—¿Entiendes lo que sucederá si no vas con él? —preguntó James con la mano en el mentón de Riley, su amada hija.
Riley, una vez que James salió de la habitación elevada de Maddox, se marchó con él para su casa en los suburbios. Riley siempre veía como su padre ganaba las apuestas, como salía victorioso y como derrochaba el dinero con la primera botella que encontrase. Riley siempre supuso que ese momento llegaría, pero nunca imaginó que sería tan rápido, ni con el más despiadado. La reputación de Maddox era corromper todo lo que lo rodeaba, destruir y quemar a las personas que los seguían como manada.
James le contó a Riley el predicamento en el que estaba involucrado y la única forma que existía de pagarlo. Por supuesto Riley se sentía como un pavo para navidad, sacrificado por el bien de alguien más. Riley ni siquiera quiso imaginar lo que ese hombre le haría si llegaba a tenerla en sus manos, sin embargo, sabía lo que les haría si no podía tenerla bajo su dominio.
—Nos matará —dijo Riley—. Si no voy con él, nos matará.
James apretó sus mejillas con ambas manos.
—A mí —dijo él—. Será a mí a quien asesine. Tu eres inocente.
—Igual me tendrá. No hay nada que un Maddox no tenga.
James sintió como su pecho se meneaba igual que una palmera ante un huracán. Lo que hacía no era sencillo, ni esperaba que su hija lo perdonara. El responsable de la ruina de Riley, sería James.
—Lamento mucho esto, Riley. Te juro que nunca quise esto.
Riley era sumisa, devota a su padre y una buena hija, pero no era estúpida, ni permitiría que su padre disolviera su responsabilidad por el futuro al que la condenó. James Cyrus firmó la sentencia de Riley cuando jugó esa mano que perdió. Para Riley era pérdida, mientras para Knox puto Maddox, era un triunfo sobre todos aquellos que quisieron llegar a la chica de una u otra manera, y el ogro de su padre les clavó un puñal.
—No me extraña lo que sucedió —dijo Riley manteniendo sus mejillas en sus manos—. Sabía que esto sucedería. Tu adicción al juego terminaría mal, y lo hizo. Seré el cordero que sacrificarás.
James escuchó su corazón fracturarse por las palabras de su hija.
—Por favor, no me odies —imploró James.
—Tampoco me pidas amarte —replicó Riley con los ojos turbulentos y húmedos—. Esto nunca te lo perdonaré.
Riley era una niña inocente ante los ojos de su padre, pero antes los de Maddox era una mujer de cuerpo espectacular, ojos malditamente hermosos y un trasero que lo enloquecía. Riley era la presa del cazador; una presa dolorosamente hermosa.
Maddox estaba fascinado con la idea de tenerla como una más de sus sumisas, o en el caso de Riley, como su doncella, casi rozando la condecoración de reina. Riley era una mujer que obedecería porque de otra manera su padre pagaría su insubordinación, por lo que en todo el camino de regreso al casino a la mañana siguiente, pensó en la forma de ser la mujer ideal para Knox. No lo desafiaría, no le discutiría, tampoco le elevaría la voz ni respondería sarcástica. Riley sabía cómo comportarse, su padre la educó de forma sumisa, y era momento de colocarlo en práctica.
Ranger, el líder de los verdugos, recibió a James a la mañana siguiente en las puertas doradas del casino. Red Palace era tal como su nombre lo distinguía: era un jodido palacio de perversión y dinero poco lícito que corría por las calles de Las Vegas en varios formatos. El lavado del dinero era el único trabajo sucio de Maddox, y la manera en la que amasaba su fortuna como la masa de un croissant. Los Maddox fue una gran familia adinerada, poderosa y peligrosa que dominó los casinos veinte años atrás, y tras la disolución de la familia, solo Knox quedó a cargo del Red.
