Capítulo 6

1808 Words
Guardó un tenso silencio, en su boca había un rictus rígido, molesto, tal vez, de inmensa amargura. ―Yo no creo que seas así ―musité, no sabía qué más decir, en realidad, quería que no se enfadara conmigo por todo lo que pensaba de su padre, al que creía un ser despreciable. ―Mi pequeña... Me abrazó fuerte, con una fuerza inusual, diferente a la que siempre utilizaba. Por un momento creí que me iba a romper, pero me soltó. ―Lo siento ―dijo apartándose de mí y me sentí extraña. ―Creo que eres una buena persona ―le dije, me miró, se levantó el sombrero y levantó una ceja con diversión―. Un ser ―corregí―. ¿Qué quieres que diga? Si ni siquiera sé cómo te llamas, tampoco sé cómo decirte. ―Creí que te bastaba, para ti soy "tu Diablo" ―sonrió mientras se acercaba a mí y me desarmó una vez más―. Lo sé, mi pequeña, sé que tienes muchas preguntas. Pero hay tanto, demasiado... No estás preparada. ―¿Algún día lo estaré? ―Tendrás la eternidad por delante, mi pequeña, para saber todo y de todos. ―¿De ti? ―Incluso de mí. ―¿Y qué pasará cuando ya todo esto esté terminado? ―Podrás tener lo que siempre quisiste. ―¿Y cuál es el castigo que tendré? ―¿No es suficiente castigo con todo lo que has pasado? ―Para mí, claro, pero no sé para él. ―Eso es lo que hago, desarmar todo su poder sobre ti, con sus estúpidos rituales. Si algún día, cualquier día, me dices que no quieres continuar, que te quieres ir, que quieres irte y volver con tu familia y amigos, eres libre, puedes hacerlo. ―¿Sin represalias? ―Sin represalias, no tendría por qué, es tu decisión, yo no tengo por qué influir en eso. ―Eso quiere decir que... ―Que conmigo eres libre. ―Pero voy a ir al infierno como dice tu gente. ―No es mi gente, pero eso depende de mi papá, a algunos los perdona sin más y otros tienen que pagar con sangre hasta el más mínimo pecado que hayan cometido, no sé en qué se basa, si tiene preferencias, que sí las tiene, o simplemente lo echa a las suertes. ―Te lo tomas muy en broma. Largó una risotada que estremeció la cueva entera, era una risa molesta, tenebrosa. ―Es lo mejor. No puedo hacerlo de otra forma, si me lo tomara más en serio, seguro él tendría armas para destruirme, pero no lo ha hecho ni lo hará. ―¿Por qué? Se supone que él es Dios, ¿por qué no te mató en cuanto te rebelaste? ―Pequeña, mi pequeña, haces demasiadas preguntas. Todo a su tiempo, ya lo verás, por lo pronto, tenemos otros cuarenta días para que comas malo. Es algo mínimo, ¿no? Luego de eso, comienza el verdadero entrenamiento. Serán doce largos años. Abrí mucho los ojos, asustada, ¿tendría doce años más de sufrimiento? ―No, mi pequeña, serán doce años en los que yo seré tu tutor para enseñarte, porque cuando te quites el último sacramento y limpies tu cuerpo de los residuos de él, entonces podrás pertenecerme. ―¿Pertenecerte? ―Así es. Podrás ser mía, podré enseñarte, cuidarte y protegerte. Mientras tanto, puedo, pero en menor medida. Tengo límites... Eso quedó demostrado las trece noches que estuviste en el bosque. No sabes lo que hubiera dado por evitarte todo ese sufrimiento. Si no hubiese estado seguro de que lo lograrías, te habría sacado de ese lugar sin pensármelo dos veces. ―Todo sea por sacarme a mi suegro de encima ―bromeé, él me siguió. ―Así es y por lo mismo, será mejor que vamos a trabajar, esta noche te enseñaré a cazar lagartijas. ―¡Lagartijas! ―Así es, aunque claro, ya las habías cazado antes para comerlas, no para lo que la necesitaremos. ―¿Y para qué la necesitamos? ―Tú la necesitas ―remarcó el tú. ―¿Y para qué? ―Tendrás que usarla en tu cabeza ―respondió corriendo la cara. ―¿¡Qué!? ―Literalmente, grité. ―Es parte del... ―Proceso ―le interrumpí. ―Así es. ―¿Y de qué me va a servir? ―Las lagartijas tienen poderes especiales que te los traspasará a ti y con los cuales tú podrás hacer magia. ―¿Magia de la de verdad? ―Sí. Magia, más allá de lo que viene ya contigo incorporado a tu ser. ―¿Por qué una lagartija? ―Porque son seres diferentes al resto. ―No me dirás más, ¿cierto? ―No. ―Bueno... ―Tomé aire y avancé a la salida de la cueva―. Habrá que hacerlo. Él llegó a mi lado y cogió mi mano. Nos internamos en la espesura del bosque hasta encontrar el escondrijo de unas lagartijas. Tenía que ser una lagartija viva. Y así debía mantenerla en mi cabeza por cuarenta días. Eso de los cuarenta días ya me estaba cansando. Era demasiado tiempo. Bueno, en esos momentos, para mí, era demasiado. Cuarenta días pasaron en los que la lagartija vivió en mi cabeza atada a un pañuelo. No era nada agradable, aunque estaba adormecida. Claro que, entre la comida desabrida y el animal en mi cabeza, no hacían ni la