Capitulo 4

3038 Words
El fin de semana había sido caótico para Laura. Sin ayuda de los opiodes, los recuerdos que tanto la mortificaban vagaban en su cabeza constantemente y en las noches era incapaz de conciliar el sueño. Consideró, en más de una vez, llamar a Alex y pedir de su ayuda, pero con sólo pensar en su rostro, la ira acrecía en su interior. Sabía que en cuanto lo viese, perdería la razón y actuaría de forma grotesca. Después de lo ocurrido, odio era el único sentimiento que Laura se podía permitir hacia Alex. A primeras horas del lunes, la hija del oficial se vistió sin mucho afán, usó unos jeans negros y zapatos del mismo color, un suéter rayado blanco con rojo, y por supuesto la chaqueta de capucha negra que se había convertido en su prenda de ropa indispensable. Recogió su cabello castaño en una simple cola de caballo, dejando muchas hebras despelucadas. Seguidamente, empacó en su maletín varios cuadernos y dos, o tres libros, sin percatarse si eran los que correspondían ese día. Salió de su habitación, asegurando la puerta detrás de sí. Lo primero que detallaron sus ojos sombríos fue a Loren y a Sergio recreando un trillado momento familiar mientras jugaban y reían, por toda la sala de estar, con Tobías. -Buen día –Saludó Laura con desganas. Ambos adultos le devolvieron el saludo. -Estas a tiempo para desayunar. –Emitió el policía con afecto. –Cuando terminemos te llevaré al instituto. -No te preocupes iré caminando, además no tengo hambre. -Anoche tampoco quisiste comer. –Apreció Loren. Sergio, que había terminado su turno a las doce de la madrugada, desconocía lo dicho por la mujer. Inmediatamente observó a su hija con preocupación. -¿Qué te ocurre, hija? –Inquirió el hombre con serenidad. Laura inclinó la cabeza para que no se percataran de las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos. El silencio la estaba matando paulatinamente, pero carecía del valor suficiente para develar su tormentoso secreto. Se obligó a sí misma a controlarse. Respiró profundo y exhaló. Cuando ya se notó más calmada, dijo: -Extraño a mamá, es todo. –Finalmente, salió de su casa, aferrándose a las pocas fuerzas que, aún, le quedaban. Caminó sin prisa por las calles de la ciudad con su cabeza inclinada, sus manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y con sus pensamientos aislados de la realidad. Recordando la eufórica vida que tuvo, antes de que el destino cambiará sus cartas en su contra. Cuando Raquel todavía era la mujer más hermosa ante la mirada ciega de Sergio, los domingos de paseo en familias y las infinitas veces en las que ella había sido testigo del amor que su padre juraba sentir hacia su madre. Ahora podía aseverar que habían sido palabras vacías. Después de la ruptura de su familia y el deceso de su madre, cuestionaba la autenticidad de aquellos recuerdos, en ocasiones creía que eran producto de su imaginación cuando estaba intoxicada. Recuerdos inventados por los estupefacientes. Su alma dolía con vehemencia al reconocer que había sido su realidad. Al final de la acera apreció un taller de mecánica dispuesto al público al que se aproximó con paso titubeante. No le gustaba visitar ese lugar. Las pocas veces que lo hizo, fue acompañada de Alex o de Christopher, fueron ellos quienes le presentaron a Chema, pero esta vez no tenía opción. Cuando yacía a las afueras del taller, vio un chico que apretaba algunos tornillos en el interior de un auto cuya tapa delantera estaba levantada. Se aclaró la garganta consiguiendo la atención del mecánico. -¿Puedo ayudarla en algo? –Indagó el joven. -Estoy buscando a Chema. –Murmuró Laura con pudor. El mecánico paseó su mirada cargada de juicios por todo el cuerpo de Laura. Las personas que inquirían por el dueño del taller lo hacían por una sola razón. El empleado soltó la herramienta y se encaminó hasta el fondo del local. Laura perdió su pista cuando el muchacho giró hacia un pasillo. Parada a las afueras del taller, miraba con cautela por todo su alrededor. Para los más despistados ella era una simple chica en un taller mecánico, quizás otra clienta con el auto dañado; pero para otros la verdad era más evidente, y siendo la hija de un oficial su presencia allí no era elogiada. Sintió su corazón acelerarse cuando reconoció al hombre caucásico salir del pasillo, seguido del mecánico. El así apodado Chema