Bruno se acercó a paso decidido, le sujetó la cabeza y examinó cada parte de su herido cuerpo. La leona le gruñía enfadada, no quería que la tocara, no quería que la atendiera, no se merecía nada. Con mal humor ella se sacudió, alejándose hacia el extremo opuesto de la sala. Allí se dejó caer y comenzó la lenta tarea de limpiar con su lengua aquella enorme herida. El cobrizo gruñó al otro lado del espacio, provocando que ella clavara sus amarillos ojos en él. —Debes limpiarte bien — ordenó con esos ojos brillantes de odio. Cló lo observó unos segundos y retomó su faena. Que él se fuera a la mierda y la dejara sola le rompería el corazón, pero estaba segura que si se quedaba algo iba a cambiar para siempre y ya no podía manejar más situaciones que la hicieran sentir vulnerable y estúpida