Aaron.
Me he vuelto loco.
O si no, ¿qué explicación le das a lo que estoy haciendo ahora?
Miro en silencio cómo Bess se come la lasaña que el mesero hace unos minutos trajo. Sus ojos brillan con algo demasiado bonito mientras hace lo posible por comer con calma. Casi me río porque sé que comer despacio, le está tomando de todo su esfuerzo. Más bien, engullirse de un solo trago toda la comida es lo que me habría esperado de ella. Pero ahí está, luciendo apenada pero al mismo tiempo tan feliz mientras come algo que yo le compré.
Y hay algo allí, en el hecho de ser yo quien la esté alimentando, lo que trae un extraño placer a mi cuerpo.
Le paso la bebida cuando veo que se ha olvidado de ella, porque temo que se atore si no bebe algo de líquido.
Ella me agradece con una dulce mirada debajo de esas largas pestañas negras que enmascaran un par de enormes ojos cafés, esos ojos que la hacen lucir más inocente de lo que seguramente es.
¿Qué diablos voy a hacer con ella?
Me pregunto de nuevo y la única respuesta de la que estoy seguro, es que no la voy a dejar desprotegida.
Bastó sólo una vista a ese par de ojos cafés para ver la transparencia detrás de ella. ¿Y que robara un jodido billete de cinco libras cuando pudo robarme toda la billetera? Cristo, eso fue hilarante y adorable al mismo tiempo.
Pero cuando el efecto de su estúpida acción pasó, me cuestioné qué hacía alguien como ella robando en un restaurante y entonces, ver su delgado cuerpo y desdichadas ropas me dieron la respuesta. Sin embargo, nunca pasó por mi cabeza que fuera una menor.
Y sí, maldición, sí. Ella luce joven, pero algo dentro de mí me decía que no podía tener menos de dieciocho. Pero sí los tienes, los tiene y eso me puede traer muchos problemas si decido ayudarla.
Un pequeño eructo vuelve a traer mi concentración en ella. Bess me sonríe apenada, disculpándose por su maleducada acción.
— Lo siento — muerde su labio mientras un lindo rubor llena sus mejillas.
Y lo decido.
Diablos, ella vale cualquier problema.
— ¿Cuándo cumples los dieciocho, Bess? — Pregunto, amando la forma en que su nombre se desliza por mi lengua.
Ella bebe un largo trago de su bebida antes de contestar —: En dos meses, el catorce de enero.
Asiento, sin embargo, por dentro pienso que es demasiado tiempo.
¿Qué voy a hacer con una menor durante dos meses? Porque definitivamente, encerrarla en mi apartamento 24/7 no es una opción. Y no es porque yo no lo quiera, es porque sé que ella no va a aceptarlo.
De alguna manera, Bess me recuerda a mí mismo.
Mi verdadero padre me abandonó cuando era un niño y aunque tuve la fortuna de que mi madre consiguió a un buen hombre que me aceptó como su hijo, el rechazo es algo de lo que nunca pude deshacerme. Pero a Bess no sólo la abandonó su padre y su madre, también toda su familia. Así que, ¿cuánto dolor puede llevar por dentro? Sin embargo, luce tan feliz y para nada resentida con la vida que me hace cuestionarme qué tan puro es su corazón.
Bess es como un soplo de aire fresco.
— ¿Terminaste? — Pregunto cuando veo que su plato está vacío.
— Sí — asiente mientras lleva sus manos a su panza —. ¡Eso estaba muy rico! ¡¿Cómo dijiste que se llamaba?!
— Lasaña — le contesto con una sonrisa, mirando cómo ella pronuncia la palabra como si fuera su nueva palabra favorita en el mundo —. Puedo comprarte para más tarde, ¿quieres?
Cuando empieza a asentir, se detiene y entonces niega.
— No — susurra débilmente, luego me mira con determinación a los ojos para volver a repetir con más claridad —: No.
— ¿No?
— No — niega de nuevo —. Yo me tengo que ir, así que...
Me estiro en mi propio asiento y la tomo del hombro, obligándola con suavidad a que permanezca en su puesto frente a mí.
— ¡¿Qué mierda tienes con mi hombro?! — Me mira con enfado —. ¡Déjalo en paz!
Muerdo mi labio para evitar decirle que la detengo del hombro porque me da miedo detenerla del delgado brazo y romperlo.
Dios, se ve tan flacucha.
¿Cada cuánto come esta chica?
— Así que te tengo una oferta, pero necesito que te calmes y me escuches — la miro directo a los ojos —. Primero, quiero que sepas que no te voy a hacer daño, ¿me crees?
