Familia

2362 Words
Todos hemos experimentado la sensación de llegar a casa muy agotados y no querer hacer nada más que irnos a desvestir y ponernos algo cómodo, y ahogar nuestros sentimientos en alcohol, azúcar o comida en general. Yo soy esa persona. Después de estar con mi familia, solo quiero sentarme a comer helado. Tomo una ducha corta para eliminar el sudor que me causó ver a mi mamá en la cocina. No es que no la quiera o no comparta con ella, solo no me gusta verla en la casa de mi papá, como si fuera la señora, como si fuera la esposa y la persona que va a cuidar de nosotros, la misma que prometió que las cosas serían iguales y solo causó más desastres y un corazón más roto que al inicio. Para mí, es la decepción más grande de la vida. Voy rumbo al refrigerador, cuando lo veo y casi me asusto porque no recuerdo haberle dado las llaves de mi casa a Ramón. Él me mira a los ojos divertido y yo me aferro al mueble antes de poder preguntar cómo ha ingresado a casa. Él me muestra sus prendas y sus cosas. Me acerco sonriendo y pregunto: —¿Qué haces detrás de ti? —Bueno, después de pasar un rato inolvidable con mi hermana, mis papás y el nuevo novio de mi hermana, he decidido que vamos a acostarnos en el sofá, ver un programa divertido y comeremos helado de chocolate, los dos, y tú vas a dejar que te acaricie la espalda mientras vemos algo que nos distraiga. —¿Quieres simplemente estar aquí conmigo? —Sí. —Acepto. Ramón toma mi mano y deja el helado en la mesilla. Yo sonrío porque se está descongelando un poco, como me gusta, y él me da un beso sobre los labios antes de ir corriendo de vuelta a su auto por un maletín. Le miro divertida y comienzo a servirme el helado como si no hubiera mañana. Ramón lo vuelve a poner en el tarro y me dice que si no logramos terminarlo, podemos simplemente botar lo que quede. —Podemos botarlo o jugar con ello. —Ajá. —Sí —responde y me besa, sale corriendo al piso de arriba para dejar sus cosas y bañarse, y yo me acuesto en el sofá. Me quedo cobijada frente al televisor, buscando algo que podría hacer feliz a Ramón, y veo un partido que podría gustarle. Él baja con toda la energía para limpiar. Ese es un defecto de Ramón muy oculto, le gusta el orden y la limpieza obsesivamente, y a mí el plan del chocolate derretido cubriendo nuestros cuerpos me encanta, pero aparentemente el hombre no falla si no limpia. Le miro de un lado a otro limpiando como loco. Le enseño mi cuarto de limpieza, el cual está altamente equipado porque, como les conté con anterioridad, esta fue la casa de mi abuela, y la mujer le dedicaba tiempo a su casa y a su familia. Yo prefiero dedicar tiempo a estar acostada, pensando sobre mi vida. —Ramón, ven a acostarte conmigo. —Gretta, ¿tienes una empleada o algo? —Viene los miércoles y hoy es domingo, has vivido con otras artistas. —Sí, ya, y casi me suicido comiendo pintura una vez por los desordenes de mi padre. —Mi amor, vendrá mañana, ven a echarte mimitos conmigo. —¿Eso quieres? —pregunta y deja la escoba contra la pared. Sonrío y me acomodo en el sofá, una de las mejores inversiones que he hecho en la vida. Él se acuesta a mi lado y me llena de besos el rostro, y yo me abrazo a su pecho. —¿Qué tal estuvo tu comida? —pregunta. —Una de las gemelas está embarazada y la otra se va a casar. —Wow. —¿Cuál, cuál? —No sé, se parecen mucho y estaba en shock. —Los dos nos reímos. —¿Tú? —Alguien le ha dicho a mi madre que hay una mujer a la cual conocer, y no va a parar. —Deberíamos decírselo, antes de que se haga mucho rollo, y sabes cómo es tu mamá. —Uhmm... entonces somos algo. —No sé, pero llamo a tu mamá tía, la quiero con todo mi corazón, y no quiero que sea incómodo. —No sé si estoy listo para que nos fastidie. Le doy una cucharada de helado de chocolate y mi novio ve hacia el exterior. —¿Acaban de parcar tus padres? —Uy no. —¿Debería esconderme? —¿Esconderme? —repito divertida. —Estamos mayores ¿no? Pero con todo y eso no les quiero dar la satisfacción, así que le digo que les atenderé en el jardín. Me pongo en