Lo que fui

1270 Words
Ramón estacionó frente a la casa de sus padres, todo estaba oscuro porque saben que Marita está en casa; la mujer detesta tener luces encendidas innecesariamente después de las siete de la noche, y su marido, obediente, apaga para ya. Noé suele hacer el mismo discurso. Esta noche la pareja estaba disfrutando de la bendición de tener dos hijos mayores y muy ocupados; habrían elegido tener una cita, beber vino, jugar y conversar a la luz de las velas, porque un matrimonio de casi cuarenta años no se mantiene simplemente con la expectativa; a veces es necesario sacar un poco de tiempo de la agenda para disfrutar de lo que sí tienen. Los dos escucharon el auto acercarse y se pusieron en pie. Solo sus hijos y su sobrina saben la clave del portón principal, por lo que las opciones eran pocas. Vieron con sorpresa el auto de Simonetta y a sus dos hijos bajarse de él. —Consuelo, ¿qué te ha pasado? —pregunta su padre conforme se acerca y observa el moretón en su mejilla y su brazo. —Puse toda mi resistencia y me di de alta. —Una vez más, los locos son más fuertes, pero no sabía que tanto. —Mamá —la regañan sus hijos, y Marita se acerca a revisar a su hija. —Esto no es legal, mi amor. —Tienes toda al razón, el Pieth ya se ha comunicado con nuestros abogados y están ofreciendo una compensación económica.—comenta Simonetta quien ha estado conversando por correo con su representante legal. —Los quiero a todos en ese lugar despedidos, desde el que limpia hasta el hombre que me hizo esto. Eso sí, a él quiero que le abran expediente disciplinario y voy a hacer una demanda en su contra específicamente. Si no aceptan, demando a toda la cadena de hospitales, que he tenido tres días para pensar —responde Consuelo furiosa, y da un beso y un abrazo a Ramón y Simonetta. Luego se gira hacia sus padres. —Habrá algún inconveniente en que me quede y prevengan que me autoelimine. —No hay problema muñeca, pero, no es momento para chistes oscuros.—advierte su madre mientras le peina el cabello. —buscarmos la ayuda que necesitas y lo solucionaremos pronto, ya lo verás. —Siempre eres bienvenida, princesa —dice su padre antes de cargarla. —Ramón, ¿tú también quieres volver? —No, yo soy un adulto que se respeta —responde Ramón y le da un beso en la frente a su hermana, uno en la mejilla a su madre, quien está abrazando a Simonetta, y las dos le agarran para que les abrace. Simonetta le da un beso a su primo y este a ella de vuelta. Todo el mundo regresa: Consuelo a casa, Ramón a mi casa y Simonetta con su familia. De eso es el amor, dar libertad y saber que la persona siempre va a regresar. Yo tomo la mano de Ramón y entrelazo mis dedos. Él besa mi cuello y pasa su pierna sobre la mía. William se gira y abraza a su esposa, la cual le da un beso en la mejilla, otro en los labios. Él pasa su mano por su cintura y abre un ojo. Simonetta se ríe, y William se acerca un poco más, si es posible. —¿Me estabas esperando? —Intenté solo, pero no valió la pena. —William… —dice Simonetta entre risas, y su esposo dirige su mano entre su bóxer. Los dos se ríen, y se besan. Ella le acaricia lentamente. La libertad parece mágica, pero se vuelve fría cuando su nombre real es soledad. La cama de Consuelo está fresca y fría, con la ropa de cama limpia que ha puesto su mamá. Arropada entre almohadas, con la sensación de tristeza y fracaso rondándole en la cabeza. La joven ve las paredes en las que construyó sueños, y es que para este momento, la joven Consuelo de diecisiete pensaba que estaría en el tercer año de matrimonio, amando a dos hijos con locura, siendo la mejor en su campo profesional, amando la vida. Y ahora, tenía todo lo contrario. Cuando había trabajado tan duro para tenerlo todo, ahora solo tenía el corazón roto, los sueños despedazados y la vida llena de caos. Y como todos los que nos preguntamos alguna vez qué pasó con nuestras vidas, qué hicimos bien, qué estuvo mal, ella se pregunta en qué momento creó un karma que la enloqueció y la lastimó tanto. Era penetrante el dolor que sentía, el miedo a vivir una vida de soledad, y sin importar el dolor, el malestar, Consuelo se despertó temprano y fue a su casa, se peinó y se vistió, convocó a su familia a un desayuno en casa de sus padres, los cuales estaban tan sorprendidos como el resto al leer el mensaje. Simonetta vio a su prima, vestida de traje completo, con los tacones más altos que poseía, y su tío se acercó para darle un beso en la mejilla. Yo fui a darle un abrazo, y Consuelo sonrió como si nada hubiese pasado. —Quería agradecerles por todo el apoyo que me han dado, pero ya estoy mejor, así que a partir de hoy estaré retomando el trabajo. —No querida, buscaremos otra clínica y vas y te internas. —No voy a internarme en ningún lugar, la vida es sobre reinventarse. —Cielo, el duelo es inevitable; como lo manejes definirá el resto de tu vida. —Lo sé, pero ni le quería tanto. —No, pero querías la idea de él. —Sí, pero ya pasó mi. —Yo creo que estás bien, y Ramón aquí está dándome lata, así que eres la nueva jefa —responde Simonetta. —Necesitas cumplir tres sesiones semanales con la psiquiatra de mi elección, y si veo o tengo la mínima queja, te despido definitivamente y tendrás que ir a morirte. —Quiero que me subas el sueldo y vacaciones pagadas, y necesito una casa nueva, una con patio y la gasolina. —Un porcentaje de la casa y chófer para eventos del trabajo. —Vale —las dos estrechan manos. —Consuelo, no me parece —responde su tío. —Te amo, pero necesitas descansar, ver la vida de otro color, dejar de pensar en gris y vivir un poco. Te p**o un mes de vacaciones donde quieras, y el salario, y un auto nuevo. —No, gracias. —Yo lo tomaría. —No quiero estar sola, no quiero dejar de controlar mi vida, no estoy enferma. Es una mala racha, así que no me manden al otro lado del mundo o a pensar en descansar porque no tengo nada, no puedo. Pero sé hacer bien mi trabajo y puedo controlar a la gente, así que haré eso y lo haré bien. —¿Qué pasó con la adopción? —Antes era una divorciada, ahora soy una divorciada y psiquiatra; no me van a dar ni una planta, y he arruinado a dos niñas en el camino. Consuelo comenzó a reír, y las lágrimas escaparon por sus ojos. Su tío fue el primero en ir a abrazarla, sostenerla y prometerle que era todo menos un fracaso. El llanto de Consuelo emitía tanta rabia, estaba molesta con ella, con el mundo, estaba desilusionada. Simonetta vio a Ramón, y este asintió. Ella emitió un agradecimiento por murmullo. Todos los demás nos quedamos en silencio, pensando en la alegría de nuestras vidas, cómo alguien le había quitado la sonrisa, las ganas, y ella se lo había permitido.
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