—Es una delicia escucharlos; pero, a la vez, son como las chocolatinas: no puede una comer demasiadas. Ambas reían y, al fin, Linka se retiró. Hubiera deseado que en su primera cena hubiesen estado sólo Sarah y el Marqués con ellos. «Los dos visitantes de Londres la echaron a perder», pensó. Se desvistió y se puso su camisón. Como no estaba realmente cansada, se dirigió a la ventana para mirar las estrellas. Apagó las velas antes de hacerlo. Cuando descorrió las cortinas, la luna penetró en la estancia. Era una luna joven, así que no expandía tanta luz como lo haría más tarde. Las estrellas brillaban, igual que diamantes, en el cielo. Pensó que nada podría ser más bello y también que las prefería a todas las luces de Londres. Sin embargo, no podía evitar pensar que Michael se se