pie y salgo al jardín frontal para recibir a mis padres, y no sé en qué momento me ha caído un poco de helado sobre la bata de mi pijama, pero los dos me ven horrorizados. Los invito al jardín lateral, y los dos me ven sorprendidos. —¿Tengo café y té? —Sí, un té para mí. —¿Me puedes dar una copa de whisky? —pregunta mi papá, y contengo la risa. —¿Podemos entrar? —Tengo compañía, y la verdad preferiría que no entren a mi casa, porque cada vez que estos dos se reúnen es para fastidiarme y decirme todo lo que hay que mejorar de mi herencia y mi vida. Así que rápido voy por las tres bebidas, una jarra con agua y unas semillas. Siempre, por más mal que te caiga la gente, no tienes el lujo de llamarte mal anfitrión, y mi madre lo agradece. —Hija, estuvimos hablando, y papá y yo sentimos que nunca nos hemos disculpado contigo por el daño que te hicimos, y somos muy conscientes de que todo lo que son las gemelas es gracias a ti. Las cuidaste, las educaste a tan temprana edad, y las llenas de amor, y nosotros de verdad deseamos lo mismo para ti. —Wow , gracias —les digo sorprendida y con mucha ironía. —Y, ¿cómo es ahora? ¿Pasaremos todos juntos la Navidad y los cumpleaños? —Gretta, tus hermanas y tú son mis hijas, mi única familia, y tu papá y yo hemos trabajado muchísimo para mantener la relación que tenemos, ser la mejor versión de nuestras vidas. Te amo y quiero que seas feliz. —¿Pero vienes a criticarme? —No, eso es lo peor que hemos hecho una y otra vez, titi. Tú sola te sacaste adelante, te enseñaste un oficio, has creado una carrera, y has mantenido un hogar. Mamá y yo te hemos dado dinero y una que otra vez aplausos, pero en este momento necesitas un poco, lo mínimo, de apoyo para levantarte. Así que lo que quieras, hija, carta blanca, un negocio, pagar un show de teatro, un guión, publicidad, lo que quieras, vamos a pagarlo. —¿Están comprándome? —Estamos ayudándote. —¿Por qué? —Porque somos tus papás. —¡Ahh, sí, super claro! Me cuentan de qué se sienten culpables para poder moverme en esa dirección. —Tu hermana se está casando, la otra está por tener un bebé, y tú estás sola en una casa enorme, vieja, sin rumbo y sola —responde mi mamá. —Te pareces más a mí de lo que te gustaría. —Pobre de mí. —¡Sí! —responde mi madre. —Yo tenía una carrera que me apasionaba, un esposo, hijas, y papá apenas un imperio que dirigir. Y yo le arruiné todo, Gretta, pero te estás quedando sola porque yo lo arruiné, y eso no es justo, no me parece bien. No me parece justo que te quedes sin nada porque yo arruiné todo. —Mamá, me duele la cabeza, ha sido demasiado. Creo que lo mejor es que se vayan, tomaré la oferta que me hacen, y hablaré con papá tan pronto se me ocurra algo. —Me pongo en pie y beso la frente de mi padre, agito mis dedos hacia mi mamá y regreso al interior de mi casa. Cierro la puerta y sin mirar a mi habitación, Ramón está acostado en la cama, viendo el celular. Levanto mis manos a mi rostro, lloro desconsoladamente, cierro la puerta, él se acerca a abrazarme y llenarme de besos. Le abrazo de vuelta y me quedo en silencio mientras las lágrimas corren por mi rostro. Cada uno lleva su cruz y es tan pesada como le demos poder. Era una frase que mi abuela me repetía en la adolescencia, como para que no se me olvidara que nadie realmente la tiene fácil. La gente con dinero sufre por amor, la gente pobre por comida, la gente viva siempre siente dolor, y de los muertos, pues no se sabe. Esto se los cuento porque me permitió darme cuenta de una cosa. Mi marido, mis amigas y mis papás no podían estar diciendo lo mismo de diferentes formas, y por eso comencé a escribir esta historia. Y como es comedia y no drama, las voy a llevar con un personaje importante: la señorita Simonetta, cuya evaluación familiar duró un almuerzo, un café con postres, y sabía que después de salir de esa casa habría más chisme y molestia. Pero también recordó a un ser querido que era su madre, quien le acusaba de ser materialista y vacía en cualquier oportunidad que tenía. William se sentó a su lado y