James sujetó la mano de Riley en su codo y caminó con el mentón alzado. Por destruida que se encontrase su relación con su hija, tenía un trato con el demonio de ojos grises situado en lo alto, esperando que su siguiente víctima se detuviera ante él por primera vez. Riley jamás lo había visto. Era un misterio para ella, y así quiso Maddox que continuase cuando llegaron con una valija que no necesitaba y una ropa que cubría demasiada piel.
—No necesita su ropa vieja —dijo Ranger—. El Gran Jefe la vestirá de acuerdo a sus exigencias. Es suya ahora.
James sintió la bilis lamer su garganta igual que las flamas de un incendio ascendiendo por una pared. A James no le agradaba como se escuchaba la palabra mía. Le parecía tan aprehensiva para un vocabulario tan recortado, que no le discutió al hombre.
—Quiero ver al Gran Jefe —exigió James—. Quiero pedirle que no la lastime, que es mi niña, que no quiero que le haga daño.
Ranger miró al hombre. A Ranger le importaba mierda si el Gran Jefe destrozaba a la jovencita la primera noche que la cogiera. Su trabajo era recibirla sin nada que la atara a su pasado y llevarla con él una vez que las plebeyas la alistaran para reunirse con él.
—El Gran Jefe no debe ni quiere escucharte —dijo Ranger—. Es suya, y puede hacer con ella lo que quiera. No te pertenece, Cyrus, ni tienes derecho de pedir por ella, cuando la vendiste.
Riley mantuvo su mirada baja. Era cierto lo que ese enorme hombre decía. Su padre la vendió, pero aun con el dolor que le provocaba pensar en ello, Riley no quería guardarle rencor a su padre. Ella era un alma pura, bondadosa, hermosa. Ella era la flor que Maddox quemaría hasta convertirla en ceniza. Y James, al ver que Ranger no le permitiría hablar con Maddox, enfrentó a su hija, le besó la mejilla, la frente y le dijo que la liberaría de él, que una vez que tuviera el dinero para pagarle, la recuperaría. Ranger sonrió ante la posibilidad de que Maddox la dejara ir. La posibilidad era tan poca, como que un plebeyo dirigiera Reino Unido por encima de la sangre azul de los príncipes.
—¿Tenemos un trato? —preguntó James al entregar a Riley.
Ranger miró a la jovencita que se mantuvo con el rostro bajo.
—La haces ver como un objeto —dijo Ranger elevando el mentón de la chica con un pulgar—. Es hermosa para serlo.
Riley tragó saliva.
—¿No soy eso? —preguntó ella en un susurro—. Soy un objeto.
—Eres un p**o —dijo Ranger—. Un excelente p**o.
Ranger tiró del codo de Riley para acercarla a él y miró a James.
—Tu deuda esta saldada. El Gran Jefe no quiere volver a verte.
James miró a Riley. Si no volvía, no podría recuperarla.
—Pero, no…
Ranger alzó la mano para silenciarlo.
—No tienes más hijas que cambiar, y una no vale el dinero que le deberás a los casinos —dijo Ranger—. Tu deuda la pagará ella.
Ranger movió la cabeza para que los verdugos apretaran sus manos alrededor de los escasos bíceps de James y lo sacaran. Esa fue la última vez que vio a su hija siendo pura, libre, linda como una flor en primavera. Riley sintió como sus esperanzas de mantenerse pura volaban lejos, así como la pañoleta que llevaba en el cabello cuando Ranger la deslizó por su cabello castaño oscuro y la dejó en la habitación del Gran Jefe, la misma que James visitó la noche anterior cuando cambió a Riley por su vida.
