3. ¡¿Tú te bañas con agua hirviendo?!

1996 Words
Bess. Estoy en un sueño. O al menos así es como me siento. Miro embelesada el pulcro, brillante y gran cuarto de baño en el que me encuentro. Incluso hay una tina allí y madre mía, lo juro que me quedaría a vivir aquí toda la vida. Inclusive podría olvidarme de la comida, sólo que no puedo vivir sin ella. ¿Me preguntas por los panecillos? Oye, tienes razón. Así que olvídalo. Lo he pensado mejor y he decidido que me quedo con la comida. Sin embargo, esto es lo más cerca al cielo que he estado. Paso cuidadosamente la mano por el mueble de baño hecho de algún tipo de material suave, sintiéndome realmente encantada por estar en un lugar así. Oh, esto es tan bonito. Abro el grifo del agua del lavamanos y de inmediato el líquido transparente, brillante y frío cae en un pequeño chorro. Introduzco mis manos y acaparo en ellas una buena cantidad de agua. La llevo a mi rostro y sonrío aún más cuando éste se humedece. Repito la acción varias veces hasta que estoy segura de que la suciedad ya se ha ido de mi rostro. Cierro el grifo y voy hacia la ducha. La ducha es grande y tan limpia que temo tocarla por miedo a ensuciarla. Miro con curiosidad los dos grifos que hay, y me pregunto cuál de los dos debo abrir. Cuando estoy a punto de averiguarlo, mis ojos caen en los elementos de aseo que hay sobre el estante que está ubicado junto a la pared. Tomo todos los tarros entre mis manos y me siento en posición de flor de loto en medio de la ducha. Esparzo todos los productos en el suelo y leo el nombre de cada uno. Hay shampoo, acondicionador, crema para peinar, crema corporal y algo llamado gel para baño. Destapo cada producto y los llevo a mi nariz, oliéndolos. Oh, huelen muy rico. Siempre, en las casas de acogida en las que he estado, sólo me daban una toalla y una barra de jabón para mis duchas. Tener todo esto se siente como estar en un sueño que nunca pensé que se volvería realidad. Últimamente, lo único que acompañaba a mis duchas en los baños públicos, era la pequeña barra de jabón que robé en un supermercado hace meses. Lo cierto es que ya estaba que se acababa, pero supongo que ya no voy a necesitarla. Sonrío ante la idea. Vuelvo a organizar todo con minucioso cuidado en donde estaba y, cuando estoy a punto de alejarme, veo unas cuchillas de afeitar apiladas al final del estante. Bueno, eso tampoco me vendría mal. Con más entusiasmo del que he sentido en días, me desnudo completamente y dejo la ropa dentro de la cesta que hay cerca del lavamanos. Miro de nuevo con curiosidad los dos grifos que hay y me pregunto cuál debería abrir. Me decido por el de la izquierda y, de inmediato, el agua cristalina empieza a caer. — ¡Mierda! ¡Putísimo unicornio de marte! ¡Madre mía, esto quema! Cierro rápidamente el grifo, deteniendo el agua malditamente caliente que estaba cayendo. — ¡¿Bess?! — Escucho que Aaron grita al otro lado de la puerta —. ¡¿Bess, estás bien?! — ¡Sí! No, joder, no. Me he quemado. — ¡Voy a entrar! — ¡No! — Miro alarmada todo el lugar, en busca de una toalla. Cuando finalmente la encuentro, la envuelvo en mi cuerpo justo antes de que Aaron entre. — ¡¿Qué pasó?! — Mira alarmado el cuarto de baño, como si estuviera esperando a que un asesino saliera de algún lugar —. ¡¿Estás bien?! — ¡¿Por qué gritas?! — Le pregunto, gritando también —. ¡No grites! — ¡Tú eres la que grita! — ¡Bueno, porque tu ducha casi me mata! — Le