— Realmente... — me mira con ojos entrecerrados —. No te creo.
— ¿Crees que te habría alimentado si quisiera hacerte daño? — Pregunto entre dientes porque maldición, no estoy acostumbrado a que alguien dude de mi palabra.
— Sólo suelta la sopa y dime tu propuesta, idiota — gruñe mientras rueda los ojos.
Bien, bien, ella quiere saber ya.
— Puedo... — maldición, cerebro, trabaja rápido —. Puedo conseguirte un empleo — digo cuando medito que puedo contratarla en mi empresa. Claro, nadie puede saber que es menor de edad, pero eso yo puedo arreglarlo.
— Soy menor de edad — dice, recalcando lo obvio —. No me van a dar trabajo.
— Cuando te digo que te puedo conseguir un trabajo, es porque puedo hacerlo — digo con claridad y tal vez algo demasiado duro —. ¿Entiendes?
Ella abre los ojos como platos ante mi demandante tono de voz, sin embargo, asiente.
Buena chica.
— Entiendo.
Trato de esconder mi sonrisa cuando veo con satisfacción su obediencia.
Tal vez esto no va a ser tan difícil.
— Bien — junto mis manos sobre mi mesa —. ¿En dónde vives?
Espero pacientemente por una respuesta que nunca llega. Después de un largo minuto, lo comprendo.
— Mierda, Bess, ¿en dónde demonios te estás quedando? — Ella desvía la mirada, incomoda. Sin pensármelo, estiro mi mano y tomo suavemente su quijada entre mis dedos, obligándola a mirarme. Ella me mira con grandes ojos cafés, siempre tan sorprendida cuando la toco —. ¿En dónde vives?
— Por ahí — responde torpemente y entonces una chispa de vulnerabilidad aparece en sus ojos, esa misma vulnerabilidad que apareció momentos atrás cuando nombré a la policía.
Así que de nuevo, por primera vez, soy suave con alguien que no es mi hermana.
— Vamos, bonita — acaricio su mejilla suavemente y ella tiembla ligeramente bajo mi tacto, sus ojos llenándose de lágrimas que no se permite dejar caer —. Necesito que seas sincera, ¿en dónde duermes?
Traga saliva antes de responder —: En algún asiento del parque central.
Endurezco mi mandíbula para tratar de no soltar todas las maldiciones que quieren salir de mi boca.
Cristo, esta chica necesita que la protejan.
Me pongo de pie, dejo unos cuantos billetes sobre la mesa y tomo a Bess de la mano, sacándola de allí.
— ¿A dónde me llevas? — Pregunta, siguiéndome torpemente el paso.
Empiezo a caminar más despacio para que ella pueda llevarme la marcha.
— A mi apartamento — miro la mochila que todo momento ha estado colgada detrás de sus hombros —. Debo suponer que en esa pequeña mochila traes todas tus pertenencias, ¿no es cierto?
Ella asiente y mi enojo crece.
Todo lo que quiero hacer es llevarla a dar una ducha, quitar la suciedad de su cuerpo y vestirla en ropas de seda que contrasten con su perlada piel. Después, meterla a dormir en una cómoda cama King mientras la arrullo en mis brazos, tratando de curar todas las heridas que nunca me va a dejar ver.
Dios, ¿qué demonios pasa conmigo?
Cuando me pregunto por qué ella no se está oponiendo, me encuentro con que está demasiado entretenida mirando unos panecillos que están expuestos en la pastelería por la que pasamos.
Detengo mi paso, provocando que su hombro choque con el mío.
— ¿Quieres? — Le pregunto cuando me mira con confusión.
— ¿Panecillos? — Una enorme sonrisa se extiende en sus labios cuando yo asiento —. ¡Sí! — Dice con entusiasmo, después parece avergonzarse, así que dice con más calma —: Sí, sí quiero.
Cristo bendito, esta chica va a acabar conmigo.
Aun sosteniendo su mano, camino hacia la pastelería y pido una buena cantidad de panecillos. Bess mientras tanto mira el lugar con ojos brillantes, encantada.
— ¿Quieres algo más? — Pregunto cuando tengo los panecillos en mano.
En vez de pedirme, ella me entrega algo.
Me conmuevo cuando veo que es el billete de cinco libras que me había robado.
— Para ayudarte a pagarlos — explica, señalando los panecillos en mi mano.
