El silencio en la camioneta era roto por los sollozos de la mujer. Rodrigo, perturbado por la situación, sacó su mano de la palanca de cambio y la extendió para tomar la de Victoria. ―Tranquila, pequeña, ya vas a estar con ella y verás que todo estará bien. ―Tengo miedo ―confesó ella. ―Lo sé, pero desesperarte no solucionará nada, es mejor que te tranquilices, pues a ella no le hará nada bien verte así. ―¿Crees que quiera verme? ―No creo que siga enojada contigo en un momento como este. Ella hizo un puchero. Él detuvo su vehículo a un costado del camino. ―No te pongas así, pequeña ―le dijo y agarró sus dos manos―. Todo estará bien, se pondrán en la buena y tú podrás volver con ella. Hasta puede que ella quiera irse a la hacienda a vivir. ―No lo creo, eso sí que no, ella es