tenía los ojos grises, y su cabello n***o teñido con suaves reflejos rubios. Caminaba persuasivo hacia Laura con una sonrisa de suficiencia adornando su rostro velludo, vestía jeans negros con cadenas colgando de las pretinas, zapatos blancos y una camisa de tirantes que permitían apreciar sus fornidos brazos cubiertos de tatuajes. -¿Estás perdida? –Preguntó Chema con ocurrencia cuando la distancia entre él y la otra era minúscula. -Necesito que me des un poco, de cualquier cosa que tengas. –Dijo Laura impaciente. El otro la miró unos segundos y dijo. -¿Trajiste dinero? -No, pero te pagaré otro día con intereses. –Chema se carcajeó. -Lo lamento, pero me temo que no podré ayudarte. -Por favor la necesito con urgencia. -Y yo necesito mi dinero, Laura. Te recuerdo que tienes una deuda pendiente conmigo. –Articuló Chema entre dientes, la deuda de la chica se remontaba a meses. Él era consciente de lo que había ocurrido entre ella, Alex y su proveedor, por eso le guardaba compasión. No podía ni imaginar lo difícil que sería para ella despertar cada día con el trauma acechando su mente. Sabía que los estupefacientes eran lo único que podía apaciguar su tormento, sin embargo, no iba a poder esperarla más. Su deuda ya era muy elevada. En el pasado era Alex quien se ocupaba de comprarle los opiodes para evitar que las personas vieran a la hija de un policía frecuentar el taller de un narcotraficante. Se marchó al instituto con el síndrome de abstinencia reclamando un lugar en su cuerpo. Su respiración era acelerada. El sudor que desprendía de su cuerpo era exorbitante y su piel, sin ninguna razón, se erizaba. Se esforzaba por conservar la calma y aparentar normalidad, pero cada paso lo complicaba. Pensó en devolverse a su casa, una idea que descartó en cuanto recordó que su papá seguiría allí. Si Sergio la llegase a ver en estado la internaría en un hospital de inmediato; y lo último que Laura necesitaba era que su padre se enterase de su adicción. Para cuando llegó al instituto sus sentidos ya no funcionaban como era debido. Las paredes giraban a su alrededor y las voces entraban en sus oídos sin ningún sentido, ruido era todo lo que oía. Su vista se ensombrecía y las imágenes eran fugaces. El tiempo y los latidos de su corazón no estaban sincronizados. Ella necesitaba ir rápido, correr, pero el compás del reloj tenía la marcha aminorada. No sabía cuánto más podría soportar así, sentía que en cualquier momento su corazón se detendría. Asustada, corrió hasta el sanitario de mujeres. Haber llegado significó un logro con méritos, considerando lo confundida que estaba su mente. Entró y se posó frente al espejo, sosteniéndose de los lavamanos. Era consciente que el malestar que padecía sólo empeoraría si no ingería, lo antes posible, cualquier cosa que la devolviera a un estado tóxico. Al principio los opioides la ayudaban, de alguna manera, a apaciguar el suplicio que la acompañaba desde el día en que su mamá enfermó, juró que abandonaría el vicio después de que ésta muriera, pero esa misma noche se había convertido en la carnada de Alex para un lobo disfrazado de oveja. Más que nunca la necesitaba. La soledad que hasta ahora había tenido, fue disipada con la llegada de una chica de cabello castaño al tocador. Rebecca no pasó de desapercibido el aspecto deslucido de Laura. Sus ojos estaban irritados y sus manos temblaban ligeramente. -Se te cayó el otro día. –Dijo Rebecca sacando de su bolsillo la pequeña bolsa de plástico y extendiéndola hacia su compañera. Laura sintió un alivio inmediato y no dudo un segundo en ingerir dos de los opiodes. El éxtasis que los estupefacientes generaban en ella no tenía comparación. Volvió a percibirlo todo nitidez. - ¿Le comentarás a alguien? –Preguntó mirando el reflejo de la nueva atraves del espejo. -No. –Aseguró y añadió. –Pero creo que deberías hablar con alguien acerca de lo que sea que te este sucediendo. -Tengo miedo de hacerlo. –Vociferó Laura en un masculló, mientras que de sus ojos caían un par de lágrimas. (…) #6 El partido de soccer llegaba a su final y el equipo de Caleb tenía la ventaja por dos goles, siendo él el jugador más destacado con el doblete en su cuenta personal. En las gradas yacían espectadores eufóricos que animaban a sus equipos, aunque era un grupo de chicas las que sobresalían entre el tumulto, eran etiquetadas como el