Quiero decirle que no tiene que ayudarme a pagar nada, que este es el regalo más barato que le he dado a una mujer en toda mi vida y sin embargo, su sonrisa es la recompensa más grande que he recibido nunca. Pero en cambio, me quedo en silencio y acepto su billete, seguro de que eso la hará sentir mejor.
Y es que ella no es una niña sólo en edad, también lo es por dentro. Evidentemente le avergüenza recibir los panecillos, pero los desea tanto que no es capaz de rechazarlos.
Le entrego la bolsa de los panecillos cuando continuamos la caminata hacia mi auto.
— ¿A dónde me dices que me llevas? — Pregunta, sosteniendo los panecillos como si fueran un tesoro.
Me río suavemente por su actitud.
— ¿Me vas a dejar llevarte? — Pregunto, mirándola de reojo mientras camino, maldiciendo haber dejado mi auto tan lejos.
— Me diste de comer, me vas a conseguir un empleo y me compraste panecillos — se encoge ligeramente de hombros —. Creo que te convertiste en mi ídolo, así que sí, adelante, llévame a donde tú quieras.
No creo que sepa lo provocadoras que sonaron esas palabras.
Sacudo la cabeza.
Maldición, Aaron, es sólo una niña. ¡Contrólate!
— Te voy a llevar a mi apartamento — la miro, esperando a que me dé una mirada que me indique que cree que soy un pervertido. Pero nada, ella sólo me mira un corto segundo antes de volver a bajar su vista a los panecillos, nada más que inocencia brillando en sus ojos.
— ¿Y para qué voy a ir a tu apartamento?
— Te puedes quedar allí por unos días, mientras te conseguimos otro lugar — le digo con lentitud para no asustarla. De nuevo, ella sólo me mira con inocencia, como si no supiera de la existencia de la maldad, algo completamente absurdo teniendo en cuenta su situación. Pero supongo que a veces la pureza realmente nunca puede ser dañada, y ella es eso, pureza —. Te puedes quedar en la habitación de invitados.
Espero una negación, pero a cambio, todo lo que recibo es —: ¿Por qué haces esto?
Y esa pregunta me pilla desprevenido.
¿Por qué lo hago?
Decido ser sincero.
— Quiero protegerte.
— ¿Por qué? — Vuelve a preguntar.
Y como a esa pregunta aún no le tengo una respuesta coherente, decido mentir —: Me recuerdas a mi hermana.
Bess asiente en silencio, al parecer, aceptando mi respuesta.
Cuando llegamos a mi auto, le abro la puerta del copiloto para que entre y, por un momento, luce tan sorprendida que me pregunto si alguien alguna vez fue amable o caballeroso con ella.
Al parecer no, y de nuevo un increíble enfado llena mi cuerpo.
Diablos, ¡¿qué pasa conmigo?!
La miro de reojo mientras conduzco, observando cómo ella detalla con asombro el auto. No luce deslumbrada, no. Más bien luce incomoda. Como si algo tan lujoso como mi auto, la hiciera sentir fuera de lugar.
— Así que tienes una hermana — dice después de unos minutos de silencio —. ¿Ella tiene mi edad?
— Es un poco mayor que tú — miro cómo juguetea con la bolsa de los panecillos —. Se llama Lizzy y tiene veinte, pero no vive en el país... ¿Te quieres comer un panecillo?
Ella me mira con asombro.
— ¿No te molesta que coma dentro del coche?
— Claro que no, bonita — le sonrío para que me crea —. Anda, come.
Y por supuesto, ella lo hace de inmediato.
[...]
Cuando llegamos a mi apartamento, Bess mira los alrededores con precaución. Y de nuevo, estar rodeada de lujos, sólo parece incomodarla.
— Esto es absurdo — dice cuando cierro la puerta detrás de mí —. ¿Qué hace alguien como tú ayudándome? — Mira con ojos entrecerrados el enorme televisor en la sala —. Y peor aún, ¿por qué yo estoy aceptando?
— Porque si no hubieras aceptado, yo habría llamado a la policía — digo suavemente, tocando su espalda baja para instarla a que se adentre más en el apartamento.
Y mierda, tal vez debí llevarla con mi abuela. Estoy seguro de que ella la habría acepado en su casa. Cristo, hasta mis padres lo habrían hecho. Pero algo en Bess me hace ser demasiado posesivo. Algo en ella me hace ser egoísta. Así que sólo la quiero conmigo.
— ¿Sólo serán unos días? — Pregunta, girándose a mirarme —. ¿Y después?
