El encuentro
El encuentro
Vígesima Era después de la Guerra Sangrienta,
ciudad de Radigast
Radigast: nubes oscuras y cargadas presagiaban un invierno lluvioso más frío de lo normal en la ciudad de Ragia. Caía una lluvia densa, gruesa, que hacía difícil incluso mirar más allá de la palma de la mano. Las gotas rebotaban en los tejados de las casas y en la Academia de Magia, la más grande de las Tierras del Escudo, una de las Siete Tierras del mundo de Inglor.
Al sur de la capital estaba el Mar Profundo, mientras que en el lado norte se alcanzaban a vislumbrar los elevados picos de las montañas de Morgrym, donde, según se decía, vivía la más antigua estirpe del pueblo de los enanos.
El río, casi congelado, pasaba justo frente a una posada, reflejando hermosos colores que iban desde el púrpura amatista hasta el azul marino. A través de una ventana se podía distinguir una figura flotante y danzante; su cabello tenía un color bastante extraño e inusual en aquella zona: un azul celeste con reflejos color verde oscuro.
Muy alta para ser mujer, de piel blanca y libre de imperfecciones, parecía una criatura atemporal. Sus ojos color verde esmeralda parecían esconder un tesoro, una riqueza difícil de alcanzar.
Rhevi se encontraba ocupada limpiando la posada después de un duro día de trabajo.
Debajo del corpiño de cuero, que solía usar, sus magros músculos se contraían, entrenados no solo por su trabajo como camarera, sino por años de entrenamiento con la espada. Era sobre todo una guerrera, o eso le gustaba imaginar, no porque hubiera participado en alguna guerra, sino porque luchaba todos los días debido a su condición inusual: Rhevi no era como los demás, era descendiente, aunque sólo por el lado materno, de una antigua r**a de elfos.
A veces incursionaba en pequeños robos, no solo porque la vida en el pueblo era bastante dura, sino para poner a prueba su formidable destreza.
Su padre se había marchado y ella no lo había visto en años, se había alistado en el ejército del Imperio del Escudo y nunca había regresado. A su madre, Elanor, nunca la conoció; a veces intentaba imaginarla y en ocasiones soñaba con ella.
En sus sueños, ella era solo una figura femenina de aspecto elfo.
Los elfos ahora vivían escondidos, olvidados por otras razas, habían luchado y defendido a los pueblos de las Siete Tierras.
Los miembros de dicha r**a poseían talentos únicos y raros; enamorados del amor, el arte y la naturaleza, se habían retirado a los bosques cuando se dieron cuenta de que el mundo que conocían había cambiado y era cada vez menos respetuoso de los valores antiguos.
"Cuando crezcas te lo contaré todo, hasta entonces no debes hacer preguntas".
Quienes conocían a Rhevi trataban de no prestar atención a su aspecto diferente, al menos en su presencia, pero ciertamente no faltaban los chismes de los transeúntes y personas maliciosas. De repente la puerta se abrió.
"¡Vaya que hace frío! Buen trabajo, sobrina". Era el abuelo Otan, dueño de la posada el Oso Blanco, un hombre de aspecto generoso, baja estatura, vientre pronunciado y un rostro redondo bastante agradable. Tenía una pequeña isla calva en la cabeza bordeada de cabello blanco, así como los hombros encorvados por el trabajo duro, siempre estaba bronceado, incluso durante los fríos y oscuros inviernos.
"Gracias abuelo, como siempre eres muy amable", respondió con una sonrisa Rhevi, dejó la escoba en un rincón y lo saludó. Su trabajo de aquel día había terminado.
La chica salió al patio trasero de la posada y sacó su espada, una cimitarra de fabricación elfa que había dejado su madre en la casa que había tenido que dejar años antes, cuando su padre se marchó. El arma estaba bien conservada en un baúl que había descubierto mientras jugaba al escondite con su padre. Era el único recuerdo tangible de mamá.