club de fans de Caleb, todas ellas alagándolo. Sin embargo, la mejor motivación que podía encontrar era la imponente presencia de su padre quien, como siempre, reparaba en cada movimiento que hacía. Su asistencia en el partido era intimidante para Caleb, jugaba mejor cuando no estaba bajo su juicio. El magnate codiciaba con que su único hijo varón se convirtiera en un aclamado futbolista, y que acabara jugando para grandes clubes europeos por exuberantes sumas de dinero. Alberto se encargaba de contactar con los presidentes y dueños para asegurarle un cupo en uno de los más elogiados equipos a nivel nacional. Aunque había varios interesados en fichar a la joven promesa del fútbol, ninguno se terminaba por decidir debido a los escándalos de violencia de género que perseguían a Alberto que serían, sin duda, mala imagen para el deporte juvenil. El árbitro anunció el final del juego con victoria rotunda para el equipo de Caleb, decorando el rostro de Alberto con una sonrisa que sólo se podía interpretar como orgullo. El hombre de cuarenta y dos años se encaminó al vestidor, dispuesto a encontrase con su hijo. Durante el recorrido, su sonrisa más se engrandecía cuando las personas lo felicitaban por la impecable actuación de su vástago, y su ego más acrecía al ver las expresiones de envidia que se marcaban en los rostros de los padres de los jugadores que integraban el equipo derrotado. Se asomó en los vestidores y apreció a los compañeros de Caleb elogiándolo. -Caleb, Caleb, Caleb… -Pronunciaban todos en una única voz, aunque el rostro del joven expresaba muy poca emoción. Cambió su uniforme por unos jeans pardos y una franela azul con blanco, seguidamente salió al encuentro con su padre. Alberto aplaudía a su hijo mientras caminaban por el extenso pasillo, uno al lado del otro. -Estuviste intachable. –Dijo el magnate finalizando su ola de aplausos, el otro no reaccionó ante el elogió. Alberto le comentaba acerca de sus planes para su futuro en el fútbol, pero Caleb lo ignoraba con facilidad, así como su padre lo había hecho en otras ocasiones cuando le expresaba su desacuerdo en considerar el fútbol su profesión. Lo que realmente deseaba era graduarse en una de las universidades más prestigiosas del país como ingeniero. Para él el soccer era, tan sólo, un pasatiempo. A menudo se esforzaba por no alterase por la exigencias de su padre, hacia lo que él quería sin objetar al respecto, recordando que ya sólo le faltaba una año para acabar el bachillerato, además de que cumpliría la mayoría de edad, después de eso empezaría a mandar en su propia vida. El andar de padre e hijo se detuvo cuando el club de fans de Caleb se acercaron para felicitarlo. Una a una esperaron su turno para abrazarlo, las más osadas se atrevieron a dejar un picaresco beso en una de las mejillas del chico. Cuando todas se dieron por complacidas, siguieron su ruta hacia el vestidor. -¿Cuántas de ellas son tus novias? –Inquirió el padre, volviendo a andar junto a su hijo. -Ninguna, papá. –Dijo Caleb. - Es normal que los hombres tengan varias mujeres, y espero que algún día me presentes a al menos una. –Ya estaban llegando al auto de Alberto que estaba estacionado a las afueras. -¿Y qué pasa si no lo hago? –Indagó el joven deteniéndose frente al auto. -¿Por qué no lo harías? –Dijo el magnate. Caleb lo miró a los ojos, esperando detallar en ellos un atisbo de compresión, pero no lo vio. Alberto estaba diseño a la ambigua con ideales de antaño. Decirle la verdad era un disparate. Sabía que no podía decírselo ahora, y temía que nunca pudiera hacerlo. -¿Caleb? –Interrumpió Vanesa que se aparecía, el mencionado volvió su mirada hacia ella. – ¿Sabes dónde está Alex? -Él sigue en los vestidores o es lo que creo. –Dijo a la chica quien se tomó un momento para saludar con cortesía a Alberto. -Gracias. –Dijo y enfiló su caminata a los vestidores. De no ser por Alberto, se hubiese mostrado más cariñosa con Caleb, lo hubiese abrazado e incluso robado un beso, pero debía guardar un apariencia inmaculada frente a otras personas, más aún cuando rebosaban de prestigio como el padre de Caleb. Yeimy, la madre de Vanesa, nunca permitía que su hija se vistiera con ropas extravagantes ni nada similar, por esa razón llevaba puesto una blusa color crema, una falda blanca que terminaba más abajo de sus rodillas y sus pies calzaban