Tiempo actual: prisión boca de dragón
—¡Esta es tu celda, lobo! —exclama el guardia empujando a Karl con mas fuerza de la necesaria, él se tambaleó un poco pero no logró caerse.
Cuando el hombre cerró su celda le sonrió con malicia y el muchacho lo vio con molestia acercándose a los barrotes de la celda sintiendo ese fuerte olor a óxido y moho por la humedad. Como él había trabajado con acero la mayor parte de su vida pensó que sería fácil romper esos barrotes de hierro, estaban en tal mal estado que si tan solo les daba la suficiente presión cederían y él podría salir de ahí, huiría hasta el reino de Gavril donde nadie lo conocería y estrenaría el puente que, sin que muchos lo supieran él ayudó a construir…
«Es una buena opción, en el reino de Gavril la mayoría son lobos, podría pasar desapercibido» piensa Karl mentalizándose que llevaría a cabo su escape esa misma noche
Ese mismo día al anochecer
Cuando todos dormían, Karl también fingió que lo hacía, pero luego de esperar lo suficiente se levantó del suelo y con el mayor sigilo que encontró fue hacia los barrotes de su celda, cerró sus ojos y trató de sacar su lado bestia que muy pocas veces mostró porque nunca había sido necesario, pero en esta ocasión si lo ameritaba. Karl se concentró y cuando abrió sus ojos estos tenían la forma de un lobo, sus uñas se convirtieron en garras y unos colmillos caninos suplantaron a sus dientes humanos. Sin hacer el mayor ruido posible con todas sus fuerzas el rubio separó esos barrotes, y justo como lo había imaginado al darles esa presión los dos tubos de hierro roído por el óxido y los años cedieron en sus manos. El sonido de los tubos rompiéndose fue algo estrepitoso, por eso los guardias que estaban resguardando a los reos se dirigieron rumbo hacia ese sonido, pero Karl no se quedó ahí para esperarlos, él se fue corriendo a la mayor velocidad que pudo encontrándose con mas guardias en la entrada.
—¡El mitad lobo está escapando, no dejen que escape! ¡Utilicen las espadas de plata! —exclama el guardia que había ido a verificar la celda de Karl encontrándose con la escena que él había roto los barrotes, eso lo impresionó bastante, pero dejó a un lado su asombro para ir detrás de él.
Karl logró derribar a los guardias de la entrada, con unos cuantos golpes bastó para dejarlos tirados en el suelo, así que sin mayores inconvenientes comenzó a bajar las escaleras de tres en tres, pensaba que estaba por lograrlo cuando bajara la montaña, correría hasta que sus piernas se desprendieran, eso era lo que él pensaba, pero no contó con la sorpresa que al bajar la montaña había más guardias ahí esperándolo, ¡Eran cientos! No lo podía creer, así que no le quedó otra opción, y en esta ocasión él si estaba dispuesto a pelear en serio, por eso una vez mas sacó su lado licántropo gritándoles:
—¡Vengan!, ¡atrápenme si pueden! Los mataré a todos… bueno, no los mataré, pero… ¡Ah, maldición! —exclama Karl porque tenía el leve presentimiento que solo se estaba hundiendo más.
—La reina Sarah tenía razón… si se iba a escapar esta misma noche, ¡Atrápenlo! —grita a todo pulmón uno de los guardias y luego cuando van hacia Karl también da pelea, pero lo que él no sabía, era que esas espadas que estaban usando eran de plata.
El muchacho no conocía lo básico de un nombre lobo, durante todo ese tiempo él no había tenido contacto con licántropos, Sarah lo había mantenido así prohibiéndole que él tuviera amigos licántropos o híbridos, y el joven que siempre respetó a la reina a pesar de todo, le obedecía, sin tener idea que ella hacia eso para que cuando llegara el momento algún día, él no supiera como defenderse, como por ejemplo el rubio no tenía idea que una herida producida por un arma forjada en plata no se curaba con la misma rapidez que con cualquier otro tipo de metal sólido, en pocas palabras, ese material era nocivo para un hombre lobo, también la flor de acónito, entre otros detalles que el joven conforme pasaran los años iría descubriendo, fue por esa razón que él no le importó recibir cortadas durante esa batalla porque él pensaba que mañana se curaría, sin embargo todas esas heridas se quedarían en su cuerpo para siempre…
Dos horas después
—¡Veamos si logras sobrevivir, tonto! Diste pelea, pero igual fue una locura lanzarte así contra todos nosotros, sin un arma —comienza a reírse — le informaremos de esto a la reina Sarah —exclama uno de los guardias que lanzó a un herido y apaleado Karl a otra celda que no tenía barrotes, esta nueva celda ya se trataba de un calabozo con una puerta de hierro imposible de derribar.
