Narra Faith: Siento unas manos cálidas que me sacuden suavemente el hombro, trayéndome de vuelta al mundo de la consciencia. Abro los ojos, desorientada y veo que se trata de mi padre, que me sonríe con sus gafas enormes que ha empezado a usar de un tiempo para acá. A penas tiene cincuenta y cuatro, pero se ve tan firme como de cuarenta y a pesar de su enfermedad, sigue siendo tan alegre como siempre. —¿Qué sucede, papá? —pregunto con voz ronca, mientras me incorporo en la cama. —Nada, pequeña. He venido a despertarte porque han llamado de la oficina y quise darte el mensaje. Me incorporo en la cama y busco mi teléfono en la mesita de noche. Son las siete y treinta, es sábado y aunque bien podría quedarme en cama, me sorprende todo esto. Inmediatamente me imagino lo peor. Si de Philip