Aitana estaba sentada en su oficina, revisando una serie de documentos importantes sobre las nuevas adquisiciones del Grupo Alarcón. Había ordenado el cierre de varias negociaciones clave que reforzarían el poder de la empresa, pero no podía concentrarse por completo. Los constantes intentos de Nicolás de contactarla estaban comenzando a agotar su paciencia. Con un gesto firme, presionó el intercomunicador. —Natalia, ven a mi oficina, por favor. Unos minutos después, Natalia, su fiel asistente, entró con una libreta en la mano, siempre lista para atender las instrucciones de su jefa. —¿En qué puedo ayudarte, Aitana? —Quiero que tomes nota de algo urgente —dijo Aitana, su voz fría y controlada—. A partir de hoy, quiero que se le prohíba la entrada a Nicolás Valverde a cualquier propied