ARYA. Después de unos quince minutos finalmente voy llegando a la puerta de mi habitación, duele como el carajo mi tobillo, pero no quería seguir perturbando la paz de ese hombre, merecía un tiempo a solas con mi abue. Abro la puerta y cierro tras entrar, me acerco a la cómoda donde reposan mis cosas así como un espejo que me ayuda a no ir como pordiosera al instituto, bueno, me acerco y que quito la goma que sostiene mi cabello dejándolo caer libre, suspiro cerrando los ojos. — Hasta que al fin subes. – susurran cerca de mi oído y me sobresalto en mi lugar. — ¿Qué mierda? – abro los ojos y le veo detrás de mí gracias al espejo. – Castillo, ¿quieres matarme de un susto? — No, no es mi intención, rubita. – antes de que pueda voltear, me aprisiona entre sus brazos hundiendo su rostro en