Pov. Jacob
La casa está oscura como siempre, el silencio es lo que reina donde la muerte acecha, es aquel momento de paz que te da antes de que todo simplemente se rompa en pedazos.
Sabía que no iba a ser eterno, tenía muy claro que cuando menos lo esperaba, la puerta del otro lado del salón se iba a abrir y el caos se desataría en todo lugar.
Mi madre trataría de frenarlo, intentaría hacer todo lo que pudiera para acabar con esto. En muchos aspectos no la comprendía, no sabía que hacíamos acá, porque seguía insistiendo en que ambos lo intentemos.
Él llegaría, el olor a rancio cubriría todo, las quemaduras, los gritos, mis cuerpo paralizado, corriendo. Mamá recibiría la mayor parte de los golpes, pero no importaba cuánto lo intentase, toda la energía que pusiera. Al final, terminaría inconsciente y mi infierno personal se desataría.
— Vamos a dormir Jacob —su mano acaricio mi mejilla.
— ¿Por qué no nos vamos? —sus ojos pasaron por el salón.
— No puedo darte de comer, yo… —su cuerpo tembló.
— Te matará —negué —, yo… no puedo tolerarlo más, no quiero que… —de nuevo la voz se me corto.
— No lo dejaré llegar.
Suspiré, no le creía, ya no creía nada. Estaba decidido a irme, escapar, podía vivir en la calle, comer de lo que consiguiera.
Pero no llevarme a mi madre me mataba, no podía dejarla con él, no concebía hacer algo como eso.
Miré el techo de mi cuarto mientras me aferraba a las sábanas. Hacerme el dormido no servía, lo sabía. Estar inconsciente dudaba que ayudara, pero no podía ir a tomar algo para evitar estar en este lugar.
Ya había intentado hacerlo, de hecho, una vez lo logré y se encargó de tirar todos los remedios que había porque no llegué a tomar todas a tiempo.
No logré terminar el trabajo y eso empeoro todo.
Me agarró cuando estaba con el frasco en la mano, mirando mi cena de pastillas en la mano, fue ese pequeño momento de indecisión que lo jodió todo.
Estaba a punto de abrir la boca para acabar con esto y la puerta se reventó mostrando sus ojos inyectados en sangre. También había frustrado los intentos de mi madre.
Aquellas veces que trató de matarse fueron siempre frustradas cuando llegaba antes de que terminara el proceso y la llevaba directo al hospital.
Terminaba internada, paso más veces de las que puedo contar con una mano. Ella se recuperaba, salía para volver al mismo lugar y volvía a caer.
Nadie hacía nada, ninguno movió un solo dedo, porque como se iban a meter con él. El jefe de la policía, ese cabrón desalmado que nos desgarró la vida en dos.
Cómo iban a tratar de inculpar a un hombre tan honesto como él. Iba a misa, ayudaba al prójimo, atrapaba depravados, hombre violentos.
Todo un hombre.
Uno que la golpeaba todos los días al llegar. Lo hacía hasta dejarla inconsciente. Durante años escuché sus gritos mientras él se encargaba de marcarla de formas que a cualquier persona le parecerían atroz.
La había escuchado gritar tanto tiempo que cuando dejó de hacerlo y simplemente lloró, supe que la había roto para siempre.
La primera vez que lo hizo yo tenía seis años. Llegó borracho del trabajo, con una botella de whisky en la mano.
Estaba haciendo los deberes y ella terminando de hacer la comida, su cuerpo giró para encontrarse con mi padre mientras sonreía.
Una sonrisa que le duró unos segundos cuando observó su ropa.
El carmín del pintalabios dejó en claro de dónde venía, ese lugar en el que había estado. El hombre devoto se había ido de putas.
Era obvio, sobre todo porque el olor a mujer llenaba el ambiente. Era una mezcla rara de tabaco, whisky y perfume dulce, un perfume que no pertenecía a mi madre.
Una fragancia que seguramente la había dejado una mujer, la misma que había marcado su cuello, aquella que ahora tenía el poder de destruir todo.
