El Conde, con evidente inquietud, volvió junto a la chimenea. −Has sido muy generosa conmigo, Sybil− dijo−, y tu sabes que no deseo hacerte sufrir, pero… quiero que mi Hija olvide la vida que ha llevado con su madre en los últimos seis años. Sus ojos se oscurecieron y se percibía una inconfundible nota de ira en su voz. Por un momento, Sybil Matherson no se movió. Después, como si se obligara a hablar con dulzura, dijo: −¡Stafford, yo te amo! ¿Cómo podría vivir sin ti? ¿Cómo podría soportar la desventura y la frustración de mi vida sin tu apoyo, sin tu amor? El Conde nada dijo y ella se le abrazó desesperada. −¡No puedo perderte, Stafford!− exclamó con tono patético−. ¡Por favor..., sé bueno conmigo! El Conde fijó la mirada en los ojos suplicantes de ella. Con mucho cuidado, le puso