Sentí que se me iba todo hacia los pies cuando escuché a Kellen decir eso, caminé rápido hacia él y tomé un cojín, con eso comencé a pegarle en la cabeza, en un intento porque esa maldita y peligrosa idea saliera de su cabeza. —¡Jamás hagas eso! ¡Jamás! ¡Jamás! ¡No eres un asesino! ¡Abandona esa idea! ¡Sácala de tu cabeza! ¡Eres un dulce bandido! ¡Mi bandido! ¡No un asesino! —¡Él te engañó! ¡Te ha hecho todo eso! ¡¿Aún lo defiendes?! ¡¿Por qué lo defiendes?! —¿De—Defenderlo?—se paró del sofá y quitó el cojín de mi mano, ya lo había dejado todo despeinado y sus mejillas estaban rojas.—Yo misma lo atropellaría sin pensarlo, pero no quiero que manches tus manos, Kellen. Matarlo no es la solución.—Y aunque quisiera que él estuviera bromeando, su expresión era muy seria, al igual que sus pal