Riley pestañeó varias veces para acostumbrarse a la oscuridad. El color penumbra era demasiado intenso para ella, sin embargo, para Maddox era tranquilidad. No le gustaba la luz, por ello el n***o era su color favorito. Todo lo suyo debía ser oscuro como su alma. Riley no movió un músculo cuando sus córneas se adaptaron y encontró la figura enorme, musculosa y estática de un hombre en la habitación. Era lo más grande que alguna vez vio. No solo era estratosféricamente musculoso, sino que intimidaba por el simple hecho de mantenerse tranquilo e insonoro. Riley sintió sus nervios vibrar como cuerdas de guitarra cuando él despegó sutil sus labios para exhalar la primera oración hacia Riley.
—Hola, nena —dijo en ese tono gutural que erizó el vello de Riley—. Te llamaré como mierdas quiera. Ahora eres mía.
Riley no respondió nada, sin embargo, apenas audible, dijo que solo sería suya por un tiempo, mientras su padre la recuperaba.
—Para siempre —sentenció Maddox—. Serás mía para siempre.
En el diccionario de Maddox nunca estuvo la palabra regresar, así que ella, aun en contra de su voluntad, se quedaría con él para siempre. Riley sintió como la imponencia y dureza de Maddox se acrecentaba a medida que ella decía alguna palabra.
—Estás demasiado cubierta —dijo Maddox—. Tienes ropa en la habitación continua. Esta noche usarás lo que esta sobre la cama.
Maddox encendió la luz que solo iluminaba la cama. Riley miró a la cama. Sabía que sería un objeto s****l y que la haría cumplir sus más oscuros fetiches y fantasías. Riley no supuso que él esperaría demasiado tiempo para cogerla, ni que le perdonaría que fuese virgen. Él la usaría como un puto juguete s****l, por lo que no le sorprendió demasiado que encima de las sábanas brillantes de color oscuro, se encontrase una pieza de lencería que apenas cubriría sus zonas erógenas. Era un corpiño que solo tenía dos círculos y un pequeño lazo en el centro, y la tanga era tan pequeña, que solo cubría la mitad de su v****a y su cadera. Todo su cuerpo estaría expuesto, abierto, pecaminoso para él.
—Eso apenas cubre —susurró Riley nerviosa.
Maddox apretó la mandíbula y se mantuvo en la oscuridad.
—Agradece que apenas cubre —gruñó Maddox en respuesta.
Maddox dio tan solo un par de pasos hacia la luz, cuando ella giró hacia él y descubrió un poco más su rostro ensombrecido.
—No quiero una puta virgen que no sabe lo que hace —dijo Maddox con una mirada tan penetrante, que Riley se contrajo—. ¿Has cogido con alguien? Hombre, mujer, juguete, lo que sea.
Riley sintió una punzada en el estómago cuando le preguntó. Lo correcto era decir la verdad. A un hombre como Knox Maddox no se le mentía, ni se jugaba con su mente. Lo que Riley debía hacer era decir la verdad para que Maddox no la castigara. Y fue tanto el pensar de la mujer, que Maddox se desesperó. La paciencia no era lo suyo, así como tampoco lo eran las putas vírgenes.
—¡Responde! —le gritó.
Riley cerró los ojos y se sobresaltó ante su grito.
—Sí —susurró apenas audible.
Maddox no sintió relajación por ello. En el fondo sí esperaba que fuese una virgen, no una experimentada, lo que lo llevó a preguntar con cuántos hombres cogió. Riley era sumisa, pero no era estúpida. Era de las mujeres más inteligentes que conocería.
—¿Con cuántos hombres cogiste? —preguntó Maddox.
—¿Eso me restará valor? —replicó ella de regreso.
Maddox apretó su puño y lo cerró alrededor del cuello de Riley.
—Si no respondes, te restará vida —gruñó mirándola.
Riley sintió la enorme mano del hombre en su cuello, seguido de un puntazo de placer en su maldita v****a. Riley se descubrió complacida con el hecho de que él la ahorcara, la mirase con ira, quizá con deseo escondido. Riley no le temía a una simple ahorcada. Le temía más a que la apuntara con un arma.
