Yo no sabía lo que iba a ocurrir en aquel encuentro en ese bar. Creo que tú tampoco te lo imaginabas. Lo único que los dos sabíamos es que nos urgía volver a vernos. En aquel encuentro quedaron al descubierto nuestros pasados y con ello nuestras heridas.
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Entiendo perfectamente por qué me ha citado en este bar. Es un sitio solitario, oscuro, y donde nadie podría imaginarse que Gael Martí podría estar. El suelo de madera, las mesas del mismo material, y los cuadros colgando en las paredes de épocas antiguas me hacen sentir en una película de los cincuenta.
El camarero viene con la taza de café y la deja sobre la mesa sin decir palabra alguna y apenas se marcha Gael se cruza con él en el camino.
―Trae otra por favor. ― Le pide y sigue caminando hacia mí mientras que el joven se marcha por la otra taza de café. Es claro que no lo ha reconocido, pero no es su culpa. La gorra negra que lleva Gael y el haber esquivado el verlo a la cara ha sido una buena estrategia.
―Buenas tardes, guapa.― Me dice al llegar a la mesa y se acerca a mí.
―Buenas tardes.― Digo firme y me saluda con dos besos, de los cuales uno ha sido prácticamente sobre mis labios.
―Permíteme decirte que esa ropa te queda increíble.― Comenta mientras se sienta en la silla que está justo enfrente de mí y da la espalda al resto del bar.
―Muchas gracias, tenía una reunión de trabajo importante. Lo que no sabía es que tendría que trabajar contigo.― Digo de manera indiferente y bebo un sorbo de café.
Esa media sonrisa jodidamente sensual aparece en su rostro y con gusto le dejaría que me acueste sobre esta mesa y repitamos lo de la otra noche, pero no, no se puede.
―Yo te llamaba para decirte que estaba en Madrid y que me encantaría verte, pero no ha sido necesario. Te vi en el sitio que menos hubiese esperado.― Explica.
Dejo la taza de café sobre la mesa y el mesero se acerca dejando la otra taza frente a él y se marcha en silencio nuevamente.
―¿Y con cuántas has estado en estos últimos días?― Pregunto sin rodeos y él ríe. ―No sé de qué te ríes.― Me quejo.
―¿Tú crees que me tiro a cuanta tia se me cruza en el camino?―Me pregunta inclinándose sobre la mesa para acortar la distancia.
―No lo sé. Tampoco es que me importe. ―Digo e inclino mi cuerpo para acortar la distancia. ―Yo lo que busco contigo son unos buenos polvos de vez en cuando. Tampoco te consideres tan importante. ―Le digo firme y él sonríe.
―Yo busco lo mismo contigo. Sabes, no estoy para dramas amorosos ni para que una mujer me reclame si no la llamo al día siguiente después de haber tenido sexo con ella.― Se explica y asiento.
―Ni yo para que un hombre me cele y me diga que es lo que puedo hacer o no.― Replico de inmediato.
―¿Qué te han hecho para que seas así? Es claro que no eres una mujer que va por la vida tirándose a cualquier hombre que se le aparece enfrente― Me dice y me molesta que pueda leer quien soy tan bien.
―Yo te cuento y tú me cuentas que te han hecho a ti.― Propongo.
―Vale.―
―Mi ex, Pedro era un amor al principio. Me bajo el cielo y las estrellas hasta que comenzó con un comportamiento obsesivo de celarme hasta el punto que me seguía por donde iba. Se puso violento... las cosas empeoraron y tuve que huir de su lado para que a los dos días me lo encontrara con su verdadera familia en un restaurante. Esposa y una hija.― Confieso y la cara de Gael cambia completamente.
―Vaya mierda de tipo.― Dice aún impactado.
―Simplemente, no confió más en los hombres ni creo en el amor. Esa es la nueva Selena Hauser. Solo quiero ser la mejor publicista de España y no depender de nadie más.―Explico. ―¿Y tú?― Presiono.
―A mi me sucedió que Delfina me rompió el corazón en mil pedazos. Una noche fui a su casa después de haber regresado de una larga jornada de trabajo y me hizo elegir entre ella y la empresa. Me dijo que no iba a soportar más la distancia que causaba mi trabajo―
―¿Y tú que le dijiste?― Le pregunto sorprendida. No puedo creer que alguien haga elegir entre su futuro y el amor.
―Que no podía hacerme elegir. Que no era justo... en ese instante me echo de su casa y nunca más respondió a mis llamadas. No me quiero volver a enamorar, no quiero que nadie más me haga elegir, ya no.― Me dice firme y lo comprendo.
―Llevas razón. El amor es una mierda; te lleva al cielo para que luego caigas al suelo de un golpe y sin aviso dejando todos los huesos rotos.― Añado.
―Así es, por eso me gusta esto. ― Dice señalándonos y sonrió.
―Te invito a mi casa a tomar una copa de vino y pasarla bien un rato, ¿Qué dices tienes tiempo?― Le invito y él asiente.
―El suficiente para quitarte esa falda que te queda de maravilla.― Me dice sonriente y sin más llama al camarero para pedir la cuenta y así podernos largar de aquí.
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Quizás el habernos confesado nuestros pasados ha sido lo más liberador que hemos hecho. Las heridas quedaron expuestas, pero gracias a eso conocimos porque hacíamos lo que hacíamos.