—Puedes sentarte —dice, señalando con la cabeza hacia la silla a mi lado.
La miro como si fuera a cobrar vida y me mordiera el trasero. Carraspea y me apresuro a sentarme al borde de la silla, con la pierna temblando mientras entrelazo las manos en el regazo, incapaz de quedarme quieta. Miro hacia la puerta donde mis padres están esperando antes de apartar mi atención.
La habitación es vasta, digna de un Alfa. Aunque me sorprende ver las estanterías llenas de libros alineadas en las paredes. Tiene más libros que nuestra antigua biblioteca del clan. Me dan ganas de agarrar uno y ver qué clase de persona es a través de lo que lee. Su escritorio está en el centro, lo que lo hace aún más imponente.
Al volver a mirar al Alfa, lo encuentro mirándome de nuevo.
—¿Tu nombre es Katya? —dice, pronunciándolo correctamente. La mayoría de las personas no lo pronuncian bien la primera vez o simplemente no les importa.
—Sí, Alfa.
—Puedes llamarme Ezra —corrige rápidamente, y asiento.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —respondo, y él asiente, mirando algunos documentos que noto son los papeles de mi madre y padre, junto con mi acta de nacimiento. Lo toma y lo examina.
—¿Pronto cumplirás dieciocho? Podrás encontrar a tu pareja. Eso es emocionante —afirma, sus ojos volviéndose hacia mí.
No digo nada. Nadie me va a querer; no era más que un defecto con sentidos agudizados.
—Vas a la escuela, ¿verdad?
Asiento, mordiéndome el dedo pulgar.
—¿El último año?
—Sí, termino este año, bueno, se supone —no tengo ganas de ir a otra escuela, especialmente tan tarde en el año. No sé qué matones habrá en esta escuela, pero atraería a todos. Es prácticamente una garantía.
—Terminarás la escuela —afirma, sin dejar lugar para discusión.
Aprieto los labios, sabiendo que es mejor no discutir.
—No te gusta la escuela —pregunta.
—¿A alguien le gusta la escuela? —le respondo bruscamente y él sonríe.
—A mí me gustaba la escuela. Me sorprende que a ti no, siendo hija de un Beta —dice.
Sí, la escuela era genial hasta que descubrieron que era una monstruosidad.
—Tus padres ya me explicaron por qué te fuiste. ¿Te metiste con la hija del Alfa y tu madre la golpeó? —pregunta.
Mi madre se está echando la culpa. Me quedo callada para evitar correr el riesgo de ser descubierta en una mentira, aunque técnicamente es verdad, solo que no es la razón por la que nos fuimos. Asiento.
—Suficiente para mí; no soporto al Alfa Jackson. Ese idiota debería ser eliminado —se burla el Alfa Ezra, sin siquiera intentar ocultar su disgusto por mi antiguo Alfa.
—Ven aquí —ordena, poniéndose de pie y acercándose al frente de su escritorio, donde se detiene a mi lado.
Salto de mi asiento y retrocedo, casi tropezando con mis propios pies. Sus ojos se posan en los míos por mi movimiento abrupto.
Me tiende la mano y la miro, sintiéndome un poco cautelosa frente a este hombre intimidante, preguntándome cómo ha conseguido la reputación que tiene, porque no parece tan malo como los rumores que he escuchado.
—No te lastimaré; nunca te lastimaré —dudo antes de poner la mía en la suya. Siento una sensación de hormigueo en la palma, y retiro rápidamente la mano, mirándola.
—Lo siento, debe ser estática —se disculpa él, y sus ojos se vuelven negros.
Vuelve a agarrar mi mano con una sonrisa en los labios, su pulgar trazando círculos en el dorso de mi mano, lo que me hace mirarlo. Las comisuras de los labios del Alfa se tensan mientras me insta a acercarme. Cuando no me muevo inmediatamente, él me jala hacia él.
Su mano está tibia, pero la extraña sensación de hormigueo no desaparece. Lo miro pensando que es extraño, solo para descubrir que me está mirando nuevamente. Es alto, solo llego al centro de su pecho, y también es ancho, todo músculo duro mientras se yergue sobre mí.
Muerde su muñeca y me la ofrece, y lo miro. Mis ojos vuelven a su escritorio y veo dos vasos manchados de su sangre sobre el borde. Entonces, ¿por qué me está ofreciendo su muñeca? Seguramente no quiere que beba su sangre como un vampiro, ¿o sí?
—El tiempo apremia, pequeña, date prisa —ordena, acercándome y rodeando mi cintura con su brazo antes de llevar su muñeca a mis labios.
Agarro su muñeca y puedo sentir su saliva residual allí. Su sangre, sorprendentemente, no sabe mal mientras inunda mi boca. No es algo que vaya a buscar para beber; sí lo haría si fuera un vampiro, pero no es lo mío. Si bien tiene un sabor dulce, tal vez sea el sabor de su piel, no estoy segura.