zapatillas de suela baja también de tono claro. Su rostro carecía de cualquier tipo de maquillaje y la mitad de su cabello estaba recogido con una liga. Yeimy vivía y moría por la opinión del público. Siempre aparentaba ser alguien más de lo que era, en especial después de su divorcio. No quería ser vista como una vieja de dinero sola y amargada. Tampoco que su hija sea señalada como la niña de padres divorciados, rebelde y vulgar, aunque a Vanesa eso no le preocupaba. Siempre que podía quebrantaba una de las prohibiciones de su mamá: se vestía de forma extravagante, se escabullía para asistir a fiestas y probaba cualquier clase de vicios. Todo a escondidas de Yeimy, excepto, claro, su noviazgo con Alex el cual fue permitido sólo por ser el hijo de un fiscal. Cuando llegó a los vestidores vio que su chico estaba completamente solo. Alex estaba amarrando los cordones de sus zapatos sentado en una butaca, de espaldas a la entrada, sin fijarse en ella, sobretodo porque no la esperaba. Vanesa no era aficionada al soccer, casi nunca asistía a sus partidos. Al principio le insistía con vehemencia para que fuese a animarlo, luego de un tiempo sólo se rindió. Fue cuando empezó a darse cuenta de que ella jamás se sacrificaría por él, y si no lo hacía en algo tan banal, difícilmente lo haría en una situación de mayor importancia. Cuando su mirada recorría la multitud que asistía al partido, buscándola, no la encontraba sin embargo, siempre tropezaba con Laura, quien llegó a confesarle que el soccer nunca fue de su interés, pero verlo a él jugar lo hacía diferente. Oyó el ruido rechinante de la puerta cada vez que se cerraba. Se volvió sobresaltado para descubrir a Vanesa recostada sobre ella. -Me asustaste. –Dijo Alex sorprendido de verla. -¿Cuánto llevas allí parada? -Un rato. –Dijo, empezando a caminar hacia él. –Felicidades, estuviste grandioso en el campo de juego. -No mientas, sé que no me viste. -Tienes razón, no estuve para ver el partido, pero sí estoy ahora. –Habló Vanesa sellando sus labios con un beso. -Y es lo que más importa ¿o no? -Supongo que sí. –Dijo Alex titubeante, seguido de otro beso. Vanesa rodeó el banquillo y se sentó a horcajadas sobre él. Rodeó su cuello con sus brazos y continuó besándolo, aunque con mayor intensidad, Alex no se cohibió a corresponderle, mientras acariciaba su espalda desde abajo hacia arriba, tanteando el broche del brasier. -¿Por qué cerraste la puerta? –Masculló Alex sobre los húmedos labios de su novia. -¿Tú por qué crees? –Respondió ella con picardía, volviendo a besarlo. Sus inquietas manos descendieron hasta el cinturón de los pantalones de Alex quien se sentía deseoso, aunque no lo suficiente como para cometer una locura. Lanzó una de sus manos hacia su cinturón y sujetó con firmeza las de Vanesa antes de que lograra su cometido. La bajó de sus piernas y la sentó a un lado. -No podemos, Vane. –Dijo Alex ya de pie, volviendo a abrochar su cinturón. –Si tu mamá se entera… -Ella no tiene por qué enterarse. –Interrumpió la chica con hastío. Al contrario de ella, Alex sí respetaba las normas de Yeimy quien tenía un pensamiento bastante conservador. -Aún así no me parece correcto. Además no me gustaría que recuerdes este tétrico lugar como el sitio donde tuviste tu primera vez. –Dijo, viendo a sus alrededores, igual que Vanesa a quien no le parecía tan mala opción considerando que perdió su virginidad en el baño de una discoteca. Si su madre supiera que su hija no se casaría con castidad, se infartaría, por esa razón se encargaba de recordarle a Christopher de su pequeño secreto. Finalmente, salieron de los vestidores, agarrados de la mano. -¿Tienes planes para esta noche? –Preguntó Alex. -¿Por qué? ¿Qué tienes en mente? -Se me ocurrió que, tal vez, podamos ir al cine. –Propuso el chico, Vanesa hizo una mueca de desagrado. Ya había ideado sus planes para la noche y no incluían una película, tampoco a Alex. -Lo siento, no puedo. Tengo que preparar un ensayo. –Mintió con naturalidad. -Bien, entonces pasaré por tu casa y te ayudaré. Creo que… -No te preocupes, yo puedo sola. –Interrumpió rápidamente Vanesa. –Además ya he quedado con otras chicas de mi curso para hacerlo juntas. -¿Te has enfadado? –Preguntó con el ceño fruncido. -No en absoluto. –Respondió Vanesa con un talante más pasivo
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