—Solo estuve con dos hombres —graznó con la mano de Maddox en su cuello de una forma bastante apretada.
Maddox sacó su rostro de la oscuridad y respiró en su mejilla cuando dobló su cuello hacia atrás. Riley sintió el latigazo en el cuello, seguido de una liberación cuando él rozó su mejilla con sus cálidos labios. Maddox era un maldito perro salvaje, era un jodido ogro, un desgraciado embaucador, pero diablos, era el puto infierno en la jodida tierra, tan malditamente poderoso que hizo que las rodillas de Riley temblaran con el sonido de su voz.
—No estás tan usada —dijo sobre su piel—. Estuve con peores.
Riley, quien no quiso mirarlo, respondió algo sutil.
—No lo dudo —susurró.
Maddox apretó más la mano en el cuello de Riley.
—Cierra la jodida boca, nena —ordenó cuando meneó su cabeza y su cabello se enredó—. Hablarás cuando te lo ordene.
Maddox la soltó de golpe y los pies de Riley trastabillaron. Riley no se miró el cuello, pero podía jurar que los dedos de Maddox estaban marcados igual que el hierro de ganado. Riley se tocó el cuello por instinto y Maddox regresó a la oscuridad, cuando en una orden más severa le dijo que se quitara lo último de su vieja ropa y se colocara lo que él tenía preparado para ella. Riley no quería otra ahorcada sin sexo, por lo que desprendió los botones de su camisa y bajó su pantalón. Su ropa interior era anticuada, igual que su ropa, pero su piel desnuda era un deleite.
—Las plebeyas te alistarán para mí —dijo Maddox.
Maddox evitó la tentación de acercarse a su piel desnuda y lamer cada minúscula parte hasta hacerla suya. Quería que todo lo que la atase a su antigua vida, quedase disuelta en el jabón, las esencias y el agua. Riley, desnuda, fue escoltada por dos mujeres que lavaron su piel, su cabello, la depilaron y la alistaron para Maddox cuando rociaron perfume y llenaron su piel de crema humectante. La dejaron tal cual le gustaban a Maddox, y cuando la mujer regresó a la habitación, era otra, aun con el cabello mojado.
—Recuéstate en la cama y separa las piernas —ordenó Maddox.
Riley, sin voluntad, miró la cama y se desplomó en ella. Era suave, amoldaba a su peso. Lo único que Riley no hizo fue separar las piernas. Estaba asustada. Era la primera vez que un hombre la veía desnuda, y temía que no fuese como los libros que leía. Y por supuesto que no lo sería, cuando Maddox separó sus muslos y miró su v****a resplandecer. Riley no sabía si era la imponencia del hombre, si se trataba del miedo, o era algo más, pero la musculatura de Maddox, así como sus ojos, eran un pecado.
Maddox acercó su pulgar y pulsó su clítoris. Eso envió una oleada nerviosa por las extremidades de Riley. Solo fue el dedo del hombre que la tomó como un p**o, pero demonios, sí que se sintió bien, y más cuando Maddox encendió la luz para que ella finalmente lo conociera. Cuando Riley miró esos ojos, la mandíbula, el corte militar y la camisa que abrazaba sus músculos, su v****a palpitó. Era la cosa más increíble que su cuerpo había hecho, y lo hizo con él, cuando Maddox, con el ceño fruncido y manteniendo su mirada, comenzó a frotar su clítoris con frenesí, humedeciéndola. Riley quería mantener su mirada, pero el placer que le provocaba un hombre por primera vez, la trastornó y cambió todo lo que pensaba. Todo pensamiento coherente huyo, dejando solo una estela de perversión y el deseo de que no se detuviera y esa presión por orinar congestionara su pelvis.
—Tienes la v****a más rosada, suave y hermosa que he visto —dijo Maddox levantando sus dedos y llevándolos a su boca. Sabía tal como lo imaginó—. Y es mía hora. Todo esto es mío.
