Mientras Aitana se enfrentaba a su padre en la mansión Alarcón, Nicolás Valverde se encontraba en su apartamento. Una simple pero elegante residencia en la parte más alta de un edificio que, aunque modesto en comparación con las propiedades que había perdido, le ofrecía una vista privilegiada de la ciudad que una vez gobernó. Ahora, las luces titilantes le recordaban su caída, su incapacidad para retener lo que alguna vez fue suyo. Desde que salió del hospital, las cosas no habían sido fáciles. La verdad lo había golpeado como una bofetada fría en el rostro: Aitana, la mujer que había abandonado sin miramientos, era mucho más que la dulce esposa que había subestimado. Era la heredera del imperio Alarcón, una de las familias más poderosas del país, y lo había superado en más aspectos de l