Comenzó su entrenamiento estirando los músculos de la espalda y de las piernas, luego tomó su espada y comenzó a batirse en duelo con un enemigo imaginario. Su mente había imaginado un formidable guerrero, no importaba cuántos golpes pudiera dar, él seguiría girando, usando pequeñas rocas para saltar, y medios giros para mantener el equilibrio.
Al final del día, el oponente la conocía bien porque era ella misma. La resistencia, la velocidad y la fuerza eran cualidades importantes para convertirse en un buen espadachín. Rhevi lo hacía sola, recordando lo que su padre le había enseñado y lo que había aprendido de sus escapadas fugaces al campo de entrenamiento de los soldados de las Siete Tierras. Para mejorar las técnicas que ya dominaba, necesitaba encontrar un maestro de artes marciales. Pero, ¿cómo alejarse de su abuelo? En su ausencia, el viejo se habría visto obligado a depender sólo de su propia fuerza, ahora desgastada, y de su pequeño ayudante Merry, un muchacho flacucho de cabello alborotado y piernas torcidas. Sin mencionar el costo de las lecciones, imposible de sostener.
Aquella noche sintió que alguien la observaba, miró a través de los arbustos encalados, pero no vio nada, exhaló un profundo aliento que formó una nube blanca, y agotada, al notar que el sol se había puesto, se fue a dormir.
????????
"¡Por el gran Eurotovar, lo has conseguido Talun! ¡te graduaste!"
El chico se giró con una sonrisa burlona y dijo: "¿Acaso habías dudado Gregor? ¡Soy el mejor aprendiz de Radigast!" Talun era alto y muy delgado, su cara estaba cubierta de pecas, su cabello era rizado y n***o como el carbón, tenía una perilla de un color rojo inusual, el cual no sabia de quien lo había heredado, ya que nunca conoció a sus padres. Había crecido en la Academia de Magia, donde lo dejaron al nacer.
Su único atuendo era una túnica oscura, remendada en varios lugares. Después de años de estudios por fin lo había logrado, ¡era un mago!
"¡Mañana celebraremos! Iremos al Oso Blanco, tengo algunas monedas de cobre para gastar. Más una que me debes, si bien recuerdo", dijo con una sonrisa bajo su bigote mientras miraba a su mejor amigo, un chico de enorme barriga con el cabello recogido en una pequeña cola de caballo, vestido igual que él. Los dos habían crecido juntos en la escuela y a lo largo de los años se habían vuelto como hermanos. Gregor era a menudo el blanco de los matones que lo llamaban "gordinflón" o "chancho". Esto había acercado aún más a los dos chicos, quienes se apoyaban mutuamente y luchaban juntos en las pequeñas batallas diarias.
Gregor respondió con una carcajada, ya que entendía lo que el mago quería decir. "¡Cierto! Ahora que te has graduado, puedes salir de la torre, y puedes llevarme contigo, como compañero, es genial".
La vida en la escuela de magia era muy dura para los aprendices, sus días estaban llenos de estudio y poco descanso.
Ningún aprendiz podía dejar la torre hasta su graduación, excepto para algún recado fugaz. Y nadie que no formara parte de la academia podía entrar excepto con un permiso especial del maestro supremo.
"Por supuesto, eres mi ayudante, y lo serás por mucho tiempo", respondió Talun con un aire de superioridad, y el otro lo miró con aire de gravedad, sólo para estallar de nuevo en una risa estruendosa.
Talun era amable, pero tenía un defecto: siempre pretendía estar por encima de todos, quizás para protegerse a sí mismo, o quizás porque era verdaderamente superior a los demás.
Se levantaron del banco del jardín de la academia, situado a los pies de la torre, se trataba de un vasto semicírculo cubierto de vegetación, y con una enorme rosa de los vientos en el centro, grabada en piedra y decorada con runas e imágenes de antiguas leyendas. Una de ellas narraba cómo el grabado había sido donado por los reyes enanos al viejo decano como muestra de agradecimiento después de la Guerra Sangrienta.
Los dos amigos caminaron hacia sus habitaciones.