— Con el dinero que ganes en el trabajo que te voy a encontrar, te ayudaré a conseguir un lugar en donde vivir — miento, porque haré lo posible por tenerla conmigo. Al menos hasta que crea que puede estar segura.
Mis ojos bajan hasta sus clavículas y suprimo mi necesidad de llevar mis dedos a su piel para borrar la mancha de suciedad que tiene allí.
Mierda, es una niña — me recuerdo en mente una y otra vez.
— ¿Te quieres duchar? — Pregunto, tomando en una de mis manos los pocos panecillos que ella ha dejado.
Bess asiente incómodamente.
— No te voy a mentir — dice mirando sus pies, escondiendo su rostro avergonzado del mío —. Quiero esto, pero tampoco quiero que pienses que me estoy aprovechando.
Levanto su rostro con dos de mis dedos bajo su quijada y la obligo a mirarme. El café de sus ojos choca con el azul de los míos, y sus mejillas adquieren un rosa más profundo.
Oh, tan bonita.
Es ella quien debería estar pensando que yo quiero aprovecharme, no lo contrario.
— No estoy pensando nada, Bess — sonrío cuando su nombre sale de mi boca —. Sólo quiero ayudarte, te lo dije.
Me mira por unos largos segundos en los que me veo cautivado por sus ojos. Puedo escuchar cómo su respiración empieza a acelerarse y es entonces cuando noto que mis dedos se han movido a sus labios, tocándolos en una lenta caricia.
¡Maldición!
Retrocedo un paso, pasando torpemente mi mano por mi cabello.
Cuando me atrevo a mirarla, ella está de nuevo tranquila. Ninguna mirada curiosa o recriminatoria en sus ojos. Como si lo pasado anteriormente no le dijera nada a ella.
— Te llevo a tu habitación y te muestro el baño — digo cuando he logrado calmarme.
Bess asiente mientras yo dejo los panecillos sobre uno de los sofás.
Camino hacia la habitación de invitados y se la enseño. Me parecer ver humedad en sus ojos cuando observa la cama, pero no digo nada al respecto.
Me quedo en la puerta de la habitación, invitándola a que pase. Ella lo hace y de nuevo, verla ahí, parada en la mitad de la recamara que es mía, me hace sentir un placer que se expande de mi pecho hacia afuera.
— El baño queda al final del pasillo — le digo con una mirada de disculpa —. Lo siento si no está en la misma habitación, pero...
— Está bien — me interrumpe, mirándome con felicidad —. Esto es perfecto.
— En el baño hay todo lo que necesitas. También hay toallas y creo que un cepillo de dientes nuevo.
Nadie ha utilizado ese baño ni esta habitación. Las pocas veces que mi hermana se quedó aquí, porque generalmente se queda en casa de mi abuela cuando viene a Wolverhampton, ella se quedaba a dormir conmigo en mi habitación.
— Gracias — dice de nuevo, sin dejar de sonreír en ningún momento.
Dios, podría congelar esa sonrisa y enmarcarla en un cuadro para verla todos los días cuando me despierte.
Joder, ¡¿de dónde vino eso?!
— Ven, te llevo al baño — digo, necesitando alejar esos pensamientos.
Bess me sigue fuera de la habitación y la llevo a través del pasillo hacia el baño. Es grande, espacioso, así que me atrevo a entrar con ella al lugar.
— Wow — dice, mirándolo con esa mirada de niña feliz —. Esto luce como el paraíso.
Sonrío por su genuino entusiasmo.
— Te voy a traer algo de ropa, estoy seguro de que algo mío te servirá — miro incómodamente el lugar, porque de repente me siento sofocado al estar en este espacio tan íntimo con ella.
— Tengo ropa — dice, bajando su mochila de sus hombros. Me muestra un desgastado jean y una camiseta descolorida que saca de la mochila —. Puedo ponerme est...
— No — quito la horrorosa mochila de sus manos junto a la ropa.
Ella de inmediato se enfada.
— Oye, idiota, eso es mío.
— Lo voy a poner a lavar — agrego rápidamente —. Se ve sucio, Bess.
— Bueno, tal vez un poco, pero...
— Voy a conseguirte ropa limpia y cómoda — digo yendo hacia la puerta —. Báñate, ahora te paso la ropa.
— ¡Bien, como digas! — Dice con una exasperación que trae una sonrisa a mis labios, sonrisa que no ve porque continúo caminando hacia la puerta.
Justo antes de cerrar la puerta detrás de mí, escucho que dice —. Gilipollas.
Y sólo me río, porque hacía mucho tiempo nadie tenía los pantalones para llamarme así.