Aitana llevaba días sumida en un estado de alerta constante. Las imágenes y los mensajes de la Sombra habían cesado repentinamente, lo que la hacía sentir una mezcla de alivio y desconfianza. El silencio de su enemigo la perturbaba más que cualquier amenaza directa. Sabía que los ataques no habían terminado, pero algo dentro de ella comenzaba a sospechar que la Sombra no tenía a su hijo. La cuestión era: ¿cómo podía confirmarlo sin exponerse? Sentada en su oficina, Aitana repasaba cada detalle de los últimos días, intentando descifrar las pistas ocultas que se le escapaban. Sus ojos oscuros escaneaban los documentos que había apilado frente a ella, pero su mente estaba en otro lugar, en su hijo, en la Sombra, y en quién de su entorno podría estar vigilándola. Samuel, su mano derecha, ent