La noche caía pesadamente sobre la ciudad, envolviendo todo en una atmósfera densa y sofocante. La mansión de los Alarcón, normalmente tan imponente y segura, se sentía extrañamente vulnerable. Afuera, un equipo de mercenarios había detenido a Samuel, esposándolo mientras lo escoltaban hacia el vehículo que lo llevaría lejos. Aitana los observaba desde una de las ventanas del segundo piso. Su corazón, normalmente frío y calculador, latía con fuerza, no por miedo, sino por la tensión del momento. Sabía que cada decisión que tomaba ahora podía salvar o condenar su futuro, y el de su hijo. Los mercenarios arrastraban a Samuel, su cara desfigurada por la frustración. Él sabía que Aitana lo había superado, que lo había usado en su propio juego. Lo que Samuel no sabía era que Aitana estaba va