de primera línea. —¿Sabéis que mi hermano ha intentado asesinarme. —Todas se ríen. —Sé que sí, lo que no sé es el número de intentos. —Quince, aproximadamente. Ahora, ven, Arabela, muéstrame este juego de diamantes. —Son diamantes sin sangre, Consuelo —advierte y las dos se quedan hablando mientras Simonetta revisa su celular, sin respuesta de William y eso le termina de enfadar. El hombre en cuestión había decidido al mediodía pasar por su hija al colegio temprano, llevarla por pizza, ir a jugar juntos en las máquinas, tener una tarde de reconciliación y la verdad les iba fenomenal. Para William, tener un rato con su mejor amiga, la versión mini de él, era un premio, y para Wallace que no le estuviese regañando era un milagro, verdaderamente, disfrutable. —Papá, tengo un cuestionario que resolver, —comenta Wallace mientras se toman un fresco.—¿te molesta si vamos a casa y lo hago mientras vemos la tele? —Nadie hace la tarea con la tele. —Yo sí —William le acaricia la espalda. —¿Algo que ya hayas visto?—propone William para no ser tan pesado. —Le llevamos esas pastas que le gustan. —Sí, y unas rosas. —Podrías llevarla a cenar, como la gente normal. —¿Ya algún consejo sobre matrimonio? —Siempre estoy feliz de colaborar con anotaciones de tu vida. —Se te nota, hijo.
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