—¿La reina Sarah… sabía que me iba a escapar? —pregunta Karl con un tono de voz adolorido.
—Si, ella dijo que resguardáramos la cárcel a partir de este momento, y que usáramos armas de plata contra ti si era necesario…
—¿Por qué se toma tantas molestias? Ella sabe que yo soy inocente, no entiendo… ella siempre ha sido buena conmigo, ¿Por qué de un momento a otro me hace esto…?
—Pregúntale en persona cuando salgas… ¡Oh, espera! Eso nunca sucederá ¡jajaja! —se mofa el guardia cerrando la puerta con cerrojo y un candado.
2 años atrás
Karl quien en aquel tiempo tenía dieciocho años, venía de su larga jornada laboral en la fábrica de acero, comiéndose en el camino parte del pan que la princesa Rebecca le había dado. Él se llevaba bien con ella, de hecho, le gustaba mucho y podría decir que estaba enamorado de ella. Rebecca era una chica pelirroja, era un año menor que él, y una de las cosas que mas le agradaban de ella además de su belleza, es que era híbrida, tenían un aroma parecido y ella siempre era amable, los dos tenían una relación a escondidas de Sarah desde hace un año, pero ellos no tenían idea que… Rebecca vendría siendo su sobrina, y Karl era su tío. Cuando él llegó a la bodega donde continuaba viviendo, para su asombro se encontró a Rebecca ahí esperándolo, Karl sonrió, pero luego miró de lado a lado porque se suponía que la princesa no debía andar por ahí.
—¡Becca! ¿Qué haces aquí? —pregunta Karl llevándola a un rincón para darle un profundo beso en sus labios.
Cuando el beso subido de tono terminó, Becca sonrió mirándolo. Ella estaba enamorada de él. Ambos se conocían desde que eran niños y aunque su madre insistía e insistía que no debía juntarse con el rubio, esa misma insistencia solo ocasionó que la joven princesa solo deseara estar con el apuesto muchacho que tenía un olor similar a ella, y en su ingenuidad por no preguntarle a su madre alfa, pensaba que eso significaba que los dos eran almas gemelas, destinados. Karl era un joven de hermosa apariencia, le gustaba su cuerpo esbelto, su cabello largo rubio y esos ojos con mirada juguetona que le recordaban a un cielo azul despejado en primavera, sin embargo, a pesar de que él siempre parecía estar de buen humor, también le causaba agrado ese lado vulnerable que él tenía, a veces parecía triste así que Becca aprovechaba para consolarlo y darle amor, como en ese momento que los dos volvieron a abrazarse y besarse.
—¿Quieres… follar? Nunca lo hemos intentado, mira que bonito está el día es perfecto… —pregunta Karl uniendo su frente con la de ella —Si viniste de tan lejos, y estos besos…—pide el muchacho que desde los trece años ya había probado el placer de la intimidad, como vivía solo y era apuesto, nunca le faltaron pretendientes que luego lo dejaban cuando descubrían que era mitad lobo.
—¡Karl!, no lo haré, debo mantenerme virgen para mi matrimonio, la fornicación es un pecado, y pues… esto es solo una aventura.
El rubio suspiró asintiendo con la cabeza, él sabía que la princesa y su familia eran muy devotos del dios humano así que no le quedaba otra opción que aceptar aquello.
—Estaba pensando que… ¿y si le decimos a la reina Sarah lo nuestro? ¡Puedo convertirme en guardia real! Cuando la construcción del puente termine en algún momento me quedaré sin trabajo, puedo optar por ser guardia real… o, podemos irnos al reino de Gavril y…
—No, no, y no —declara Becca de forma tajante —mi madre ha dejado claro que, cuando el puente que unirá ambos reinos esté listo no será necesario ir al reino de Gavril, nada se nos ha perdido allá, y además ¡mamá jamás aceptaría que me case con un huérfano como tú! Sabes que te amo, Karl, pero… no olvides que yo soy una princesa… aunque te conviertas en guardia real… jamás podrías ser mi pretendiente…
Karl frunció sus labios, él sabía eso, pero no estaba demás soñar pensaba el joven.
