Nicolás salió de la oficina con la cabeza baja, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos que no lo dejaban respirar. Cada palabra de Aitana había sido como una estocada directa al corazón. La había perdido. Había perdido a la única mujer que realmente había significado algo en su vida, y ahora, se daba cuenta de que tal vez también había perdido a su hijo. Mientras bajaba por el elegante ascensor del edificio Alarcón, no podía dejar de pensar en la mirada de Aitana, esa mezcla de furia y desdén que lo había hecho sentirse tan pequeño. Ella tenía razón en todo, lo sabía, pero aún así, no podía rendirse. No podía simplemente desaparecer de sus vidas. El elevador se detuvo en el lobby, y Nicolás salió al vestíbulo con paso lento. Su móvil vibró en el bolsillo, sacándolo de sus pen