Sentirse mal

1772 Words
No es que sea dramática ni nada, porque mis amigos me decían que no, que no tiene que amarse como es, pero cuando eres actriz y eres gorda, con toda la inclusión del mundo, hoy, mañana y siempre quiero que sepan que uno siempre se siente mal, porque le hemos puesto demasiado peso a la palabra "gorda", y soy la primera en estudiar mi caso metabólico porque en mi casa todas parecen unas jodidas princesas Fiona, pre-conversión a ogro. Yo es que soy el ogro de verdad en el estanque de la genética, me apunté mal, soy la más baja de mis hermanas, tengo el cabello rubio pero delgado, tengo más tetas de las que cualquiera desea y tengo un culo como el de Kim K, pero el mío tiene unas cuantas pelotas de grasa. La verdad es que no sé qué dieta hacer ni qué régimen de ejercicio seguir, y ya entrados en los treinta me di por vencida, entonces, de ser "grande" pasé a grandísima. Eso sí, Simonetta vino todos los días hasta que conseguí una talla intermedia que me permite comer todo lo que quiero sin poner en riesgo mi corazón, mi salud física y emocional. ¿Es o no es una buena amiga? Yo la seleccionaría como la mejor amiga que un gordo puede tener. Nos conocimos antes de su "glow-up", cuando todas teníamos pancita y nos ponían esas bombachas debajo del vestidito de la guardería. Su madre y la mía se conocieron en el internado, continuaron siendo amigas durante la residencia y sospechamos que después de la muerte seguirán siendo las mejores amigas. Nosotras nos conocimos en la guardería del hospital, cuna con cuna, y hasta el día de hoy no nos separamos. Regresando al tema principal, Simonetta es una mujer impresionantemente bella, tiene rasgos africanos como su madre, pero los buenos, no la piel queloides, sino el culo y las tetas de tamaño perfecto. Son altas, con piel bronceada, pero no puedes descifrar solo con verlas si son negras, morenas o alguna mezcla exótica. Además, sacó el cabello suelto y colocho de su padre y los ojos claros. La sonrisa la reforzaron con ortodoncia, y esa inteligencia emocional, espiritual y académica te hace replantearte si es justo para ella que estés a su alrededor. Simonetta no lo ha tenido fácil, siempre ha resentido mucho la carrera de su madre, o mejor dicho, su necesidad de estar lejos del país como médico para formar o criar una familia. Eso ha convertido a Simonetta en madre de todos aquellos a quienes ama, y por eso, las cosas con Federico se salieron de control, todo lo que su marido hacía ella lo justificaba con tal de aferrarse a la idea de tener su propia familia. Mientras consigue su sueño más oculto, viene en mi dirección con su ropa deportiva y dos cafés, me llena de besos y me dice cuánto me ama y me mira a los ojos. Yo sonrío, y mi amiga toma asiento a mi lado en el banco del jardín de mi casa. — ¿Cómo van las maletas? —pregunta Simonetta. — La verdad suena muy familiar, ¿por qué no van solo ustedes? — Porque Ramoncito va a casarse, mi amiga. Y yo con mi otra amiga. — Ahora soy la de repuesto. — No, tú eres el amor de mi vida. — responde — Fede y yo hemos firmado los papeles. — ¿De verdad? — Sí, y ya me ha llegado la notificación, oficialmente estoy divorciada. — responde Simonetta. — ¿Cómo te sientes realmente porque está esa mierda de “me liberé”, me merezco unos nuevos tacones y una fiesta de liberación y está la verdad? Simonetta me mira intensamente a los ojos, se le llenan de lágrimas, y asiente antes de darme la razón, porque una cosa es lo que la sociedad nos obliga a fingir después de un divorcio y la verdad es cómo nos sentimos, como el dolor, los recuerdos, los momentos felices, los sueños que nunca serán construidos y el tiempo invertido. Mi amiga toma un sorbo de su café y me dice que se ha liberado del mal humor, de los malos tratos, de los dineros perdidos y los objetos vendidos por el problema de apuestas que tiene su exmarido. Reconoce que le preocupa su futuro, le preocupa su reacción ante el divorcio y lo que va a hacer su familia cuando entienda la magnitud del problema. — Simonetta, suena a que le has estado pagando a su... como se llama. — No sé su nombre, solo le pago. Simonetta y yo nos miramos a los ojos en silencio. — Titi, si le matan, yo... es alguien a quien quise, le confié mi amor, mi cuerpo, mi casa, parte de mi vida, parte de mí misma. Puede que no quiera estar casada con él, que mis bienes se mezclen con los suyos, pero... hay una pequeña parte de él, la que no está ligada a su ludopatía, que es muy buena. — Suena en este momento como una mujer agredida. Y eso, como la gordura, es una enfermedad. — Odio cuando dices cosas negativas hacia tu cuerpo, pero me molesta mucho más cuando dices cosas negativas de mí, porque casi siempre tienes razón. Simonetta es una