—Comprendo… entonces, ¿Por qué mejor no te alejas de mí? Deja de estar viniendo aquí, Becca, solo me enamoras cada día mas y al final… lo máximo que podremos tener es esto, besos y caricias en un rincón…
Cuando Rebecca estaba a punto de responderle, los dos abren sus ojos de par en par porque sienten un olor familiar que se acercaba, Karl le hizo señas a la princesa para que se mantuviera ahí escondida y luego él salió a toda prisa encontrándose con la sorpresa de la reina Sarah acercándose, acompañada de un vecino del muchacho. Sarah había estado siguiendo desde hace varios días a su hija y había sido informada que la habían visto con el chico rubio mitad lobo que vivía en la bodega de paja del palacio. En el instante que ella escuchó eso sintió que se iba a desmayar porque… sin que ellos lo supieran estaban cometiendo incesto, y si algo sucedía entre los dos jóvenes sería su culpa.
—¡Karl! ¿Dónde está mi hija? ¡Se que está aquí, siento su aroma!
—¡Reina Sarah, no es lo que piensa!
De inmediato Rebecca salió de su escondite y casi sin pensarlo, Sarah le dio una bofetada a su hija porque sentía el aroma de Karl impregnado en ella, luego se acercó al rubio dándole un golpe en su rostro gritando:
—¡¡No te quiero volver a ver con mi hija!! —grita la madre a todo pulmón — ¡Si te veo acercándote a ella juro por Dios que… —Sarah se detuvo pensando que ese secreto que llevaba escondiendo durante toda la existencia de ese joven cada vez se hacía más y más frágil —… te arrepentirás! —es lo único que dice Sarah jalando a su hija con fuerza para sacarla de ahí.
—¡Mamá, déjame explicarte, no es nada de lo que crees! —chilla Rebecca volteándose para ver a Karl que se quedó ahí inmóvil sin hacer nada, pero luego gritó:
—¡Reina Sarah! —exclama el joven corriendo hacia donde se encontraba la que él no sabía que era su hermana, cuando estaba frente a ella se arrodilló diciendo:
—Rebecca y yo… nos hemos estado besando y abrazándonos de forma íntima desde hace un tiempo, la verdad es que… yo la amo —confiesa Karl y Sarah se tiene que cubrir la boca con una de sus manos porque por un instante sintió náuseas— pero ¡Su castidad sigue intacta! Me hago responsable de todo, pero por favor no la castigue a ella, se lo ruego…
—¡¡Ah!! —grita Sarah llena de cólera —¡¿Por qué tuviste que nacer?! ¡¿Qué estoy pagando Dios para merecer esto?! Solo aléjate de mi hija ¡Si te vuelves a acercar a ella juro que haré lo posible para que desaparezcas! —grita Sarah enceguecida por la ira, y Karl, dos años después iba a comprender aquellos gritos histéricos de la reina hacia él…
Tiempo actual: prisión boca de dragón
Al día siguiente, Karl continuaba tirado en el frío suelo de su celda sintiéndose terriblemente mal, no comprendía porque sus heridas continuaban abiertas, todavía sangraba en algunas y eso lo tenía bastante debilitado.
—¿Por qué no me he curado? ¿Qué me sucede…? —murmura el joven intentando al menos sentarse reposando su espalda sobre la fría pared de piedra.
Él se llevó su mano hacia su rostro, tenía una herida cerca de su ojo, le dolía bastante, sin mencionar la de sus brazos y costados, él sentía como si lo hubiesen rebanado, pero ahora que estaba ahí, sin salida, herido, fue que comenzó a procesar la idea, se quedaría ahí para siempre, si llegaba a escapar volverían a atacarlo, ya no tendría salida…
—La reina Sarah tenía razón en aquel tiempo, ¿para que nací?, ¿de que ha servido mi existencia? —murmura diciendo en voz alta lo que a veces en momentos de soledad él pensaba, pero se negaba en admitirlo…—me rindo —dice con un tono de voz derrotado.
En el fondo de su ser, Karl sentía un leve deseo de venganza… no sabía por qué ese sentimiento estaba ahí latente, pero en lo más profundo de su ser quería vengarse de la reina por haberlo acusado injustamente, y otros detalles pasados que él siempre pasó por alto porque la quería mucho…
—¿Qué le hice para que me odie tanto? ¿tanto así le aborreció mi pequeño amorío con Becca? ¿tan desagradable soy? —se pregunta Karl viendo la palma de su mano que ahora ostentaba una enorme herida cuando en medio de aquella batalla, el cogió una de esas espadas con la mano creyendo que al día siguiente no tendría nada, pero nada de eso ocurrió — ella les dijo que usaran esas espadas, la reina sabía que no me curaría… —murmura Karl ensombreciendo su mirada porque era claro que la verdadera villana de su propia historia era la reina Sarah…