cuarta parte de todo mi sufrimiento los días anteriores, así que no me quejaba. ―Ahora sí, mi pequeña, terminaste con todo el maldito ritual ―me dijo una noche, yo ya no llevaba cuentas de nada, él sabría cuando acabaría todo. Yo quería que terminara pronto y si seguía contando los días, me habría vuelto loca. ―¿Y ahora qué? ―Ahora, lo primero es lo primero. Por fin eres libre, mi pequeña, ahora eres libre de escoger con quién quieres estar, o de parte de quién, como quieras tomarlo. ―Quiero estar contigo. ―¿Estás muy segura? ―No hice todo lo que hice para arrepentirme ahora. ―Lo sé, mi pequeña, pero a diferencia de mi padre, no me importan los ritos, me importa la palabra, si lo quieres o no, si tú me dices que no, será no para mí. ―Yo quiero estar contigo, eres mi Diablo favorito... ―Sonreí con picardía―. Bueno, eres el único que tengo. Él sonrió, se quitó el sombrero y me miró. Ya el dolor era casi imperceptible. ―Yo no me arrepiento de nada, fue duro, muy duro, pero vale la pena si es por estar contigo ―le afirmé con seriedad. ―Han pasado tres meses completos desde el primer día que me viste, ¿ha cambiado tu apreciación sobre mí? ―Sí ―respondí con seguridad―, y tú lo sabes. Cada día que ha pasado, cada una de nuestras conversaciones me han mostrado más facetas tuyas y me has demostrado que tú no eres como dicen. Puedes ser un ángel caído, un maldito de ese dios tuyo, un Diablo, un demonio, pero no eres tan malo como dicen. ―Soy el chico malo ―bromeó con un dejo de amargura. ―No lo creo. Creo que tú eres como eres, la hipocresía es la peor forma de maldad, porque nunca podrás estar seguro con nada. Tú no andas por la vida mostrando algo que no eres. ―Mi pequeña... Se acercó y me besó con un beso romántico. Yo me dejé llevar, hacía mucho que lo deseaba y me lo estaba entregando. ―Tú sabes que no me conformaré con un beso, ¿verdad? ―Nunca he estado con un hombre y no pienso en nadie más para que sea el primero. Él contempló mi rostro, debo haber estado ruborizada, sentía mis mejillas arder, sentía un poco de pudor, pero no podía dejar de observarlo, mi respiración se tornó agitada, con su sola mirada, podía desnudarme. Y no precisamente mi cuerpo, mi desnudez iba más allá. A mi alma. ―Tomaré todos tus pedazos rotos y te recompondré, mi pequeña ―susurró. Esas solas palabras bastaron para sentir que toda mi vida muy pronto estaría en orden. Volvió a besarme. Pero en aquel momento lo hizo con más profundidad. Me llevó hasta la cama y me hizo suya. No le gustaban los rituales, pero la forma en que lo hizo parecía un ritual antiguo y perfecto, donde todo transcurría tan lento que parecía que quería reconocer cada parte de mi cuerpo, de mi piel, hasta las partes más escondidas; las más sublimes y delicadas, formaban parte de su recorrido, primero con sus manos, luego con su boca, dándome un placer exquisito que no quería que terminase. Y a la vez quería el final. Su cuerpo, perfecto, podía sentirlo candente, hirviendo en deseo contenido. Al terminar su viaje por mi cuerpo, se apartó un poco y me miró. ―¿Estás segura de esto? ―consultó con cierto temor. ―Sí ―logré articular, era lo que más deseaba en ese momento, no había nada en mi cerebro que me hiciera pensar en otra cosa más que en estar con él. En sentirlo mío. ―Eres mi pequeña, lo sabes, ¿verdad? ―Y tú, mi Diablo favorito ―jadeé. ―El único ―replicó y entró en mí, provocando un dolor que me hizo gritar, aunque no estoy muy segura de que haya sido solo eso lo que me impulsó a quejarme, porque el placer que sentí se fundió en uno solo con el dolor. Él detuvo su avance y me observó con cuidado. ―¿Estás bien? ―Sí ―gemí. Me besó y terminó de entrar en mí. Sin darme cuenta mordí nuestros labios al sentir sensaciones que jamás había sentido, que me quitaban el aire y me hacían contorsionar al compás de sus movimientos. Sentí la sangre de su labio roto, me iba a apartar y él no me lo permitió, me apretó contra sí mismo; un poco más pegados y nos fundiríamos en uno solo. Bebí de su sangre, él bebió de la mía. Todo nuestro ser hizo el amor aquella noche. Cuerpos, almas y sentimientos. Su sangre y la mía... ―Ahora me perteneces, hemos hecho un pacto de sangre que jamás podrá ser roto, mi pequeña, solo la muerte, y no puedes morir ―expreso con profunda emoción luego que estallé en mil pedazos como un relámpago que cruza por los aires ―. Todo tu ser me pertenece. Ya no hay pie atrás. Y no sabes cuánto lo anhelaba. No supe qué decir. Mi mente todavía no hacía su aparición después de lo ocurrido. Solo sabía que sí quería pertenecerle, que sí quería ser suya. Por siempre.
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