grito con histeria —. ¡Sale agua caliente, agua caliente! ¡¿Me quieres chamuscar o qué, sujeto extraño?! — ¡¿Pero qué... — me mira con confusión, entonces finalmente sus ojos caen en mis hombros desnudos y grita con más fuerza —: ¡Cristo, Bess, te quemaste! — Sí, te lo he dicho, ¿lo olvidas? Oh, lo siento por el sarcasmo. ¡Pero es que este sujeto pareciese que no me escuchara! Antes de que pueda parpadear, él me toma de la mano y me mete dentro de la ducha aún con la toalla puesta. Luego abre el grifo de la derecha y de inmediato, agua fría como un tempano de hielo empieza a caer en mi cuerpo. — ¡Helada! — Lo sé, lo sé — él sostiene mis hombros, manteniéndome bajo la lluvia de agua helada —. Está fría, pero esto te ayudará con la quemazón del agua caliente. Mis dientes empiezan a castañear y puedo jurar que mis labios se han vuelto morados. ¡Ni siquiera siento mis pobres deditos de los pies! Finalmente, cuando pienso que mi cuerpo ha perdido movilidad, él cierra la ducha y me lleva hasta el asiento del inodoro. Lo miro mientras mi cuerpo tiembla. Él se arrodilla frente a mí y mira minuciosamente mis hombros que seguramente ahora están congelados. Me exalto cuando lleva un dedo a mi piel y dibuja una de mis clavículas. — ¿Te duele? — Niego repetidas veces con mi cabeza, porque como que no soy capaz de hablar. Siento que si hablo, mis dientes temblarán tanto que él no me entenderá —. ¿Por qué abriste ese grifo? Me encojo de hombros, aún sin ser capaz de hablar. Él se queda un momento allí, dibujando con sumo cuidado mi piel. Esto es extraño, pienso en mi mente. Pero de alguna forma, su toque no me molesta. Cuando empiezo a adormecerme, él se aclara la garganta y se pone de pie, dándome la espalda. — ¿Por qué abriste ese grifo? — Pregunta de nuevo. ¿Qué por qué lo abrí? Oh, no. — Aquí la pregunta es, ¿por qué hay dos grifos? — Logro hablar cuando ya el frío ha pasado un poco. Él por fin se gira a mirarme y es curiosidad con lo que me miran sus ojos. — ¿Nunca te has bañado con agua caliente, Bess? ¿Qué? — ¡¿Estás loco?! — Pregunto, pensando en qué clase de extraterrestre es él —. ¡¿Tú te bañas con esa agua hirviendo?! ¡¿Cómo no te has muerto, loco suicida?! Miro la piel de su cuello que es lo único que su camiseta de seda blanca me deja ver. Su cuello se ve muy normal. No hay piel chamuscada, ni siquiera roj... — No, Bess — él interrumpe mis pensamientos —. Los dos grifos, el de agua helada y caliente, son para medir la temperatura del agua con la que te quieras bañar. — ¿Qué? Madre mía, estoy tan perdida. — Ven — me pide. Voy hacia él y me pongo de pie a su lado. Él abre los dos grifos de agua y cada poco introduce la mano, como si estuviera midiendo la temperatura de ésta. ¡Ah! ¡Midiendo temperatura! Creo que lo entiendo. Sonrío con todos mis dientes y él me mira de vuelta, sonriendo también. — ¿Quieres intentarlo? — Pregunta. Oh, sí. Asiento con entusiasmo y me ubico frente a él. Poco a poco, Aaron me enseña cómo medir la temperatura. — ¡Esto es genial! — Le digo, ahora sintiendo la temperatura perfecta del agua que cae de la ducha. — ¿Con qué clase de agua te duchabas, Bess? — Pregunta detrás de mí, mi espalda pegada a su pecho que ahora seguramente está mojado debido a mi toalla. Su presencia detrás de mí es algo intimidante, pero decido no decir nada. — Generalmente, con agua fría — le respondo sin dejar de jugar con el agua que cae de la ducha —. Claro, no