Mis pensamientos nublaron mi vista. Sin pensarlo arribé a la habitación de Stella. No la asusté ni un poco al abrir la puerta. Estaba derribada en la cama, con los pies en la pared y los dedos en el teclado de la laptop. Sus ojos viajaron a los míos. —Bienvenida, Alteza. Me lancé a su lado en la cama. —Dime que es un sueño —solté. —¿La boda con tu príncipe soñado? —No es ni un poquito soñado —concluí. Stella redactaba una carta que enviaría por email. Su mirada no se apartó de ella cuando entré ni cuando me desplomé sobre la cama. Era muy importante terminar ese email, casi de vida o muerte. Me quedé en silencio, maravillada con lo rápido que escribía. Por más que fuésemos mejores amigas, no podía inmiscuirme en sus asuntos, ni era cortés leer su carta. En su lugar, recosté lo c