Victoria llegó a su casa cuarenta minutos después. Esperaba que a su mamá se le hubiera pasado la rabia y pudieran conversar. Sin embargo, la cerradura de la puerta estaba cambiada, era nueva. Resopló frustrada. Golpeó y su madre se asomó por la ventana con cara de pocos amigos. ―Mamá, ábreme, por favor ―saludó de forma poco convencional. ―¿Lo echaste? ―espetó. ―No, mamá, ya te dije que no lo iba a hacer, pero llegamos a un acuerdo y nada nos faltará. ―No me interesan esos acuerdos. Tu padre se suponía que siempre iba a estar con nosotros y nada nos iba a faltar... Y mira en lo que terminamos. ―Mamá, por favor. ―No, ya te dije, no entrarás a esta casa hasta que esa gentuza se haya ido de mi hacienda. ―¿Tu hacienda, mamá? ―Es mía por derecho propio. Por más que esté a tu nom