Talun no durmió mucho aquella noche, todavía estaba emocionado por el examen y su primera salida, sin compañeros adultos escoltándolo. En la oscuridad de su habitación, se sintió observado. Se levantó y se dirigió a la enorme ventana de su habitación. Las gotas de agua se estrellaban contra el vidrio, dificultando la observación del exterior. Talun pasó su mano por la superficie para limpiarla de la escarcha; un rayo iluminó su rostro, casi asustándolo, luego vino el trueno.
La mañana llegó de todos modos, la tormenta había dejado un olor a tierra húmeda y un aire helado. Talun sintió que se filtraba en sus huesos.
El día pasó rápidamente entre pequeñas tareas y algunos viajes por la capital. Y llegó la noche, y con ella el frío punzante se convirtió en un viento helado. Sus pasos eran acompañados por el sonido de los postigos que se golpeaban contra las ventanas cerradas de las pequeñas casas. El mago vio que Gregor caminaba hacia él, tenía en su mano el permiso firmado por el maestro supremo para salir de la academia.
"Está helando, vamos a emborracharnos un poco", dijo el eufórico Talun.
Se dirigió con Gregor a la posada y allí celebraron durante horas, recordando divertidas historias y cantando a todo pulmón, hasta que sólo quedaron ellos dos.
En un momento dado la mesera les dijo que era hora de cerrar.
"Oye, ¿has visto eso? ¡Es la chica mitad elfa! He oído hablar de ella en ocasiones. ¡Que hermosa es!", dijo Gregor, emocionado por el vino también. En la antigüedad, cuando las dos razas aún estaban unidas, no era inusual que elfos y humanos se enamoraran. Pero después de la Guerra Sangrienta, la gente de la luz se retiró a los bosques, decidiendo dejar de mezclar su sangre élfica con la humana.
"Sí, pero ahora debemos irnos, es tarde y estoy muy cansado, no he descansado mucho últimamente y quiero recuperar mi energía para el estudio". Talun trataba de disuadir a su amigo antes de que pensara que podía hacerle preguntas imprudentes a la muchacha, avergonzándolo. Además, cada mañana los magos se veían obligados a recitar fórmulas con el objeto de activar la energía necesaria para realizar los hechizos y la práctica requería tiempo y concentración.
Talun se levantó de la mesa y se dirigió a la puerta, en eso, esta se abrió de par en par y entró un hombre herido, trayendo consigo algo de aguanieve y el aire urticante del invierno.
La chica caminó rápidamente hacia él. El chico lo sostuvo y lo ayudó a sentarse, estaba completamente vestido de n***o, podría pasar por un guerrero bárbaro. Era alto, de cabello largo y blanco como la nieve y ojos cubiertos con un velo n***o, como la noche más profunda.
"¿Se encuentra bien?" preguntó Talun con voz preocupada.
Pronunció en silencio un hechizo, que la gente a su alrededor no entendió, ya que su susurro fue demasiado rápido. Este liberó una energía color verde claro de su mano y la herida se cerró en el acto.
"¡Eres un mago!" exclamó Rhevi con asombro. Afortunadamente, el abuelo Otan ya se había retirado a su habitación. Si hubiera visto la escena, habría tenido un ataque al corazón.
"Sí, para ello hemos dedicado lo mejor de nuestro tiempo", respondió Talun con convicción.
"Sí... sólo que nadie lo sabe todavía", respondió Gregor con una expresión entre divertida y sarcástica.
El hombre se puso de pie y dijo: "Gracias, estaba buscando un mago, fui atacado fuera de la ciudad, por algo... una bestia... una bestia que nunca antes había visto". Mientras pronunciaba estas palabras, la herida se reabrió, y la sangre brotó de nuevo.
Talun estaba incrédulo. "¿Cómo es posible? Acabo de lanzar un poderoso hechizo de curación, ¿qué podría haberle causado una herida que no puedo curar? ¿Qué tipo de bestia podría ser?"
