Licinius observaba a su suegro caminar de un lado a otro, una sonrisa adornaba sus labios recordando con emoción como los pretorianos habían hecho una reverencia a su hija. Su pecho se hinchó de orgullo. ¡Gia, la emperatriz de Roma! —No puedo creerlo, aun no puedo procesarlo—decía y parecía que más tarde el rostro le dolería de sonreír—. Tú y yo ahora seremos imparables Licinius, ocuparemos los más altos cargos del senado y juro por los dioses que lo que tuvimos con Augusto regresará, incluso para ti será mejor. Licinius se mantenía con la mirada fija en la copa de vino y cuando Thiagus miró la expresión de su rostro no dudo en reprenderlo e incitarlo a cambiar esa cara. Toda la gens estaba de fiesta, Gia era ahora la emperatriz, faltaba que el senado aceptara el nombramiento, pero era c