Thomas Mancini salió a buscar en todos los bares, parques, playas, cualquier sitio de Yucán donde había sin número de mujeres para elegir, alguien que pudiera ayudarlo a borrar ese sentimiento prohibido, no obstante, ninguna le llamó la atención, nadie pudo ocupar el lugar de Fiamma Lanús, su prima, la mujer que amaba.
Se resignó. Se resignó a perderla, a no tenerla nunca más. Ella en verdad se olvidó, dejó de amarlo cuando en sus promesas aseguraba que jamás lo haría, o quizás nunca le amó como él la amaba, por eso olvidó sus promesas de amor mientras estaban juntos. Fia solo jugaba mientras él se enamoraba cada día más.
Su embarazo fue la gota que llenó el vaso. Ese vaso que aún conservaba el 0,01% de esperanza de que regresara a su lado. Saber que estaba en espera de un hijo de Noah, a quien consideraba su amigo, pero dejó de serlo cuando decidió casarse con la mujer que amaba, arrebatándole la posibilidad de poder recuperarla, lo rompió por completo.
Enterarse de esa verdad, fue lo que lo llevó a casarse con otra mujer. Que más daba, si casado o soltero nunca más la tendría el amor de Fia, como solía llamarla no regresaría, por eso aceptó cumplir los caprichos de su padre. Aceptó contraer matrimonio para que así lo dejara en paz, pero no se casaría con la mujer que él había elegido, porque jamás había seguido las órdenes de su padre, si no lo hizo en la adolescencia, menos lo haría ahora. Si se casaba era porque ya todo le daba igual, no porque su padre así lo dispusiera.
Si iba a unir su vida a alguien sin amor, al menos tenía que ser alguien que le diera paz y tranquilidad, no una que le sacara de quicio por creerse más que los demás como lo hacía Nash, la joven que Eduany Mancini había elegido para su esposa.
A Thomas nunca le importaron las clases sociales, por ello la eligió a ella: a Tania Aksai; por su sencillez, bondad y gentileza. Ella era una mujer hermosa en todos los aspectos, cualquier hombre podría enamorarse de ella, menos él. Él no tenía espacio para otro amor, por más que se esforzara en enamorarse, no podría, pues su corazón tenía dueña, eso era lo que él creía, pero la vida le tenía deparado otro destino.