El extranjero lo miró directamente a los ojos, y el mago se perdió en aquella mirada hechicera y desconocida.
"Una extraña bestia, muy antigua, ¿estarían dispuestos a ayudarme?" Su voz era cálida, su tono era intenso, encantador, hasta el mejor bardo se habría detenido a escuchar.
Rhevi apenas podía creerlo, su imaginación ya explotaba, proyectándola en incursiones, fugas y misiones imposibles, ¡por fin tendría la oportunidad de vivir una verdadera aventura!
Talun pensaba lo mismo, ya listo para responder de manera afirmativa.
Gregor, en cambio, hizo un gesto con la cabeza, como indicando que no le atraía mucho la idea, luego el hombre lo miró a los ojos y algo se iluminó en su mirada.
"¡Hora de ir a la escuela!" exclamó y salió por la puerta, como una marioneta.
"¿Qué le has hecho?" preguntó Talun al extraño.
"Nada, pero no lo necesito, y tú ya has aceptado..." respondió en un tono extraño, como si hubiera leído su mente. "No he aceptado nada, dinos que es lo que quieres", respondió Rhevi, extrañada pero curiosa... Todo era muy extraño, y de repente se quedó desconcertada por aquella figura ambigua.
"Quiero que me traigan una hoja... para que pueda curar la herida. ¿Pueden hacerlo?"
Talun dijo inmediatamente: "¿Tan sólo eso, una hoja? ¿Para sanar? Usé magia y no pude hacer nada, ¿cómo es que que una simple hoja puede curarte? Pero si estás tan seguro, dime dónde puedo encontrarla".
El hombre respondió sin mirarlo. "Es mágica, por eso puede curarme".
Se volvió hacia Rhevi. "¿Puedes, chica?"
Ella ni siquiera pareció considerar la petición. "Por supuesto que puedo".
"Con eso bastará. No hay necesidad de pedir más ayuda", dijo Talun.
El desconocido puso una mano en su corazón y la otra en el de la chica. Sin darle mucha importancia a las declaraciones del mago. "Bien, pero deben jurarlo".
Ante el contacto, Rhevi sintió una pesadez en el pecho, como si le hubieran colocado encima una piedra. Pero aún así respondió: "Lo juro". Y luego dijo: "¿Por qué no confías en nosotros?"
Ni siquiera la miró, e hizo que Talun repitiera el mismo juramento, y luego dijo: "Por supuesto que confío en ustedes, pero soy un hombre de la vieja escuela, ¡y cuando decides ayudar a alguien, tienes que jurarlo!" Dicho esto, caminó hacia la puerta con gran dificultad, dejando un pequeño rastro de sangre detrás de él.
"Una disculpa, olvidé presentarme, mi nombre es Cortez. Mañana saldrán de la ciudad, se dirigirán a la roca negra. ¿Saben dónde está?"
"Sé dónde está", respondió Rhevi, mirando a Talun.
"Encontrarán una casa y yo los estaré esperando". Y el hombre regresó a la oscuridad de donde había venido.
Rhevi y Talun se miraron. Se quedaron sin palabras. Nunca se habían visto o conocido antes, y ahora estaban a punto de irse juntos a quién sabe dónde, a petición de un extraño.
Rompiendo aquel silencio incómodo, se despidieron. "Bueno, te veré mañana aquí en la posada y nos iremos juntos", concluyó Talun, no muy convencido.
Se despidió de Rhevi, salió y se dirigió a la escuela de magia.
Caminó con gran velocidad, de repente no podía esperar para volver a la academia, al lugar que ahora llamaba hogar, pero que había deseado fervientemente dejar en el pasado.
Rhevi cerró la puerta con cuatro cerrojos, si tuviera más los habría usado todos. Apartó suavemente la escarcha de la ventana con la mano para asomarse a la oscuridad, pero aparte del mago que avanzaba por el camino a paso rápido, no vio nada. La escena le hizo sonreír, el tipo era, después de todo, agradable, con todo y sus extrañas maneras.
CAPÍTULO 2