le tomó de la mano. —Entonces, vendrán el próximo domingo. —Estaré afuera del país, pero me encantaría volver —responde en tono calmado. —¿Vas con ella? —Voy a Kenia a ver a mi madre. Está trabajando con una comunidad muy pobre. Necesitan implementos, los dejaré y me quedaré unos días. —Deberías ir a conocerla —insiste la señora Donelly. —A mi mamá le encantará conocerles —comenta Simonetta. —Simonetta, creo que deberías esperar. Tú y William no cuadran por ningún lado —insiste Hanna. Por más que te veo y te escucho, quiero entender, si sabes quién es él. —Tienes toda la razón. Pero esta es mi vida, mi historia, y quiero vivirla como sea. Conocía a mi exesposo de toda la vida, los mismos círculos, miles de amigos en común. Un año de relación, seis meses viviendo juntos, seis meses más comprometidos, la boda del año, y no le conocía. Hasta el día de hoy, le desconozco. Ahora, tú tampoco me conoces, y yo veo las diferencias. William tiene una mamá atenta y dulce cuidándole, un papá trabajador, y yo tuve niñeras y escuelas caras. En las que mi familia son mis amigos, conozco sus vidas, sus secretos. Recuerdo cuando se curaron solos y cuando necesitaban un abrazo. Tenemos vidas muy diferentes, pero por más que quiera ser parte de su familia y respetarles, no permito que se me cuestione, y nadie más que William y yo elegimos el paso y las reglas de nuestra relación. Así que por favor, no nos faltes al respeto cuestionándonos. La joven se puso en pie, se alisó el traje para ir a despedirse de su suegra. Su madre le dio las gracias por la hospitalidad y le prometió a la mujer dejarse un domingo libre al mes para venir de visita. Con educación, se despidió de sus cuñadas y salió con su dignidad intacta de la casa Donelly. William usualmente era el hijo explosivo que gritaba, tiraba puertas, insultaba y se largaba. Esta vez, se despidió de sus padres en silencio y salió de la casa. Simonetta pensó que se demoraría más y se limpió el ojo, se aclaró la voz y preguntó si estaba listo. —Lo siento muchísimo, Simonetta. De verdad, no es personal, es sobre mí. —No, no está bien. Estoy bien. No debería afectarme. Ni siquiera estamos juntos... es... —Es que ni siquiera calzo en mi propia familia. É l la rodeó con sus brazos y le besó la frente. La acompañó al asiento de copiloto y abrió la puerta para ella. Rodó el auto, y su mamá salió con un montón de comida para llevar de vuelta a casa y una disculpa. Simonetta y William le recordaron que tenía trabajo y cosas que hacer, y que poco a poco, todo mejoraría. William condujo hacia la casa de Simonetta, un lugar impresionante, con un jardín amplio y una casa para albergar a una familia enorme. Se veía que ella no había construido eso para pasar la vida sola, y de todas formas le hacía bien. —Oye, ¿por qué no te cambias y vienes conmigo? —¿A dónde? —¿Sabes lo loca que es mi familia...? —Sí. —Bueno, hay un m*****o importante de mi familia a quien solo le has gritado. Pediremos pizza, hamburguesas y muchas papas, y hablaremos mal del marido de su madre. —¿Puede comer todo eso? —Me refería a lo que tú y yo vamos a comer. A él le he preparado un contenedor con comida y se lo dejaré. —Es tiempo de papá e hijo. —Simonetta, vine por un maletín, y voy a mudarme aquí a compartir con mi hija y mis hermanas. Pueden odiarte porque no eres su mejor amiga, pero ser parte de la vida de mi hijo es necesario si vas a ayudarme con su custodia —William, yo creo que tú y yo tenemos que hablar. —comenta Simonetta y le hace una señal para que le acompañe al interior de la casa. Es que las familias sacan lo peor de uno, no sé si es una prueba biológica determinada a poner a prueba lo mucho que nos parecemos o lo que va mejorando entre las generaciones y después se vuelve incómodo, pero es más difícil cuando tienes problemas con la familia política, esa que alguien "eligió" para compartir su vida y no deja de hacerse sentir como el peor error de sus vidas, si no les quedó claro, como mi amiga Consuelo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD