Me tomó por sorpresa su revelación. Las palabras de Dominic fueron suficientes para que el dolor regresara con mayor ímpetu. Un fuerte estallido removió mi cuerpo sobre el asiento y me obligó a cerrar los ojos, llevar una mano a la parte trasera de la cabeza y abrir la boca para emitir un quejido de dolor. Fue tan fuerte que mi cerebro rebotó como una pelota de tenis. Dominic intentó tranquilizarme al decir que se trataba de un familiar. Ni aunque me dijera que la persona que nos vería era su madre, podía confiar. No solo estaba colocando mi vida, mi destino y todo lo que eso involucraba en manos de una persona que no conocía las consecuencias de una mala lectura, sino que de cierta manera me obligaba a creer que podíamos confiar y creer lo que nos diría.
―No es lo que piensas, Kay. No e