Retira su muñeca, pero no me suelta, manteniéndome cerca de él.
Aprieta su brazo alrededor de mi cintura cuando inclina su cabeza lo suficiente como para tener su rostro junto al mío, sus labios rozando mi oído mientras habla.
—Prométeme —susurra, y asiento.
El calor de su pecho duro presiona contra mi espalda, su calidez se filtra en mí y tomo una respiración nerviosa.
—Yo, Katya Hartley, juro lealtad y mi vida al Alfa Ezra —me detengo, sin saber su apellido.
Miro por encima de mi hombro hacia él.
Y por unos segundos, quedo atónita por la combinación de aromas fuertes que emanan de él.
La madera de sándalo es una de las fragancias, y la otra, el inconfundible aroma especiado de la canela. Es una mezcla embriagadora e inhalo profundamente. Mis ojos se cierran para poder perderme en el momento.
—Pierce —susurra, sus labios casi rozando los míos, y abro los ojos de golpe, preguntándome qué me pasó.
Está tan cerca y mi rostro se ruboriza por lo que hice, él retrocede y creo ver una leve sonrisa bailando en sus labios. Giro rápidamente mi rostro, mi extraña reacción hacia él me sorprende.
—Alfa Ezra Pierce de la Manada Black Creek —las últimas palabras salen de mis labios y un dolor punzante estalla en mi cabeza, haciéndome soltarla mientras la agarro.
Su agarre se aprieta a mi alrededor y es lo único que evita que me desplome en el suelo.
El constante parloteo de mi antigua Manada, cada palabra que escuché, pasa fuertemente por mi cabeza, haciendo que mis oídos zumben, y un grito sale de mis labios.
La presión de la conexión con la Manada se rompe mientras la nueva se forja, haciendo que mi cabeza se sienta como si alguien la estuviera estrujando y que en cualquier momento explotará por todo su suelo.
Tan repentinamente como vino, se detiene como el chasquido de una banda de goma, solo para dejar lugar a un dolor sordo.
—Estás bien. Ya pasó —la voz del Alfa Ezra se filtra en mi cabeza, haciéndome levantar la mirada hacia él.
Él me sonríe mientras parpadeo para apartar las lágrimas que me habían salido.
—¿Estás bien para dejarte ir? —pregunta.
Miro hacia abajo y veo que tiene los brazos alrededor de mí, justo debajo de mis senos.
Mi rostro se calienta de vergüenza al darme cuenta de que él es la única razón por la que estoy de pie antes de que rápidamente me dé cuenta de sus manos en mi cuerpo.
Genial, estaba enamorada de mi Alfa.
Me alejo y él suelta.
Sus ojos se nublan y segundos después, mis padres entran apresurados en la habitación, él debe haber estado hablando con ellos a través de la conexión de la Manada.
—Ves, estás bien. Te dije que no sería tan malo —dice mi padre, preocupándose por mí.
Aparto sus manos de mí. No soy una niña. A veces pueden ser un poco embarazosos.
—Esta noche te quedarás en la Casa de la Manada. Mañana te mostraré tu nuevo hogar.
¿Puedo preguntar por qué pediste uno tan apartado de todos? —pregunta curiosamente mirando a mi padre.
—A Kat no le va bien con los demás. Prefiere estar sola —responde mi madre.
El Alfa parece sorprendido por un segundo, su cabeza se inclina hacia un lado mientras me mira.
—¿Y por qué es eso? —pregunta, mirándome fijamente, miro nerviosamente a mis padres antes de volver la mirada al Alfa.
—Simplemente me gusta estar sola —encogí de hombros, lo cual es cierto, definitivamente no soy una persona socialmente activa.
Aprieta los labios antes de mirar de nuevo a mis padres.
—Ya he inscrito a Katya en la escuela. Puede comenzar el lunes. Puedes saltarte la carrera de la Manada del viernes y encontrarte aquí el lunes por la mañana para que te den los detalles de tu trabajo —decide.
—¿Carrera de la Manada? —pregunto, y mi madre me pega con el codo para que me calle, lo cual no pasa desapercibido por el Alfa.
—Las carreras de la Manada son obligatorias. ¿Hay algún problema? —pregunta, y bajo la cabeza, mirando mis zapatos.
—No hay ningún problema en absoluto —responde mi padre, pasando un brazo sobre mis hombros y extendiendo la otra mano hacia el Alfa.
—¿Cómo te va con entrenar a estudiantes adolescentes? —pregunta de repente el Alfa a mi madre.
—Entrené principalmente a mi hija y a lobas mayores, pero haría un intento —responde ella.
—Interesante. Necesitamos una mano extra en la escuela secundaria, y eso te permitirá vigilar a Katya también —decide.
Mi madre parece emocionada con la idea.
—Eso sería encantador, gracias, Alfa.
Asiente, mirándome de nuevo antes de mirar a mi padre.
—Mi Beta te mostrará dónde te vas a quedar por la noche —dice antes de volver a sentarse en su escritorio.