— ¿Te has acostado con una mujer? —los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas.
— ¿Quién te crees que eres para hacerme esas preguntas? —la apuntó con el dedo mientras sus ojos rojos parecían tornarse cada vez más oscuros —. Las putas como tú se quedan calladas y hacen la cena.
Mi mano apretó el lápiz mientras mi madre juntaba las cejas molesta.
— A mí no me hablas así idiota, no sé qué te pasa, pero será mejor que te vayas de la casa y vuelvas cuando estés sobrio —dejo el repasador en la mesa de mármol —y vienes directo a firmar el divorcio.
Una risa diabólica inundó la sala, se me encrespó la piel y gire para mirarlo mientras se acercaba a ella para tomarla por el cuello y levantarla.
Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas, peleaba contra su brazo dando manotazos. Yo estaba paralizado, apenas podía moverme, no sabía cómo respiraba.
Se movió sin siquiera dejarla apoyar los pies en el suelo y la pegó a la pared con tanta fuerza que pensé que la rompería, tenía ganas de llorar, quería hacerlo, pero simplemente no podía.
No encontraba la forma en que eso pasara, parecía que habían sacado el aire de mis pulmones y acabado con mi voz en milésimas de segundos.
— Tú, maldita zorra, solo sirves para cocinar, limpiar y chuparme la polla —siseo.
— N-no… res-res-piro —su voz eran jadeos.
Observé todo, como la golpeaba, cada cosa que hizo por meses. Luego solo terminaba de comer y subía corriendo a mi cuarto.
Siempre corría y trataba de calmar con la almohada los gritos de mi madre, algo que rara vez pasaba, porque podía hacerlo, escucharla.
Entonces ella trató de suicidarse. Término en el hospital, casi lo logra, pero yo estaba mal. Al punto en que confíe en una profesora para contarle lo que pasaba en casa.
Lloré por horas, ella habló con la directora, citaron a la policía y los compañeros de mi padre aparecieron. Quería morirme, que la tierra me tragara.
Volví a casa con miedo, apenas me movía, porque no sabía qué esperar. Estaba seguro de que me haría algo, que pagaría mi inoportuno comentario.
No cene, no quise salir de mi cuarto, pero sus pasos se escucharon, cada “crac” de las escaleras se clavaba en mi corazón como dagas lista para matarme.
Aunque nada me había preparado para lo que ocurrió en realidad.
La puerta se abrió de golpe, mis manos temblaron y mantuve los ojos cerrados, porque iba a estar dormido hasta que se fuera.
Había dejado la cena lista, hice mi tarea y limpié, pero nada de eso importaba porque yo había hablado.
— ¿Qué has dicho, mierdecilla? —la sábana me fue arrebatada —¿Quieres que te mate?
Su mano fue directo a mi remera para tirar de ella y levantarme de golpe. Mi cuerpo se despegó de la cama y mis ojos se abrieron mientras me tiraba de nuevo a la cama.
— Yo… yo —me aleje.
— ¿Te crees listo? —se inclinó —, no lo eres, no importa que la zorra de tu madre lo diga —mi enojo volvió.
— No hables así de ella —apreté mis labios.
— ¿Tú me das ordenes? —comenzó a reír.
— Está en el hospital por ti ¡Casi muere!
El grito salió lleno de enojo y mi rostro giró automáticamente por el peso de su mano. Me dolía la mejilla al punto de palpitar.
Estaba mareado, perdido y mi mejilla punzaba con tanta intensidad. Lo miré, con mis ojos llenos de lágrimas, pero sin soltar ninguna.
— Creo que necesitas que te muestren tu lugar…
Su mirada se tiñe de algo nuevo. Tan crudo y enfermo que pensé que me mataría, estaba seguro de que lo haría, pero se desprendió su pantalón.
La hebilla pesada del cinto sonó mientras se lo sacaba para envolverlo en una de sus manos. Fue rápido, el azote llegó quemando mi piel y rompiendo cosas que eran intangibles.
Traté de cubrirme, pero mi espalda recibió todo el golpe. Grité, sé que lo hice, pero nadie vino a mí, nadie entró ni llamo a la policía, nada.
Cuando no me volvió a golpear pensé que sería todo, pero me ató las manos con el cinto y su mano paso por mis piernas. Se inclino hacia adelante hasta dejar la boca al lado de mi oreja.
— Creo que esa boca necesita saber para qué sirve.
Cerré mis ojos como tantas otras veces, apreté mi puño y tomé aire antes de percatarme que el sujeto frente a mí solo esperaba que hablara, pero no podía, no iba a seguir.
Mi corazón tenía el mismo dolor que en ese momento. Parecía llevar aquel ritmo irregular que siempre tomaba cuando llegaba para hacer eso, romperme.
Cambio las dagas simples por unas infectadas que me habían dejado marcas física y mentales en grados preocupantes.
— ¿Qué fue lo que hizo tu padre? —aquella palabra me daba sarna.
— No es mi padre —lo miré —, ese hijo de puta no es mi padre —mis puños se cerraron.
— Claramente no lo es, un padre no hace lo que te hizo a ti —entreabrí mis labios conteniendo mis malditas lágrimas.
— Ningún ser humano lo hace.
Estaba en terapia, como siempre, porque no logré dormir de nuevo. Algo en mi cuerpo me incomodaba, no sabía bien qué, pero no podía simplemente relajarme.
— No, no lo hace —tomó aire —, ¿Qué fue lo que hizo? —lo miré mal.
— Lo puede deducir —mis ojos lo fulminaron.
— No puedo deducir nada, tal vez te obligo a lamer el piso, comer algo podrido, hundió tu cabeza en agua —movió la mano —, todo puede ser, pero la verdad es que no sé cuál de ellas es la correcta.
— Todas —parpadeo.
— ¿Todas?
— Sí, un día me metió la cabeza en el agua de la bañera hasta casi asfixiarme porque le mordí la polla —admití —, porque no quería tener su asquerosa cosa en mí.
— Jacob….
Mi celular sonó avisando una llamada del jefe. Pase la mano por mi rostro, Leonardo sabía que estaba en terapia, él me mandaba acá cuando me veía mal, pero siempre tenía que ir si llamaban.
— Tengo que ir a trabajar doc —me levanté y lo miré —¿Su familia? —sonrió.
— Muy bien —moví el dedo —, gracias por ayudarme con ese chico —lo miré.
— No se preocupe, si vuelve a molestar a su hija, me lo dice, no estará vivo —hizo una mueca.
— Jacob, tenemos que terminar de hablar de esto —lo sabía.
— Mañana vuelvo, como siempre —abrí la puerta.
— Las heridas se sanan hablando —me frené —, podemos implementar medicación, hacer sesiones en la madrugada, hago guardia hoy.
No respondí, él sabía que no lo haría, mi cabeza estaba en otro lugar, uno que tenía que ver con mi trabajo y las ganas de cortar con los recuerdos.
Caminé por el pasillo y Sam apareció con Dylan.
— Chicos —sonrieron y miré a Lorenzo que se acercaba —¿Qué hay? —los tres se miraron.
— Nos tenemos que encargar de unos oficiales —mis dientes asomaron.
— Vamos por esos cerdos.
Seguía disfrutando de acabar con ellos. Lo hacía, no podía ver a ningún oficial sin recordar todo, por lo que matar alguno, no era mala idea para terminar mi sesión.
— El jefe quiere que investiguemos a la chica del bar —Dylan habló.
— ¿Tenemos un nombre? —consulté y Sam afirmó.
— Ludmila —saco una foto —, todo lo que tengamos chicos, sus horarios, lugares que frecuenta, todo.
Sabía que había quedado un auto debajo de su casa, al que le toco la guardia nos avisará cuando salga, la seguiría y él jefe hablaría con ella. Tal vez, nuestro capo encontraba su mitad y no era malo, se lo merecía.