tan helada como la que sale si abres el grifo derecho de tu ducha — susurro con diversión. En todo caso, él no se ríe de mi chiste. Uhhh, amargado a la vista. — ¿Y por qué mierdas no te duchabas con agua caliente? ¿En las casas de acogida en la que has estado no tenían calentador? — Deja sus manos sobre mis hombros, así que giro un poco mi rostro para mirarlo. Así que es calentador, eh. — Oye, vaquero — tuerzo mis labios, confundida por su repentino enojo —. Los hogares de acogida no pertenecen precisamente a la clase alta de la ciudad. Así que por supuesto que no había calentador en sus baños. Él suspira con fuerza y finalmente, su entrecejo se relaja un poco. Síp, qué hombre tan extraño. — Mierda, bonita — sus manos dan un suave apretón a mis hombros —. No te volverás a bañar con agua fría, ¿entendido? Asiento porque, ¿qué otra cosa puedo hacer? — Así que... — me giro para mirarlo de frente, sus manos de inmediato se alejan de mi piel —. ¿Me puedo dar un baño? Y no es que quiera echarlo de su propio lugar, pero de verdad, me muero por ducharme. — Eh, sí — él parece entender, así que retrocede unos pasos y sale por la puerta para volver a entrar a los pocos segundos —. Mira — me entrega unas ropas en mano —. Te traía la ropa cuando escuché tus gritos. La dejé caer en el pasillo, lo siento. Me encojo de hombros, restándole importancia a ese hecho. Más bien me concentro en estudiar lo que me ha dado. Hay una camiseta, pantalón corto y lo que parece ser unos boxers de hombre. Tomo la camiseta y la llevo a mi nariz, oliéndola. Sonrío de nuevo. Huele a limpio y a alguna extraña loción deliciosa. — Gracias, Aaron — digo con total sinceridad. Él es la única persona que se ha preocupado por mí desde que tengo memoria. Así que le debo mucho más de lo que probablemente se imagina. Cuando levanto mi mirada a su rostro, me encuentro con que el bonito color azul de sus ojos se ha oscurecido unos cuantos tonos. — Dilo de nuevo — dice y todo lo que puedo preguntarme es, ¿por qué su voz se escucha más ronca? — ¿Gracias? — Pregunto, totalmente confundida. — No, Bess — niega mientras avanza un paso hacia mí —. Mi nombre, dilo. ¿Qué? Lo miro en silencio, palabras sin salir de mi boca porque realmente, ¿qué es lo que me acaba de pedir? Sus manos, repentinamente, se posan en mis mejillas y sostienen mi rostro con firmeza. La respiración me empieza a fallar. — Vamos, bonita, dilo — pide de nuevo, ahora su pulgar paseándose por mi labio inferior. ¿De nuevo está limpiando alguna miga de panecillos de mi boca, como lo hizo anteriormente? — Bess — ahora su voz es como un mandato —. Dilo. — ¡Aaron! — Lo grito cuando finalmente me ha cansado su extraña actitud —. ¡Aaron! ¡Aaron! ¡¿Es qué no te llamas así, joder?! Y él explota en fuertes carcajadas frente a mí, doblándose en sus rodillas mientras sostiene su estómago con sus manos. ¿Pero qué...? Okeeeey, todo está bien. Nada raro está pasando. — Báñate, Bess — dice cuando finalmente se ha calmado —. Te espero en la sala de estar cuando termines. Sólo asiento, porque lo juro que si él se vuelve a reír de algo que salga de mis labios, lo golpearé hasta el cansancio. Miro fijamente la puerta cuando él la cierra, preguntándome qué le ha causado tanta gracia. Estoy tentada a ir a preguntarle, pero entonces la ducha me llama. Oh sí, me entretendré por un buen rato en este cuarto de baño.
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