Maddox lamió sus dedos lo suficiente como para bordear su entrada y hacerle gemir levemente. Riley no se masturbó jamás. Su padre decía que eso era pecado, y que no debía hacerlo. Riley se excitaba viendo las películas pornográficas que su padre veía en la madrugada, pero aunque el placer le recorría el cuerpo y su ropa interior se empapaba al ver como los hombres penetraban a las mujeres, jamás se tocó con sus dedos. Se frotaba con una almohada o apretando las piernas, pero jamás con sus dedos, y que Maddox jugueteara con ella, se sentía como imaginó que lo sería en esas películas que su padre veía mientras se masturbaba.
—¿Has tenido un puto orgasmo?
Riley no sabía lo que era.
—No —dijo en un gemido cuando él continuó masturbándola.
Maddox se inclinó tan solo un poco para dejar su cálido aliento sobre la v****a depilada, rosada, húmeda y brillante de Riley.
—Nena, no has cogido con un maldito Maddox —dijo dejando un leve beso entre sus labios, justo sobre su clítoris—. Sabes a dinero, lujuria, y muchas noches sin jodida ropa interior.
Maddox lamió desde su entrada hasta su clítoris y Riley arqueó la espalda. Fue la mejor sensación de la vida, pero no terminaría porque Maddox era un hombre que por familia debía hacer las cosas correctamente, y por ello la desposaría primero.
—Me casaré contigo antes de cogerte —dijo antes de dar otra lamida profunda—. Soy un maldito pervertido, pero creo en el matrimonio y necesito una esposa respetable ante los demás.
Riley apenas escuchaba con todas las sensaciones.
—Cuando ponga ese jodido anillo de veinticuatro kilates en tu anular, serás mía para siempre —dijo a la mujer de ojos azules gimiendo en la cama—. Y que se joda el infierno, porque te haré ver cada puto ángel del cielo cuando te coja.
Maddox quiso enloquecer entre sus piernas y hacerla llover solo con su lengua. Quería probar cada gota que su excitación produjera, pero en contra de sus deseos, se levantó y limpió la comisura de sus labios con el pulgar antes de ordenarle algo más.
—Largo —le dijo regresando a la oscuridad—. Alguien te espera en la puerta para llevarte a tu habitación provisional.
Riley sintió como él se alejaba y la dejaba tan encendida como fuego de chimenea ante una pila de madera. Riley sintió que él jugaba con ella, y era justo lo que hacía cuando la dejó encendida.
—Te acostarás en la misma cama conmigo cuando nos casemos. Te dejaré disfrutar tus últimas horas sin mis dedos dentro de ti —dijo—. Largo. Duerme bien. Será la última noche que lo harás.
Riley cerró las piernas y se hizo un ovillo cuando Maddox la trató como si realmente le importase el tema del matrimonio. ¿Realmente una persona de su reputación creía en el matrimonio? Riley no lo pensó demasiado, así que levantándose, le dio la espalda y el trasero a Maddox. Maddox miró el redondeado, blancuzco y atractivo trasero de Riley, y antes de pensarlo, la había atrapado entre la puerta y su cuerpo, con el rostro ladeado, una mano en su clítoris palpitante y su endurecido m*****o taladrando su trasero. Riley sentía la dureza en su trasero desnudo, y su mente le susurró que se moviera, pero ella permaneció tranquila, con una mano de Maddox en su cabeza y la otra taladrando su clítoris hasta que sus rodillas cedieran.
—Que el diablo me controle las ansias de cogerte justo ahora —susurró en su oreja, lamiendo su lóbulo y tirando de él—. Fuera.
Maddox la soltó y Riley abrió la puerta, encontrándose con Ranger. Él la miró sonrojada, con los muslos húmedos y el cabello revoltoso, y solo deseó que el Gran Jefe la compartiera con él solo una vez, para demostrarle que dos hombres eran mejor que uno.