CAPÍTULO TRES
Kyra se preparaba mientras se adentraba en un campo de fuego. Las flamas se elevaban en el cielo y bajaban con la misma rapidez, todas de diferentes colores y acariciándola mientras caminaba con los brazos a los lados. Sintió que su intensidad la abrazaba y envolvía completamente. Sabía que caminaba hacia la muerte, pero no había otro camino.
Pero de alguna increíble manera no sentía ningún dolor. Tenía una sensación de paz, la sensación de llegar al final de su vida.
Miró hacia delante y, entre las flamas, vio a su madre que la esperaba en el otro extremo, en el lado opuesto del campo. Se sintió en paz al pensar que al fin estaría en los brazos de su madre.
«Aquí estoy, Kyra«, la llamó. «Ven a mí».
Kyra observó entre las llamas y apenas pudo distinguir el rostro de su madre, casi translúcido, parcialmente oculto entre un muro de llamas que salió disparado. Se adentró más en las chisporroteantes flamas y sin poder detenerse hasta que estuvo rodeada por todos lados.
Un rugido atravesó el aire incluso elevándose sobre el sonido del fuego y, al mirar hacia arriba, se quedó impresionada al ver el cielo lleno de dragones. Volaban en círculo y chillaban y, mientras observaba, un inmenso dragón rugió y se dirigió justo hacia ella.
Kyra sintió que era la muerte viniendo por ella.
Mientras el dragón se acercaba extendiendo sus garras, de repente el suelo se abrió debajo de ella y empezó a caer dentro de la tierra, una tierra llena de llamas, un lugar del que ella sabía nunca podría escapar.
Kyra abrió los ojos con un sobresalto y respirando agitadamente. Miró hacia los lados, preguntándose en dónde estaba, y sintiendo dolor en todo el cuerpo. Sentía dolor en el rostro y tenía las mejillas palpitantes e hinchadas y, mientras levantaba la cabeza respirando con dificultad, descubrió que tenía el rostro cubierto de lodo. Se dio cuenta de que estaba boca abajo sobre el lodo y, mientras se levantaba lentamente empujando con las manos, se limpió el lodo del rostro y se preguntó qué había pasado.
De repente, un rugido atravesó el aire y Kyra sintió una oleada de terror al ver algo en el cielo que era muy real. El aire estaba lleno de dragones de todas formas y tamaños y colores, todos dando vueltas, chillando, echando fuego y enfurecidos. Mientras observaba, uno de ellos bajó y arrojó una columna de fuego directamente hacia el suelo.
Kyra miró hacia los lados tratando de reconocer el lugar y se le paró el corazón al ver en dónde estaba: Andros.
Le volvió la memoria en un instante. Había estado volando encima de Theon, en dirección a Andros para salvar a su padre, cuando fueron atacados en el cielo por una manada de dragones. Aparecieron de la nada en el cielo, mordieron a Theon y los arrojaron al suelo. Kyra se dio cuenta de que había perdido la consciencia.
Ahora la despertaba una oleada de calor, unos espeluznantes chillidos, una capital en caos y, al mirar alrededor, vio la capital en llamas. La gente corría para salvar su vida en todas direcciones, chillando, mientras una tormenta de fuego caía sobre ellos. Parecía como si el fin del mundo hubiera llegado.
Kyra oyó una respiración agitada y le dio un vuelco el corazón al ver que Theon estaba derribado cerca de ella, sobre su costado, herido y con sangre saliéndole por entre las escamas. Tenía los ojos cerrados, la lengua colgándole de la boca y parecía que estaba a punto de morir. Se dio cuenta de que la única razón por la que Theon y ella seguían vivos era porque estaban cubiertos por una montaña de escombros. Debieron haber sido lanzados contra un edificio que se colapsó encima de ellos. Al menos esto les había dado protección, escondiéndolos de los dragones que había en el cielo.
Kyra sabía que tenía que tomar a Theon y salir de allí cuanto antes. No les quedaba mucho tiempo antes de ser descubiertos.
—¡Theon! —le gritó.
Se dio la vuelta haciendo un gran esfuerzo y, al final, fue capaz de quitarse un pedazo de escombro que tenía sobre la espalda para liberarse. Entonces se dirigió con rapidez hacia Theon y empezó a arrojar frenéticamente los escombros que tenía encima. Pudo quitarle la mayoría de las rocas, pero al empujar la roca más grande que lo mantenía atrapado, no fue capaz de moverla. Empujó una y otra vez pero, sin importar cuanto lo intentaba, no pudo hacer que cediera.
Kyra fue corriendo a coger a Theon por la cara, desesperada por despertarlo. Le acarició las escamas y lentamente, para su alivio, Theon abrió los ojos. Pero volvió a cerrar los ojos mientras ella lo sacudía con más fuerza.
—¡Despierta! —insistió Kyra—. ¡Te necesito!
Theon abrió un poco los ojos otra vez y voltearon a verla. El dolor y furia en su mirada se suavizaron cuando la reconoció. Trató de moverse, de levantarse, pero era evidente que estaba muy débil; la roca lo tenía atrapado.
Kyra empujó la roca con desesperación pero finalmente rompió a llorar al ver que no podrían moverla. Theon estaba atrapado. Moriría aquí, al igual que ella.
Kyra oyó un rugido, miró hacia arriba y vio que un inmenso dragón con unas afiladas escamas verdes los había descubierto. Rugió con furia y empezó a descender sobre ellos.
«Déjame».
Kyra oyó una voz resonando en su interior. Era la voz de Theon.
«Escóndete. Vete lejos de aquí mientras haya tiempo».
—¡No! —dijo ella estremeciéndose y rehusándose a dejarlo.
«Vete» —insistió él—. «O ambos moriremos aquí».
—¡Entonces moriremos los dos! —gritó ella dejando que una valiente determinación la dominara. No abandonaría a su amigo. Nunca lo haría.
El cielo se oscureció y Kyra alzó la vista y vio que el dragón estaba sobre ellos con las garras extendidas. Abrió la boca, mostrando filas de dientes afilados, y supo que no sobrevivirían. Pero no le importaba. No abandonaría a Theon. La muerte podía vencerla, pero no la cobardía. No temía morir.
A lo único que le temía era a no tener una buena vida.