negociante innata, tenía dos años cuando aprendió a robarse cosas para que sus papás no se fueran, las escondía al principio en su pañal, luego escaló a lugares que todavía no han sido identificados, no tenemos pruebas, pero tampoco dudas de que el bosque de su casa podría esconder un tesoro de objetos desaparecidos. Luego subió de rango, productora de su contrabando de dulces, creadora de plastilina y creadora de pulseras; todo eso y muchas otras cosas más mi amiga ha vendido, y muchas cosas más vendería. — ¿Qué tal si yo voy al psicólogo y tú vas con la nutricionista y psicóloga de peso? — Es una grosería hablar del peso de los demás. — Es una grosería hablar de los problemas mentales de la gente, Titi, pero a mí me da igual pagar sus deudas o ser una mujer agredida porque no lo soy, a ti te molesta estar en un rango de peso mayor al normal. — ¿Gorda? — Sí, Greta, pero el peso es solo eso. Antes de tener sexo con un hombre no le pregunto cuánto pesa o cuánto mide la polla, pregunto... pregunto... — ¿Preguntas? — Bueno, la verdad no pregunto mucho, evalúo sus manos, sus pies, si está aseado y si besa bien. — Bueno, los hombres no son tan simples. — Creo que llegadas a este punto de la vida, estás buscando algo imposible o es por ser cínica —siempre que usas esa frase “no es por ser...” te prometo que serás lo más dura posible. — Odias estar gorda y debería hacer algo, eres preciosa, muy inteligente y divertida, y te mereces todo lo que deseas en un hombre, pero la lista, la lista no es para gente de nuestra edad, la lista es para niñatas de diecisiete y veintiuno. — Yo me quedo con mi lista. — Bueno, actualízala, ya hemos aprendido un par de cosas. — ¿Quieres hacer una lista del amor? Mi amiga se ríe y niega con la cabeza, yo me pongo en pie y voy por nuestra caja, la que tenemos guardada con recuerdos y con listas estúpidas. Traigo papeles nuevos, lápices y material para mejorar nuestra situación amorosa, y Simonetta se ríe. — ¿Sabes qué haría esto mejor? — ¿Qué? —Un par de croissants. — Qué necia eres. Uno con jamón y queso, uno con rúcula y balsámico y otro con chocolate. — ¿Por qué no engordas? — Hago demasiado ejercicio, y me permito todos los antojos de mi corazón. —Responde y va corriendo a la cocina, en unos diez minutos regresa con más café y todos los antojos en su corazón que podían prepararse con ingredientes de la cocina. Las dos reímos al leer nuestras listas para el colegio. Queríamos crecer unos centímetros más, ser populares pero no pesadas, que nos compraran ropa de moda cada dos meses. Este es el momento exacto que quiero que recuerden en el que somos solo una, pensando casi con el mismo cerebro, siendo felices, amándonos y apoyándonos. Mi amiga y yo nos topamos con la lista que hicimos juntas a los veinte, en la que queríamos vivir una al lado de la otra, con esposos dulces, guapos, inteligentes, buenos trabajos, vacaciones en Aspen y Navidades compartidas. No... tremendo. Yo saco una mamá. — Yo sigo queriendo esto, pero 100% libre de enfermedades prostáticas, nada de ludopatía, cero enfermedades genéticas raras... —Se queda en silencio viendo hacia el cielo, como si hubiese resuelto un mes de responsabilidades, problemas y miedos. Yo me quedo en silencio, viéndole el perfil, y ella se ríe y los dos nos miramos a los ojos. Es increíble, por primera vez algo en Simonetta ha cambiado, pero no quiso compartirlo. No digo nada, solo sonrío y le tomo de la mano. — ¿Cómo es tu hombre ideal? — Quiero un hombre... — Espera, espera —Simonetta va corriendo por la botella de vino abierta y vieja en mi refrigerador, le da un sorbo y parece que quiere desmayarse, casi lo hace. Yo me río, pero cuando se acerca a mí me da la botella, la veo y mi amiga asiente emocionada, pestañea incluso feliz y las dos nos reímos como nunca. Le doy un sorbo inigualable y ella se ríe. — Okay, yo quiero un hombre guapo, atlético, sexy, maravilloso, con buen sentido del humor, cabello sano porque ya estamos en esa edad en la que si lo perdió, lo perdió, y buenas erecciones de por vida, ya pasé mucho tiempo sin sexo, no voy a seguir así. — Cero problemas de cadera. — Ajá. — Y buen uso de la lengua. — Sí, totalmente. — ¿Algo que se nos olvide? — Dinero, mucho dinero. — El dinero no es importante. — Titi, el dinero es importante cuando estás recién parida y quieres quedarte más de tres meses con el bebé, y seamos honestas, es importante. Vives en una zona restringida, reina, ¿sabes cuánto cuesta esto? — Es una herencia de mi abuela. — Genial, no te la quitan ni Dios, pero si no fuera por el hombre guapo y sexy con el que se casó tu mamá, no podrías vivir aquí. Perdón, Simonetta dice lo que siente incluso sin “no es por”.
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