Desperté cuando Tessa corrió las cortinas anunciando el amanecer. Los rayos del sol me impedían abrir los ojos. Coloqué las manos sobre mi rostro y evité el fulgor. Caleidoscopios se formaron al abrirlos. Los rayos impactaban la lámpara del techo y reflejaban distintos colores. —Buenos días, Alteza —saludó Tessa. Bostecé y me estiré sobre las almohadas. Dilaté los perezosos brazos que se negaban a despegarse de la cama. —Buenos días, Tessa. ¿Qué hora es? —Las siete —respondió. Preparó el baño—. Su madre la espera para desayunar. ¿Le preparo su atuendo? —No. —Negué con la cabeza—. Quiero sentirme útil. Me senté en la orilla de la amplia cama. Tanteé el piso con la punta de los dedos. Despertaba como una boba, enloquecida de sueño. Apenas bajaba de la cama caminaba como un zombie p